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martes, 30 de diciembre de 2014

Círculo eterno y de las letras



El corro se va conformando paulatinamente, niños, mujeres, hombres y ancianos abandonan las eternas tareas y deciden vivir un fugaz más a la vez significativo momento, al sonar la sexta campanada del viejo reloj, ni un minuto antes ni uno después, sino justo cuando se da ese fin de una hora y el inicio de otra, el grupo está totalmente conformado.

Al centro se encuentra Gleb, entre sus manos un grueso libro, el cual va pasando letra a letra por sus cansados ojos, los símbolos se trasmiten a su mente y finalmente emergen cual notas de luz a través de su reseca boca, dando entonaciones adecuadas, pausas precisas y una fluidez armónica que hace llegar la historia del día a sus compañeros de habitación.

Las horas de trabajo forzado se olvidan al ser remplazadas por las aventuras que ha de vivir el día de hoy ese tal Señor Swann, los paisajes neutros que cotidianamente ciegan la imaginación no existen más, en su lugar se han instalado la variedad de flores que adornan el camino de un pueblo llamado Combray, las gélidas temperaturas del ambiente desaparecen, en su lugar, la lluvia, el calor y el doscientos veces menos frio invierno de París ha de hacerse presente.

Sesenta minutos se han evaporado con mas rapidez que un copo de nieve desecho ante el sol, es hora de tomar la cena, la sopa ha de ser servida, pasaran de la improvisada sala de estar al tablón de madera que hace las veces de banca y comedor, en esta ocasión será el receptor de los trastos de metal, el suelo será quien reciba los cuerpos que han de tomar asiento para degustar el último alimento del día.

Poco a poco aromas y sabores impregnan la habitación, Gleb es el último en integrarse al grupo, antes ha colocado el grueso libro sobre una pequeña tabla rectangular que simula un buro al lado izquierdo de su cama, al momento de depositarlo resbala una lagrima sobre su mejilla, a la vez que en su memoria se recrean escenas de la cátedra que cada mañana impartía en una prestigiada universidad Polaca; es hora de cenar, la sopa fungirá como plato principal. 

Y así pasan veinticuatro horas más para este grupo que se ha transformado ya en una hermandad, vinculados todos no por genética sino por el exilio que viven sobre la albina estepa de Siberia.

martes, 23 de diciembre de 2014

Soprano de Pan

Se ve recargado sobre el cofre del auto color mandarina a un joven de entre treinta y cuarenta años de edad; con libro en mano y audífonos en cada una de sus orejas, inmerso en su mundo, aquel que se construye alrededor del siglo XVIII; escenas de la Revolución Francesa se recrean en su imaginación, el París de aquellos ayeres luce más fresco que nunca, en sus calles pueden verse los coches halados por caballos, que duran más en hacer un breve recorrido que en ser derribados por la masa, las escenas muestran la decadencia de los nobles, mientras que el pueblo va surgiendo vigorosamente desde las fauces del anonimato de siglos, para encumbrarse finalmente en el poder, “muerte a la Monarquía” es proclama común.

Finaliza el capitulo y cierra parcialmente el libro, prescinde del separador, basta con recordar el nombre endosado en la parte superior del capítulo venidero; aprovecha la pausa para sentir en plenitud las notas de uno de los valses de Tchaikovski, la música va nutriendo la totalidad de su ser, entra discretamente por las orejas y se desplaza progresivamente hasta sus pies, conforme va completando el recorrido pasa de ser un casi silente sonido a un torrente de notas magistrales que han puesto a vibrar cada una de las células de su organismo; la avalancha musical lo coloca en un estado muy cercano a la iluminación.

Las casas dejan de ser solo edificios inertes y se convierten en compañeros de vida, la primera de ellas, colocada a la izquierda del protagonista, transmite un mensaje que pudiésemos titular “de abandono y olvido”, sus puertas, lujosas en antaño, lucen ahora en extremo deterioradas, a punto de ser molidas en totalidad por los feroces dientes de las polillas; con las pocas fuerzas que le quedan, es que la casa color arena, de infinito jardín frontal, comparte sus andanzas, menciona que tres familias le han habitado, todas ellas nacidas de cuna Rococó; en sus épocas de gloria fue escenario de tertulias sociales y debates políticos, en su interior se han celebrado tantas fiestas que resulta imposible enumerarlas, vinos nacionales e internacionales inundaron pasillos, recamaras y salas; conforme las nuevas generaciones deseaban expandir sus horizontes vitales, la casa fue mermando el diario vaivén, hasta ser casi imperceptible, finalmente llegó el olvido, el cual se ha prolongado ya por seis lustros, ocasionalmente pasan a limpiarla, por lo general producto de alguna amonestación que viene desde las autoridades municipales; desde algún rincón del país o del mundo, alguno de los administradores de los descendientes de antiguos habitantes gira instrucciones para que se lleve a cabo el mantenimiento respectivo.

Otra de las viviendas, con tonos marrones en sus muros exteriores, comparte un relato en el cual participan solo mujeres, tres para ser exactos; narra en voz baja y pausada cada uno de los detalles, señala que su ama, es decir quién habita permanentemente sus adentros, carga con un fragmento de alma negra en el centro del corazón, la cual se instaló, como ella misma lo señala, desde el momento en que su única hija le ennegreció la vida para el resto de sus días, producto del abandono del proyecto académico, ello a consecuencia de las dimensiones que su vientre adquirió en el transcurso de ciento cincuenta días con sus noches respectivas; en el interior de la hija se gestaba vida, lo que la madre sintió a la par fue algo que superaba incluso lo que sienten aquellos que han muerto alguna vez.

Cuenta la casa que conforme fue pasando el tiempo y completándose el curso de los hechos esperados, la madre rompió definitivamente con su hija, expulsándola de aquellos muros color ladrillo; durante las noches se veían emerger de las paredes de aquella construcción pequeñas gotas de agua, los mortales cuentan que la vivienda se humedecía, los visionarios saben bien que en realidad se trataba de lagrimas, con las cuales la edificación buscaba volver a teñir del color de las plumas del Cardenal el corazón de su ama, lo que logró de manera parcial, por ello solo al centro permanece encapsulado el fragmento oscuro antes mencionado; es por eso que algunos días en que la abuela recibe a la nieta no lo hace con un beso, sino con una serie de regaños que en realidad son para la madre de la pequeña: “que feo te peinaste hoy”, “traes sucio el vestido”, “las nueve de la mañana y tú con el estomago vacío”; el resto de los días, los cuales son mayoría, las tres mujeres se saludan con alegría, la abuela recibe feliz a su nieta extendiéndole los brazos, con desayuno ya preparado al interior de la morada, a la cual no ingresan hasta que la silueta del coche se pierde, deseando éxito infinito a la conductora en la jornada laboral, comunicando el gusto que les dará verla a la hora de la comida.

