Motivos
folclóricos se ven por todas las paredes del restaurante, el menú del día
exhibido en cada una de las pizarras, a la usanza antigua se le pinta con tiza,
eso sí, no solo blanca sino que en las letras es posible notar diversidad de
colores.
En
la mesa de la entrada se ve a una pareja, ella pide café y él decide beber un
licuado de fresa, al centro se aprecian dos piezas de pan completas y una a
punto de desaparecer, las mordidas que cada uno de ellos ha dado se pueden notar
en los bordes ya deformes de la antes figura circular, cubierta con azúcar y
toques de chocolate, la toman a la par para darle fin y por la coincidencia de
la acción emiten una sonrisa, ella da un mordisco pequeño y deja en él la
responsabilidad de hacerle desaparecer.
En
otra de las mesas se ve a cuatro hombres, pudiese aplicar el término “de
negocios”, solo que hoy es domingo, posiblemente se trata del grupo que
en la semana une fuerzas para sacar avante los distintos retos del mundo
laboral, y precisamente por tan cargada agenda, es hoy que ha
llegado el tan ansiado descanso. Dan vuelta a las tazas que yacían sobre los
platos y brindan una ojeada al menú, sus movimientos indican que tienen poco tiempo
de haber llegado.
Escenas
similares se encuentran en el resto de las mesas, son todas parte de una
estampa grupal que suele darse los fines de semana, caracterizadas por
desayunos que inician casi cuando termina la mañana, normalmente en grupo y con
elevado nivel de actividad verbal entre los comensales, generalmente se verá a
las personas de dichos cuadros vestir de manera relajada, pantalones cortos,
gorras y las camisas compradas en el viaje vacacional del pasado año no son
difíciles de encontrar.
Pese a las diferencias existentes entre los seres humanos suele
existir en determinadas situaciones una conducta, o serie de conductas
denominada “típica”, ejemplo de estas serían todas las descritas en párrafos
anteriores, es decir, lo que es común y frecuente encontrar en la hora del
desayuno de un restaurante cualquiera durante un fin de semana.
Y
precisamente por romper el esquema “tipo” de la situación y conductas
asociadas, es que capta la atención una de las mesas, específicamente la
situada al lado izquierdo de la puerta de acceso del restaurante; en ella se
observan tres generaciones coincidiendo en un solo momento temporal, el
pequeño, rondando los catorce años, ávido lector, con audífonos colocados sobre
el cuello a manera de accesorio funcional, su vestimenta cumple con las normas
establecidas por la sociedad para el grupo etario al que pertenece: camiseta
cuello redondo de algodón con la imagen de alguno de los ídolos musicales del
momento, de esos poco populares y que solo gustan a los iniciados, que han
superado la fase pop de la
adolescencia, pantalones de mezclilla que rompen la perfección con dos
elementos: sus rasgaduras sobre los muslos y los lunares blancos asemejando
decoloración por blanqueador en las rodillas; su cabello luce corto y
alborotado. Junto a el se encuentra la dadora de vida, la madre viste con
estilo deportivo, un ligero sweater que hace juego con el pantalón, remata el atuendo con zapatos tenis. Completando el grupo y como representante de la
primera generación se ve a un hombre de una edad un tanto avanzada,
posiblemente ronde los setenta años, viste sencillo, camiseta color café un
tanto desgastada que no guarda sincronía con el pantalón formal que coloca
sobre sus extremidades inferiores, en los pies ha colocado un par de sandalias,
con sus anteojos recorre una y otra vez el menú, sin encontrar algo que resulte
de su agrado.
Se
acerca la mesera y el grupo hace una pausa en sus actividades, el joven pide
solo hot cakes y los acompaña con
leche fría, la madre plato de fruta, café y pan francés, el viejo comenta
largamente el menú con la empleada, intercambia sonrisas, miradas, una que otra
anécdota fugaz y finalmente se decide por hígado encebollado, agrega agua
fresca de guayaba y pide un café de olla.