La pieza de Tchaikovski finaliza y con ello el hombre sale del estado de trance en el que instantes antes se encontraba, por su mente pasan tantas historias como es posible imaginar; personajes, escenarios, sucesos, misterios comparables a los que encontrará en las trescientas doce páginas que le faltan por leer en la novela que descansa entre sus manos.

Quien suena ahora en el reproductor es Lizst, con las primeras notas, el hombre intentará recorrer nuevamente el camino que lo ha de llevar al lugar donde puede encontrarse íntimamente con las viviendas que le rodean, aquel en el cual es capaz de entender su lengua y decodificar los mensajes que a toda hora emiten; poco a poco vuelve a sentir el cosquilleo en su cabeza, destellos violeta y naranja rebotan por toda su mente, se unen en una gran esfera que al estallar lo hará alcanzar el estado de iluminación, revolotean las chispas, se siguen acumulando, la esfera crece más y más, mucho más, hasta que, repentinamente se desinfla…


Los sonidos desaparecen, cesan las notas de Lizst, los pasajes de casas, historias y personas se esfuman, la atención total la tiene ahora un par de niños que cargan una gran caja de cartón. Entre empujones, risas y golpecillos de camaradería recorren las calles, el mayor con mejillas sonrojadas por la vergüenza y buscando en todo momento ocultar su cabeza entre sus ropas, el menor en cambio, conduce su andar con gesto orgulloso, sonriendo, un par de ojos grandes y expresivos le acompañan a todo lugar, a cada paso que da toma grandes cantidades de aire y desde muy adentro grita con una voz aguda, una y otra vez camina, una y otra vez grita, una y otra vez invita a la gente a que se acerquen a ellos y les compren pan, que les compren bolillo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Impecable viaje

Enfundado en pantalón de mezclilla y chamarra del mismo material se le ve salir de casa, abandona el cuarenta y nueve de la calle Madrid abrazando fuertemente a sus dos hijas y besando a su esposa, camina tres cuadras y a los pocos minutos aborda el transporte público, se dirige a los asientos del rincón y se instala en uno de ellos, por la ventana observa a la gente en su presuroso andar, cargando grandes bolsas y cajas con papel de regalo en su exterior, en el interior del autobús viajan solo seis personas contando al chófer.

El camino transcurre sin contratiempo, pide la parada con anticipación y baja por la puerta de atrás, como marcan los cánones, seguirlos siempre es parte de su forma de ser, tradición heredada a su inconsciente desde muchas generaciones que le preceden en su andar por la tierra.

Hace su checada con tres minutos de anticipación, retira un café de la máquina expendedora y lo lleva consigo hasta su área de trabajo junto con dos periódicos que algún viajero ha dejado abandonado en los asientos de la sala de espera.

En el interior de “su” cuarto de aseo todo se encuentra debidamente organizado, al no existir  incidentes que requieran atención inmediata se decide a regalarse un momento de tranquilidad junto con su café y los diarios. Transcurridos veintiséis minutos ha leído ya las noticias que le parecieron relevantes, el café también fue bebido en totalidad y hasta resolvió nueve palabras del crucigrama, por lo cual piensa que el momento de iniciar labores ha llegado.

Sale del cuarto de limpieza con su cubeta roja y el trapeador lanudo, su preferido, así como el resto de los enseres necesarios, montados todos en su inseparable “carrito” azul; recorre cada uno de los pequeños cubículos, con pisos que ante su toque pasan de opacos y fétidos a pulcros y bienolientes. Terminada la faena de las oficinas apaga las luces de toda la sección de empleados, tal como se lo han encomendado el día anterior.

Sus tareas tienen ahora lugar en la sección pública de la estación, al ser una central de autobuses de poco cupo, el trabajo que se exige es de baja intensidad pero en lapsos más o menos frecuentes: un pasajero derramó refresco y hay que limpiar, un niño que se mantuvo de pie sobre el asiento que requiere ser sacudido, recoger tres o cuatro bolsas de papás fritas o papel de estraza en el cual momentos antes se encontraban envueltas un par de tortas, pétalos de flores que cayeron de los ramos con el cual el novio recibió a su amada y una variedad de situaciones similares.

Mientras hacía brillar con su franela los vidrios de la ventanilla número cinco de la línea de autobuses de primera clase, recibe el llamado de una de las personas que se encuentran en la estación en espera de la llegada de una de las corridas, ésta  le susurra al oído que ha tenido un incidente en los baños y se retira apenada.

Sin gesto de molestia y habituado a dicho tipo de situaciones, pausa la limpieza de las ventanillas, acude al cuarto de aseo para tomar la cubeta usada en las contingencias de dicha naturaleza y tomando agua del grifo situado en la zona de andenes, la llena a tres cuartas partes de su capacidad, con ella a cuestas ingresa nuevamente a la sala de espera de la estación, da tres golpes sobre la puerta del baño de damas antes de entrar, para tener certeza de que se encuentra vacío, confirmado ello, se desplaza al interior y da inicio la labor de higiene.


Dos pitidos del reloj digital colocado en su muñeca izquierda indican que comienza un nuevo día, mira con nostalgia los tres pares de dígitos separados entre sí por diagonales, acto seguido deposita el total del contenido de la cubeta en el interior del retrete, un caldo compuesto por agua y limpiador con aroma a pino, olor muy característico de las presentes fechas, aroma que asocia con el recién iniciado jueves de Navidad.

martes, 9 de diciembre de 2014

Entrega a domicilio

Renata, niña de siete años, viste con falda de mezclilla y blusa con su personaje favorito estampado en la parte frontal, se dirige al comedor después de emitir las plegarias matutinas que tiene por costumbre realizar todos los domingos, sobre la mesa están ya depositadas una gran cantidad de frutas, entre éstas destacan sus favoritos: unos plátanos con forma perfecta y sabor inigualable.

Besa a su madre en la mejilla y le otorga un abrazo, hace lo mismo con su padre y los tres comienzan a consumir el desayuno que ha preparado el Progenitor, inicia con el pan francés acompañado de un vaso enorme de licuado sabor chocolate, enseguida engulle alegremente las barras de tocino colocadas al lado de unas papás fritas, finalmente da paso a la ensalada, que si bien ha de ser el primer platillo, como se lo repite constantemente su madre, han establecido, por mediación de su padre, la condición de que mientras la consuma, el orden en que lo haga no tiene importancia, en caso contrario será privada de elegir el restaurante en el cual tiene lugar la comida de los domingos en familia.

Una vez finalizado el desayuno los tres se desplazan al jardín, lugar en el cual comparten la lectura en grupo, van pasando por cada uno de ellos el libro, aquellos que no coordinan la tarea de compartir en voz alta lo plasmado en letras, acompañan con su escucha, intercambian puntos de vista sobre lo revisado una vez que el libro ha pasado por todos, padre y madre vitorean a Renata por el excelso análisis realizado y deciden premiarla llevándola a comprar un helado.

Los padres se retiran a la recamara para cambiar sus ropas y retocar su aspecto, mientras, la niña se dirige al refrigerador de la cocina y toma dos lonchas de jamón, retira también un trozo de queso, de la alacena contigua extrae una telera, la parte por la mitad y unta crema en cada una de sus caras, deposita el jamón y el queso en su interior, guarda la torta en una bolsa plástica.

Pasados treinta y cuatro minutos se encuentran ya rumbo a la heladería, el recorrido luce tranquilo, al parecer los domingos son días con poco tránsito vehicular, a bordo de la camioneta familiar realizan gustosamente el viaje.

Al llegar a una esquina el auto se detiene obedeciendo la indicación del semáforo, en ese momento un niño de alrededor de nueve años extiende una franela sobre el pavimento, sobre ella destacan una cantidad importante de restos de botellas de refresco pulverizadas, ante la mirada incrédula del escaso y fugaz público ejecuta su acto, estrujando su barriga sobre los vidrios  en repetidas ocasiones, acto seguido se acerca a la ventana de cada uno de los vehículos con la mano extendida para recoger las propinas que guste de dar el respetable; al llegar al auto en el que viaja Renata, ésta le extiende una sonrisa y de manera sorpresiva saca de su bolso la torta preparada con antelación, mientras el auto retoma la marcha los niños se despiden, ambos sonriendo, ambos moviendo una y otra vez la mano derecha.

El Gusano, como le apodan sus compinches debido al acto que ejecuta, se sienta sobre la banqueta aprovechando que el semáforo se encuentra en “siga”, se sacude las manos para desinfectarlas y propina feroz mordida a la vianda que le ha sido entregada; mientras mastica desesperado, nota de reojo que Mauricio se acerca lentamente, cuando está frente a él levanta la vista y le extiende generosamente el alimento, El Cabo, como apodan a Mauricio por ser quien coordina al grupo de la avenida, le arrebata la torta y la arroja furioso al pavimento, en segundos es embarrada en el suelo por las ruedas de un Packard 1949 negro, toma de los cabellos al Gusano y mientras lo sacude le dice con voz colérica:  


“Pendejo, con esas madres no alcanza ni pa una mona, de seguro el Benja va aceptar cambalaches”.

martes, 2 de diciembre de 2014

Redes policromáticas

Después de entregar a su hijo en la puerta de la escuela y haberse despedido de él con un beso, emprende el camino de regreso a casa, a tres manzanas del plantel educativo tiene lugar su hallazgo, en una esquina, junto a una serie de desechos de distintos tipos es que logra captar el escaso brillo de las piezas elaboradas de aluminio, son nueve en total, se acerca hacía ellas y sonríe ante su suerte, con lo encontrado habrá de completar la cantidad que hacía días venía reuniendo; llega a su casa y enciende la estufa, el pocillo con café se encuentra a punto del hervor, mientras ello sucede, en la otra flama el sartén ha tomado el calor necesario y está lista para recibir lo que del cascarón sale, pasando de su estado líquido y ciertamente condensado a formar una perfecta imagen, un huevo estrellado digno de posar para el anuncio de cualquier menú de restaurante; lo retira del fuego y lo extiende sobre un plato sobre el que segundos antes sirvió frijoles refritos, corona todo con salsa roja y unos cuadros de cebolla finamente picados.

Han transcurrido un poco más de sesenta minutos cuando escucha a lo lejos la música con la cual suele acompañarse el señor de la camioneta blanca que se dedica a la compra de aluminio, botellas de vidrio, cobre y algunos otros elementos similares; arrastra con fuerza sus dos costales, repletos hasta su límite máximo posible, los coloca sobre la acera y espera pacientemente que el comprador haga su arribo; al darse el encuentro le saluda efusivamente, intercambian un breve cotilleo en el cual tocan temas referentes a la vida política nacional, un poco de fútbol y alguna opinión sobre el deplorable estado de las calles del vecindario, posteriormente se da el pesaje y queda finiquitada la transacción, el mercader vuelve a su vehículo y el vendedor lo despide con un movimiento de mano que acompaña con sonrisa ligera, acto seguido ingresa a su casa y guarda los doscientos veintiséis pesos en la bolsa de su pantalón, se siente feliz porque al recoger a su hijo en la hora de la salida podrá cubrir en tiempo y forma la cooperación con la cual su vástago será admitido en la posada navideña de su escuela primaria.

El señor de la Nissansita blanca se encuentra ya a una distancia aproximada de siete kilómetros del punto en el cual minutos antes cerró el último negocio de la jornada, en el cruce de la calle principal de la colonia popular con  la avenida que conecta con las principales vías de acceso al centro de la ciudad, es precisamente en dicho crucero donde suena el claxon repetidas veces, se acerca el de los diarios, el que vende la fruta de la temporada y dos jóvenes con una pancarta de una compañía de muebles, sin embargo la atención que desea captar es la de la joven que distraída en su teléfono celular descuida el negocio que le han encomendado, casi cuando el semáforo está por hacer la transición del carmín al esmeralda es que la joven al fin le atiende, acerca un ramo de flores, entre las rosas se han incluido también otras variedades, que aunque desconoce le parecen las perfectas para la ocasión por cómo se presentan ante su vista, hoy regresa temprano a casa porque se cumplen diecinueve años desde aquel momento en que se unió en matrimonio con la mujer que sigue amando.

En el otro extremo de la ciudad, justo en el momento en que su pareja compra flores, la citada mujer saca del refrigerador el vino que ha elegido para la celebración, no conoce mucho de esas cosas como ella misma menciona, por eso ha optado por un vino de un precio significativo, teniendo con ello cierta seguridad de que lo adquirido posea una aceptable calidad, los doscientos pesos que ha pagado han excedido un poco el presupuesto que tenía pensado, más no por ello se nublará su extremamente iluminada tarde, ya habrá oportunidad de recuperar lo invertido haciendo malabares con el gasto de la semana, se dice a si misma mientras se acerca a la puerta para atender a quien toca; del otro lado de la puerta un joven de diecisiete años desciende de una motocicleta con una caja que en su interior contiene una pizza, la señora le saluda con gesto amable, cubre el importe y agrega doce pesos de propina, el joven regresa a su vehículo, no sin antes agradecer el detalle, tan escaso en los tiempos actuales; en el interior la mujer da los últimos toques a la sorpresa, mientras se sienta en espera de la llegada de su marido escucha afuera el motor de la motocicleta, el ruido se vuelve cada vez más lejano hasta que desaparece.