Cuando
la mesera se retira el grupo vuelve a la actividad, el joven, libro en mano
decide adentrarse en mundos fantásticos olvidando así el circundante,
paradójicamente dedica casi veinte minutos a las aventuras del viejo presentado
por un autor de origen estadounidense, mientras que a su viejo, al real, al de
carne y hueso sentado a su lado izquierdo, dedica parcas frases con las cuales
inicia y cierra a la vez todo intento de comunicación, el abuelo intenta
dar opinión sobre las letras que el nieto lee, más cada vez que lo hace recibe
unos golpes que van directo al corazón, estos no son dados por los puños, sino
por los ojos, y no es un extraño el que los propina, sino su propio nieto, por
ello desiste en sus intentos de interacción. Intentará mejor dialogar con su
hija, rescatando tal vez algún recuerdo de cuando ya hace muchos ayeres era
ella una niña y el un hombre de mediana edad, los domingos tenían un cariz especial,
pues el padre pasaba la semana trabajando, y al concluir está, optaba por tener
encuentros especiales con su pequeña, unos días llegaba con un muñeco de
peluche, a ella le fascinaban los elefantes, otros prefería darle regalos que
fueran directos al paladar y sabía el amor que ella tenía por el chocolate
blanco, así que camino a casa se paraba en alguna confitería y destinando una
sexta parte de lo ganado en la semana compraba casi medio kilo del dulce regalo; “sí, le hablare del chocolate, averiguaré cuantos come
en la semana, cuales son ahora sus escondites, como se llama su marca favorita
y preguntaré sobre todo, si aún conserva esa manera especial de comerlos,
abriendo los paquetes con los ojos cerrados y pasándolos por su nariz seis
segundos, antes de dar la primer mordida”.
La
pequeña responde con un “estoy a
dieta papá, ya no puedo comer chocolates”, el postre de helado que uno de los
meseros coloca en la mesa contigua es tres veces mas cálido que la frase dicha,
motivo por el cual el viejo decide cesar todo intercambio de palabras.
La
mañana sigue su curso, en cada uno de las mesas se ve a personas dando flujo a
su vida, la pareja no está más, las migas de la concha de chocolate han sido
recogidas y su espacio se encuentra ahora libre, los cuatro hombres cierran con abrazos
su encuentro, cada uno se ofrece a pagar la cuenta y al final es aquel que
posee el importe exacto el que lo hace, el niño de pícara mirada le da una
sonrisa al abuelo vecino, ha logrado
desaparecer toda una copa de helado de vainilla.
Y
en la mesa atípica el tiempo también
ha seguido su marcha, la madre devora el plato con fruta, gusta especialmente de
la sandia y la piña, el pan francés es retirado casi completo, todo ello
realizado con la mano izquierda, dado que en la derecha ha sido colocado el
celular, mientras da un sorbo a su bebida postea
lo delicioso que ha sido el desayuno; con la zurda, el tenedor lleva a la
boca un trozo de melón, mientras con la diestra da like a las fotografías del viaje de una de sus amigas; el joven recorre treinta páginas más de las
andanzas de su longevo protagonista, es regañado por su madre cuando intenta
colocar los audífonos sobre sus oídos, haciendo énfasis en que se está
desayunando y por tanto está prohibido lo que intenta hacer, dicho esto vuelve al
mundo que la pantalla de 5.7 pulgadas y alta resolución le ofrece; el joven se
conforma con las letras y renuncia a la música, antes de iniciar nuevo capitulo
gira su rostro hacía donde está sentado el abuelo, ni siquiera intentes opinar,
le dice con la mirada.
Se
ve ahora en esa mesa a tres personas sentadas, se encuentran juntas más esto
para nada implica que estén unidas, dos de ellas adentradas en sus actividades,
el tercero, el viejo, recorre con su mirada cada una de las mesas del
restaurante, se pregunta porque su familia no lo quiere, porque odian tanto que
hable, que es lo que hace falta para que confíen en que él sabe de letras, qué
es necesario hacer para que le den oportunidad de compartir sobre las dietas,
el también ha leído sobre carbohidratos y proteínas, dado que sabe que son
temas que le agradan a su hija; los autores que ahora están de moda no son nada
frente a los Wilde, los Proust, los Hugo, porque no habría de comprender las
sencillas tramas de los autores modernos cuando ha desmembrado las ideas de
Kafka, quedándole muy claro que no se puede dar forma a aquel insecto en que al
final se transforma Samsa.
Los
cuestionamientos que se hacía son interrumpidos por la mesera, quien coloca la
cuenta sobre la mesa, la madre hace el pago y agrega lo correspondiente de
propina, el joven coloca bajo su brazo el grueso libro, y al fin le es
permitido poner los audífonos sobre las orejas, el viejo acaricia al
devorador de postres de helado de la mesa vecina y entabla conversación con sus
padres, está no dura más de tres minutos porque la pequeña le apura, le recuerda que no puede estar mucho rato de pie;
antes de subir al auto los coloca junto a su lado, el viejo a la derecha, se
mueve casi por inercia, con tal de dar gusto a la hija finge una sonrisa, el
joven borra el gesto de enfado porque quiere evitar discusiones en el camino,
la madre extiende el brazo y con la cámara de 10 megapíxeles de su celular captura
el momento.
La fotografía ahora ha pasado del mundo físico a una red social
virtual, han sido colocadas junto a ella las respectivas etiquetas, todas
haciendo alusión al amor de la familia, la delicia de desayunar o lo placido
del domingo, en tan solo siete minutos ha reunido mas de setenta y cinco likes.