En el camino entre la casa anteriormente citada y la pizzería el joven hace una parada, se apea en la banqueta de una tienda, de esas denominadas de “la esquina” y compra unas papás fritas, decide acompañarlas con refresco de cola; transcurridos siete minutos logra acabar con sus viandas saladas, aprieta el paso y acelera al máximo, dado que en la pantalla de su celular ha visto los dos mensajes de su jefe, en los textos se le requiere de manera urgente para cubrir dos entregas, aprovecha el alto del último semáforo para dar el sorbo final a su refresco de bebida, estando ya en marcha arroja la lata por los aíres, esa misma lata de aluminio que ha de quedar abandonada alrededor de cuarenta y seis minutos sobre el pavimento, hasta que un señor que marcha a toda prisa en dirección a la escuela de su hijo la toma del piso y la reúne con muchas otras latas más que habitan en costales de colores.

martes, 25 de noviembre de 2014

Hotel León

16:00 Horas

Sentada a la mesa junto a sus compañeras comparte con alegría lo acontecido hace algunos días en el festival escolar de sus dos pequeños hijos, describe a fondo cada uno de los detalles del disfraz de mariposa que diseñó para su hija, el tocar dicho tema abre la puerta a los recuerdos almacenados en una parte muy intima, sus amigas le alientan para que no se guarde para sí las imágenes de su memoria, efusivamente y con petición en coro le piden que las comparta.

Comienza a narrar el día en que arribó a la ciudad, con poca ropa en una caja de cartón, a su lado venía una máquina de coser, dos bolsas de plástico que en su interior contenían una gran cantidad de notas de revistas de modas que hablaban acerca de  pasarelas internacionales, así como moldes y plantillas de prendas de vestir, todos diseños de su autoría. En el pueblo se dedicaba a ejecutar el arte de la costura, solo que por las condiciones socioeconómicas que prevalecían en los lugareños lo que abundaba eran solo trabajos pequeños como bastillas, parches y remiendos, cada día eran menos los trabajos en forma solicitados y mucho más su necesidad, la cual parecía crecer casi tan rápido como lo hacían sus hijos.

La más pequeña acababa de cumplir los tres años y no pudo ni siquiera comprarle un pastel para celebrarla, el mayor pasaba de los cinco, sobra decir que sus carencias eran perceptibles metros antes de que cruzara la puerta de entrada del jardín de niños, tanto por su apariencia como por el hambre que siempre le acompañaba.

Tres días después del onomástico de su hija tuvo lugar la decisión que desde meses antes venía dando vueltas en su cabeza, en definitivo era necesario abandonar el pueblo, aquel lugar donde ya nada parecía fértil, la ciudad se mostraba prometedora en todos los sentidos, principalmente deseaba arribar a ella para dar inicio a una exitosa carrera como modista.

Después de nueve horas de viaje descendió en el andén número veintitrés de la central de autobuses de la capital, una vez abajo y con sus improvisadas valijas a cuestas, junto con sus niños abordó un taxi, el vehículo la trasladó a las puertas de una vecindad de las tantas recién fundadas en la colonia que eligió para vivir, en ella habría de instalar tanto su hogar como su modesto taller, en el cual la falta de accesorios e instalaciones vistosas serían compensadas con las altas dosis de talento que tantas veces habían reconocido cientos de personas en el ejercicio de su oficio.

16:28 Horas


“Ring Ring” suena el teléfono  que se encuentra en la cocina-comedor, llamada para Julia, tendrá que interrumpir la historia que relataba, sus compañeras le piden que prontamente continúe con su narrativa, todas se muestran interesadas, lo cual ella agradece, como seña de ello recibe sus sonrisas, besos y abrazos, acto seguido entra al baño donde retoca su peinado y maquillaje, presiona dos veces el atomizador de su perfume, inclina ligeramente su cabeza hacia el frente mientras coloca un poco de cocaína en una estampita de la Virgen de Talpa, acerca el polvo blanco a su fosa nasal izquierda y en un instante lo aspira, revisa por última vez su impecable apariencia en el manchado espejo del baño, al salir cierra la puerta con gesto triunfal, se siente nuevamente entre nubes, estatus perfecto para entumir su alma mientras entrega el cuerpo al sujeto que ha pagado al administrador del hotel los doscientos pesos que se requieren para tenerla durante cuarenta y cinco minutos.

martes, 18 de noviembre de 2014

Melpómene y la mar contemporánea

"A Usted no debe uno verla mucho, porque al final termina todo enamorado, le digo esto a sabiendas de que conoce que yo jamás he tenido la mínima intención de siquiera creer un poquito en eso que dan por llamar amor; y aún sin tener la intención de afirmar la existencia del sentimiento que dicen brota del corazón, con todo y ello, le aseguro que sí mis ojos se mantienen sobre Usted un segundo más, terminaré igual de incrédulo, pero a la vez todo enamorado, testigo de ello serán las aves que revolotearán en el interior, y no hablo de las mariposas de las que muchos han dado testimonio, lo que sentiré si la sigo mirando será una parvada de flamencos rosados y dos o tres pavo reales, todos de gran fiesta en mi menudo estómago, esas aves no necesitan que yo crea en el amor para ponerme todo loco, a final de cuentas no hace falta creer, cuando lo único que deseó es  poder clavar mi mirada en su ser eternamente".

Escritas sobre un papel fino y plasmadas con tinta emergida de una pluma de notable calidad, las palabras, que arriba se muestran de manera integra, eran leídas por segunda ocasión en el día, el consumo de aquellas letras era algo que desde hacia diecinueve años Leticia llevaba a cabo todos y cada uno de los siete días de la semana, los veintiocho, veintinueve, treinta ó treinta y uno del mes; también lo hacía durante los trescientos sesenta y cinco días del año, sesenta y seis para el caso de los bisiestos.

En su sobré original, uno rojo satinado con acabado mate, trasladaba consigo el romántico  pergamino que llegó a sus manos en los días cercanos a sus tiempos de universitaria, recuerdo intacto en los anales de su memoria, el resto de la información parece encontrarse desorganizada, incluso mucha se ha borrado, quizá no en totalidad, más si se ha fusionado en un amasijo caótico muy parecido al que se encuentra en el cerebro de las abuelas, pese a sólo contar ella con cuarenta y siete años.

En su marchito cuerpo, el toque de Cacharel que solía flotar alrededor de su persona, con los años, como todo en su ser, se ha deformado también, pasando de cítricos y flores en su forma original a toques de mierda y orín en la actualidad; los vaqueros ajustados, sostenidos en su cadera con los cuales realzaba sus bellas formas de la juventud, ahora han sido remplazados por una falda color olivo, la cual constantemente busca escapar de su cintura y llega casi a tocar el suelo, mostrando a la par sus nalgas, generalmente desnudas; las blusas importadas con las que impresionaba tanto a hombres como mujeres desde que ponía un pie en el campus universitario, han sido sustituidas por holgadas camisetas que en su mayoría anuncian un evento que tuvo lugar hace algunos años, personajes que en antaño captaban reflectores e incluso marcas y productos que han dejado de existir.

En los pies calza unas botas tipo obrero, usuales en los trabajadores de línea de producción de las distintas empresas de la ciudad, gusta coronar su atuendo con sombrero celeste surcado en la copa por listón esmeralda.

En la intersección de dos avenidas transcurre la mayor parte de la existencia de Leticia, de algunos meses para acá le ha dado por montar escenas de tragedias Griegas en complicidad con el rojo del semáforo, de Sófocles en su mayoría, quienes coinciden con ella, otorgan la moneda bajo el efecto de un estupor hipnótico producto de la ruptura de su cotidianidad; los automovilistas en cada esquina esperan mimos, dragones humanos, malabaristas o limpiaparabrisas, pero no una micro puesta en escena ejecutada con impecable calidad.

Seis horas han pasado, esto desde el punto de vista de unas manecillas movidas por engranes, para Leticia su "tiempo" es marcado por las campanadas del cuerpo, la de este punto del día, por ejemplo, le indica que siente hambre, dirían los cuerdos: "es la hora de comer".

Poco a poco su figura se pierde entre las tantas que deambulan por la avenida, ya sea sobre su acera o sobre el asfalto, se desvanece entre autos, transeúntes, agentes viales, vendedores, traga fuegos, malabaristas, improvisados payasos, "sordomudos", expendedores de fruta de la temporada, genios que en la diestra portan la octava maravilla del mundo en lo que a la aniquilación de moscos se refiere, manos que entregan periódicos y volantes; entre estos y muchos más que conforman la mar urbana, es que Leticia se hace una con la marea citadina, aquella que lleva en sus adentros pieles, rostros, motores, laminas metálicas, superficies asfaltadas y tramos de concreto.


Quizá se le vuelva a ver como un ente individual, tal vez tenga Usted la oportunidad de encontrarla nuevamente en alguna historia, de forma digital en la gran red, o puede incluso que hasta en papel como capítulo de mi libro; más todo lo anterior tómelo mi amable lector como mera posibilidad, por hoy no hay más Leticia, por hoy no hay más letras.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Fantasma del Río Rojo

Seis de la tarde, avenida Río Rojo, independientemente de lo que marque el calendario se le ve puntual en su eterna cita, su casa tiene grabado en la marquesina el número treinta y cinco, la fachada pintada de color azul, una imagen de un santo y tres calcomanías deterioradas con el paso del tiempo, parece que dos hacen referencia a distintos candidatos de un mismo partido político, en la tercera se alcanza a leer la palabra “PRESIDENTE” y el logotipo que le acompaña es diferente al de las otras.

Junto a su casa se encuentra una panadería, en la que se presume se elabora el mejor bolillo de la región, esto al costado izquierdo, en el derecho una vieja refaccionaria, de aquellas en que puede encontrar uno de todo, después le sigue un taller de aparatos electrodomésticos, un salón de belleza y en la esquina la tradicional tienda de abarrotes.

Al interior de su hogar, si se recorre la avenida a paso lento, se puede notar un Reposet, con remiendos de tapiz realizados más de dos ocasiones y menos de cuatro, el azul marino que en antaño poseía poco a poco se ha ido desvaneciendo, de la misma manera, éste se ha mezclado con parches de distintos tonos, un rojo por aquí de una vieja camisa de franela, un beige por allá de un pantalón de trabajo de su difunto esposo, un morado en otro de los fragmentos de la tela, correspondiente a la blusa favorita de su hija la menor, casada desde hace doce años, quien por cierto radica en el centro del país.

Junto al mencionado sillón se aprecia una pequeña mesa, sobre la cual se han colocado los instrumentos necesarios para ejecutar la tarea del tejido, un sweater color malva en vías de gestación destaca junto al par de agujas y la bola de estambre; frente al rincón donde la septuagenaria parece ocupar la mayor parte de su tiempo, se ubica un televisor de 27 pulgadas, por más intentos que sus hijos han hecho por cambiarlo por una tele de Plasma, ella sigue sin acceder, argumentando que el que posee funciona a la perfección, pese a que requiera hacer mil y un trucos cada noche, para poder sintonizar su telenovela favorita.

Con su televisor tiene una relación especial, comprende que así como ella, él ha sufrido también los embates del tiempo, que aunque en apariencia se le note inservible, aún tiene mucho que dar, que hace diez años se rodeaba de sus hijos en la sala, de la misma manera como aún el diez de mayo siguen rodeándola a ella; sabe que tarde o temprano alguno de los dos morirá, en caso de morir primero el televisor, ha jurado no sustituirlo con ningún otro, si ella gana la carrera hacia la tumba, sabe que el televisor no encenderá más, esa será su forma de llorarle.

El resto de la pieza que hace las veces de sala se encuentra vacía, los cuartos restantes no son perceptibles desde fuera de la casa, por lo cual no es posible dar más detalles al respecto, podría solamente agregarse el rojo resplandor de un reloj digital que parece venir desde muy del fondo, casi del final de la casa.

Coloca su silla de madera sobre la banqueta, parece ser un ente colocado azarosamente en una bulliciosa ciudad, un fantasma, que como tal es imperceptible para el resto de los habitantes del plano terrenal; han quedado atrás los días en que le pedían consejo, opinión, o incluso permiso para transitar su acera, hoy prefieren circular por el otro lado de la avenida, argumentando deseos de sombra alguna vez y gusto por los rayos del sol en otra.

Seis con veintisiete, la doña al fin existe, desde dos cuadras antes lo ve venir, es un joven, independientemente de la edad que en su rostro se aprecie, desde hace algunos lustros para ella casi el total de la población  puede ser definida de dicha manera, el hombre avanza, a paso rápido, como cada tarde, bajo su brazo carga dos gruesos libros, un par de bolígrafos plásticos de baja calidad destacan en la bolsa de su camisa, en la mano izquierda la habitual lata con bebida gasificada.

Pese al ritmo acelerado con el que suele transitar en su existencia, hace una pausa frente a la fachada del 35 de la Avenida Río Rojo, casi frena su marcha al quedar en paralelo con la mujer que sentada sobre una silla de madera cortésmente responde a su saludo, él lo completa con una sonrisa y retoma su presuroso caminar.

La vieja lo sigue con la vista hasta que el joven desaparece, minutos después toma su butaca, con dificultad y ante la mirada indiferente de clientes y propietarios le distintos negocios logra al fin colocarla en el interior de su vivienda, echa llave por dentro, calienta su cena, enciende su televisor y mueve una y otra vez la antena de conejo hasta que logra captar la señal deseada, transcurrida una hora presiona el único botón de la gran caja y el televisor se apaga.

Con andar pausado se dirige a su cama, extiende las sabanas y se cubre completamente el cuerpo con las tres delgadas cobijas, para el frío que le rodea no hay cantidad suficiente de ellas, sin embargo un tercio es una cantidad aceptable, en comparación a los días en que siquiera deseara una.

Su mente poco a poco va quedando impregnada de la niebla del sueño, los recuerdos llegan a su memoria, aquellos días de casa llena, de barrio amable, de zona poco transitada, carente de vecinos porque todos eran en realidad familia.


Cuando el panorama está por volverse oscuro en totalidad y los deseos de no despertar más se hacen presentes, saca fuerza del momento luminoso de cada tarde, aquel en el cual existe para otro ser humano, ese saludo que realmente convierte la vida en vida, y las áridas y grises puestas de sol en una “buena tarde”, así en singular, al igual que lo dice el joven.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

El jefe del asfalto

Marta queda de verse en la esquina de la escuela con Sandro, han planeado cada detalle de la aventura desde hace siete semanas.

Ella inicia el día de la manera habitual para evitar despertar sospechas a su madre, levanta de la cama a cada uno de sus hermanos y les prepara el desayuno, el menú del día no cambia mucho con respecto a lo que cotidianamente se sirve en la mesa del departamento nueve del tercer piso del edificio D; sobre los tres platos se aprecian trozos de jamón muy bien camuflados entre grandes cantidades de huevo, al lado de la mezcla se colocan frijoles machacados, el platillo se completa con tortillas, para lograr que los alimentos se desplacen de mejor manera por la tráquea, vendrá bien una taza de canela, la cual a la vez servirá para amainar los 8 grados que se meten hasta el rincón más apartado de la habitación; pese a ser mediados de otoño, el invierno no se percibe ya tan lejano.

El desayuno de Marta es menos vasto que el de sus tres hermanos, mientras ellos hacen la limpieza de sus dientes y completan el arreglo personal, ella engulle rápidamente un emparedado, con jamón al centro y tres rebanadas de queso, un poco de crema y una enorme laguna de salsa de tomate.

Da las instrucciones de cada mañana a su hermana de 11 años, hace énfasis en evitar desviaciones y atajos al dirigirse a la escuela, a la vez recalca lo importante de mantenerse unidos por las manos, besa las mejillas de sus consanguíneos y salen todos juntos a la calle; después de dar la tercera vuelta al cerrojo entrega su llave a quien le sigue en orden descendente en la estructura familiar, avisa que realizará tarea en equipo, por lo cual será responsabilidad de Clara el resguardar y alimentar a sus hermanos hasta la llegada de mamá a casa.

Durante el trayecto hacia la colonia donde se ubica la preparatoria, Marta tiene bastante tiempo para detallar en su mente cada uno de los puntos del plan trazado, revisa el interior de su mochila, cada una de las cosas solicitadas por Sandro se encuentran en perfecta posición, misma que han tomada prestada de los libros y cuadernos que comúnmente la ocupan.

Lo más difícil de conseguir ha sido la botella de vino tinto, sin embargo se las ha ingeniado para cumplir su parte de la misión, Sandro ha guardado casi cada peso de lo que ganó desde que concibieron el plan que ya se ejecuta en el presente día, por dicha razón, Marta no podría hacer menos que esforzarse al máximo para evitar apuros extras a su novio.

Ese día su chico pidió permiso en el trabajo, avisó a sus dos compañeros y a su jefe que atendería un asunto en extremo urgente, dicho anuncio lo realizó cuatro días antes, aumentando con ello las posibilidades de que la licencia fuera otorgada, misma que al final fue concedida sin mayor complicación, salvo el cumplimiento de la petición que semanas antes había expresado el dueño del negocio, la cual consistía en terminar el detallado del rotulo de unas bardas que habrían de promocionar un evento gubernamental que tendría lugar a finales del mes.

La pareja se encuentra al fin, se saludan con un beso que dura cuatro vidas, la quinta la guardan para dar continuidad al proyecto trazado; él ha conseguido que el amado bocho le fuera facilitado por su hermano, claro que para ello tuvo que realizar una serie de tareas que no tiene sentido detallar en ésta parte de la historia; el auto, pintado de un amarillo deportivo y con sus toques de fuego en las puertas y el cofre parece señalar con el rugir de su motor que se encuentra listo para la travesía.

Toman carretera, será la primera vez que Marta y Sandro vean el mar, sobre la arena de la playa culminaran el acto amatorio, señalan que también en dicho menester carecen de experiencias previas.

Durante el camino intercambian palabras, besos y caricias; parece ser que tantos toques de caramelo nublaron su atención y razonamiento, como consecuencia a ello omitieron las señales que lanzaba el escarabajo, primero de manera ocasional y después con mayor frecuencia e intensidad, a la par que el motor emitía un quejido, los jóvenes parecían estar cada vez más cerca de lanzar algún sonido gutural, producto de las caricias que a cada segundo subían de tono, mismas que detenían por entreverse una curva, un auto vecino de carril o por el vibrar constante del celular de alguno de ellos.

A falta de 23 kilómetros para arribar al destino señalado en el mapa de la aplicación del teléfono móvil, fue que el auto en definitiva se negó a seguirlos, los intentos por identificar la falla o hacerlo funcionar fueron inútiles.

Parados sobre un campo ya cosechado y a la espera de asistencia vial es que Sandro propone a Marta que el mutuo desfloramiento tenga lugar a espaldas de la bodega donde parecen haber sido guardados los frutos del presente temporal que el campo ha regalado; a Marta la propuesta le parece carente de romanticismo, no era solo el capítulo correspondiente al encuentro corpóreo lo que motivó la fuga que tuvo lugar entre Matemáticas y Geografía, sino todo el guion que juntos habían escrito hace cuarenta y nueve días.

Sandro pierde el control, intenta tomar mediante el uso de los músculos lo que con el corazón no consiguió, Marta le propina una senda bofetada en la mejilla izquierda y se aleja llorando del lugar.

Durante su caminata más de seis conductores disminuyen la velocidad al pasar junto a ella, le propinan miradas que le incomodan y a la vez verbalizan frases que prefiere no entender del todo, finalmente estalla en llanto y completa el episodio dando una tremenda carrera, cuando al fin se cansa toma asiento sobre una roca.

Lleva más de media hora sobre su improvisado asiento, justo en ese momento un tráiler de color celeste se frena, del vehículo desciende una figura ataviada con vaqueros, botas de invierno y camisa a cuadros, sombrero de copa sobre la cabeza. Le busca los rasgos tradicionales de trailero al personaje y se da cuenta que no están presentes, en lugar de un tosco rostro se encuentra frente a un cutis más que perfecto, los anteojos típicos de los viajeros están ausentes, en su lugar se topa con unos ojos perfectamente delineados, sobre los labios no hay un espeso bigote, tampoco barba en las mejillas, en lugar de ello identifica un toque de labial y un contorno de la boca excelsamente delineado; no se trata de un macho que doma con fiereza al gigante de la carretera, sino de una mujer que con su estética y suave apariencia logra un control aún mayor sobre la gran máquina, con todo y su dos semi-remolques incluidos.

- ¿A dónde vas y porque vistes de colegiala?-preguntó la conductora.

- Es una larga historia y de plano carezco de ánimos para contarte siquiera el inicio-respondió Marta con cara de enfado.

- No importa que no hables, prefiero viajar en silencio.

- ¿A dónde vas y por qué te paraste justo frente a mi  placida morada?-añadió Marta con un dejo de sarcasmo.


- ¡A que muchacha!, que pronto olvidas a tu padre.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Veinte litros de recuerdos

Recuerda haber presenciado partidas memorables mientras aguardaba sentado en el parque, específicamente sobre las sillas colocadas al costado izquierdo de la plaza central.

El primer día que acompañó al abuelo parece una fotografía exacta, intacta y con todos los detalles fielmente guardados en su memoria.

La madre le despertó con tres besos aquella mañana, los primeros dos, colocados uno en cada mejilla, el tercero de ellos le fue puesto poco arriba de sus cejas.

Después de abandonar el estado de modorra que acompaña el despertar de una placida noche de sueño previa, se dirigió a la tina del baño y estuvo allí cerca de media hora.

Salió envuelto en su toalla roja, aquella con estrellas blancas estampadas en toda la superficie, colocó pasta de dientes sabor chicle en su cepillo de dientes y dedicó alrededor de siete minutos a la limpieza de la cueva dentada, profunda y oscura que existía tras sus labios.

Emergió del baño con el aliño completado y retorno a su habitación para enfundarse en camisa a cuadros color verde, completó su atuendo con pantalones cortos color arena sostenidos por tirantes negros, en los pies vistió calcetas del mismo tono y zapatos tenis colorados.

Al llegar al comedor fue recibido con el abrazo fuerte del abuelo, después de saludarlo tomó asiento a su derecha.

El tocino colocado en el plato era incluso más crujiente que el cono de nieve de galleta que comió horas más tarde, los bolillos que su madre le acercó parecían más suaves que las mismas nubes, qué decir del chocolate que rellenaba su taza color olivo, su sabor casi era tan dulce como el de lo vivido durante aquella mañana.

Recogió los trastos y los llevó al fregadero, lavó por segunda ocasión sus dientes y retocó el peinado, mientras, en la sala, su madre y el abuelo tomaban el café sentados sobre el algo desgastado más aún confortable sillón.

Lo pensó por siete minutos que le resultaron más largos que la misma cantidad de días que tiene una semana entera, al fin se decidió a ingresar, con una suave tosecilla anunció anticipadamente su acceso, sus ancestros notaron enseguida su presencia y le dedicaron una gran sonrisa, completada con miradas luminosas.

Su madre, colocada bajo el marco de la puerta, los despidió agitando efusivamente la mano derecha, conforme avanzaban en su caminata la figura de la progenitora se iba disolviendo.

Al abuelo le fascinaba caminar, por lo cual recorrieron las catorce cuadras andando sobre sus pies, precisamente al recorrer dicho camino, fue que el viejo compró, para regalárselo, el anteriormente citado barquillo crujiente de galleta, sobre de éste tres redondas montañas de fresa, vainilla y chocolate tomaron lugar; conforme se acercaron al parque dichas esferas frías fueron desapareciendo, devoradas todas por una inquieta lengua, besadas ocasionalmente por un par de labios que buscaban darle forma nuevamente redondeadas cuando intentaban escapar ocultas tras su apariencia líquida.

Dieron los pocos pasos finales y arribaron al fin a la plaza, se sentaron sobre una de las sillas depuestas alrededor de las mesas del cuadro de metal que era sostenido por patas de acero, colocadas cada una en las cuatro esquinas, sobre la superficie de la mesa se hallaba pintada una figura.

Dicha imagen era bicolor, el blanco y rojo se sucedían en cada casilla, un total de sesenta y cuatro espacios formando al final un único cuadrado, alrededor del dibujo central un logotipo de una marca de refresco.

Un clic del mecanismo lo regresa al presente, los veinte litros de gasolina solicitados por el conductor han sido despachados por la bomba; retira la manguera y cierra la tapa del tanque, le es pagado el total y se agrega una propina, el auto arranca.

Él agita la mano igual que la agitó su mamá hace algunos ayeres, conforme la camioneta se aleja el tablero se vuelve cada vez más borroso, la en apariencia olvidada figura se hallaba plasmada sobre la superficie de la mesa de metal que el cliente cargaba en la caja de su camioneta, junto con tres sillas de plástico, dos balones de fútbol y una tienda de campaña.

La figura ha desaparecido por completo, él, estando aún en un estado de trance, se dirige al baño a miccionar; se coloca frente al urinal, mientras el chorro escapa poco a poco de su cuerpo dice a su vecino de mingitorio:


“Cuantas cosas pintadas en los objetos pueden ser llave de acceso a las bodegas de la memoria”.

martes, 21 de octubre de 2014

Pulgar arriba para la familia

Motivos folclóricos se ven por todas las paredes del restaurante, el menú del día exhibido en cada una de las pizarras, a la usanza antigua se le pinta con tiza, eso sí, no solo blanca sino que en las letras es posible notar diversidad de colores.

En la mesa de la entrada se ve a una pareja, ella pide café y él decide beber un licuado de fresa, al centro se aprecian dos piezas de pan completas y una a punto de desaparecer, las mordidas que cada uno de ellos ha dado se pueden notar en los bordes ya deformes de la antes figura circular, cubierta con azúcar y toques de chocolate, la toman a la par para darle fin y por la coincidencia de la acción emiten una sonrisa, ella da un mordisco pequeño y deja en él la responsabilidad de hacerle desaparecer.

En otra de las mesas se ve a cuatro hombres, pudiese aplicar el término “de negocios”, solo que hoy es domingo, posiblemente se trata del grupo que en la semana une fuerzas para sacar avante los distintos retos del mundo laboral, y precisamente por tan cargada agenda, es hoy que ha llegado el tan ansiado descanso. Dan vuelta a las tazas que yacían sobre los platos y brindan una ojeada al menú, sus movimientos indican que tienen poco tiempo de haber llegado.

Escenas similares se encuentran en el resto de las mesas, son todas parte de una estampa grupal que suele darse los fines de semana, caracterizadas por desayunos que inician casi cuando termina la mañana, normalmente en grupo y con elevado nivel de actividad verbal entre los comensales, generalmente se verá a las personas de dichos cuadros vestir de manera relajada, pantalones cortos, gorras y las camisas compradas en el viaje vacacional del pasado año no son difíciles de encontrar.

Pese a las diferencias existentes entre los seres humanos suele existir en determinadas situaciones una conducta, o serie de conductas denominada “típica”, ejemplo de estas serían todas las descritas en párrafos anteriores, es decir, lo que es común y frecuente encontrar en la hora del desayuno de un restaurante cualquiera durante un fin de semana.

Y precisamente por romper el esquema “tipo” de la situación y conductas asociadas, es que capta la atención una de las mesas, específicamente la situada al lado izquierdo de la puerta de acceso del restaurante; en ella se observan tres generaciones coincidiendo en un solo momento temporal, el pequeño, rondando los catorce años, ávido lector, con audífonos colocados sobre el cuello a manera de accesorio funcional, su vestimenta cumple con las normas establecidas por la sociedad para el grupo etario al que pertenece: camiseta cuello redondo de algodón con la imagen de alguno de los ídolos musicales del momento, de esos poco populares y que solo gustan a los iniciados, que han superado la fase pop de la adolescencia, pantalones de mezclilla que rompen la perfección con dos elementos: sus rasgaduras sobre los muslos y los lunares blancos asemejando decoloración por blanqueador en las rodillas; su cabello luce corto y alborotado. Junto a el se encuentra la dadora de vida, la madre viste con estilo deportivo, un ligero sweater que hace juego con el pantalón, remata el atuendo con zapatos tenis. Completando el grupo y como representante de la primera generación se ve a un hombre de una edad un tanto avanzada, posiblemente ronde los setenta años, viste sencillo, camiseta color café un tanto desgastada que no guarda sincronía con el pantalón formal que coloca sobre sus extremidades inferiores, en los pies ha colocado un par de sandalias, con sus anteojos recorre una y otra vez el menú, sin encontrar algo que resulte de su agrado.

Se acerca la mesera y el grupo hace una pausa en sus actividades, el joven pide solo hot cakes y los acompaña con leche fría, la madre plato de fruta, café y pan francés, el viejo comenta largamente el menú con la empleada, intercambia sonrisas, miradas, una que otra anécdota fugaz y finalmente se decide por hígado encebollado, agrega agua fresca de guayaba y pide un café de olla.

Cuando la mesera se retira el grupo vuelve a la actividad, el joven, libro en mano decide adentrarse en mundos fantásticos olvidando así el circundante, paradójicamente dedica casi veinte minutos a las aventuras del viejo presentado por un autor de origen estadounidense, mientras que a su viejo, al real, al de carne y hueso sentado a su lado izquierdo, dedica parcas frases con las cuales inicia y cierra a la vez todo intento de comunicación, el abuelo intenta dar opinión sobre las letras que el nieto lee, más cada vez que lo hace recibe unos golpes que van directo al corazón, estos no son dados por los puños, sino por los ojos, y no es un extraño el que los propina, sino su propio nieto, por ello desiste en sus intentos de interacción. Intentará mejor dialogar con su hija, rescatando tal vez algún recuerdo de cuando ya hace muchos ayeres era ella una niña y el un hombre de mediana edad, los domingos tenían un cariz especial, pues el padre pasaba la semana trabajando, y al concluir está, optaba por tener encuentros especiales con su pequeña, unos días llegaba con un muñeco de peluche, a ella le fascinaban los elefantes, otros prefería darle regalos que fueran directos al paladar y sabía el amor que ella tenía por el chocolate blanco, así que camino a casa se paraba en alguna confitería y destinando una sexta parte de lo ganado en la semana compraba casi medio kilo del dulce regalo; “sí, le hablare del chocolate, averiguaré cuantos come en la semana, cuales son ahora sus escondites, como se llama su marca favorita y preguntaré sobre todo, si aún conserva esa manera especial de comerlos, abriendo los paquetes con los ojos cerrados y pasándolos por su nariz seis segundos, antes de dar la primer mordida”.

La pequeña responde con un “estoy a dieta papá, ya no puedo comer chocolates”, el postre de helado que uno de los meseros coloca en la mesa contigua es tres veces mas cálido que la frase dicha, motivo por el cual el viejo decide cesar todo intercambio de palabras.

La mañana sigue su curso, en cada uno de las mesas se ve a personas dando flujo a su vida, la pareja no está más, las migas de la concha de chocolate han sido recogidas y su espacio se encuentra ahora libre, los cuatro hombres cierran con abrazos su encuentro, cada uno se ofrece a pagar la cuenta y al final es aquel que posee el importe exacto el que lo hace, el niño de pícara mirada le da una sonrisa al abuelo vecino, ha logrado desaparecer toda una copa de helado de vainilla.

Y en la mesa atípica el tiempo también ha seguido su marcha, la madre devora el plato con fruta, gusta especialmente de la sandia y la piña, el pan francés es retirado casi completo, todo ello realizado con la mano izquierda, dado que en la derecha ha sido colocado el celular, mientras da un sorbo a su bebida postea lo delicioso que ha sido el desayuno; con la zurda, el tenedor lleva a la boca un trozo de melón, mientras con la diestra da like a las fotografías del viaje de una de sus amigas;  el joven recorre treinta páginas más de las andanzas de su longevo protagonista, es regañado por su madre cuando intenta colocar los audífonos sobre sus oídos, haciendo énfasis en que se está desayunando y por tanto está prohibido lo que intenta hacer, dicho esto vuelve al mundo que la pantalla de 5.7 pulgadas y alta resolución le ofrece; el joven se conforma con las letras y renuncia a la música, antes de iniciar nuevo capitulo gira su rostro hacía donde está sentado el abuelo, ni siquiera intentes opinar, le dice con la mirada.

Se ve ahora en esa mesa a tres personas sentadas, se encuentran juntas más esto para nada implica que estén unidas, dos de ellas adentradas en sus actividades, el tercero, el viejo, recorre con su mirada cada una de las mesas del restaurante, se pregunta porque su familia no lo quiere, porque odian tanto que hable, que es lo que hace falta para que confíen en que él sabe de letras, qué es necesario hacer para que le den oportunidad de compartir sobre las dietas, el también ha leído sobre carbohidratos y proteínas, dado que sabe que son temas que le agradan a su hija; los autores que ahora están de moda no son nada frente a los Wilde, los Proust, los Hugo, porque no habría de comprender las sencillas tramas de los autores modernos cuando ha desmembrado las ideas de Kafka, quedándole muy claro que no se puede dar forma a aquel insecto en que al final se transforma Samsa.


Los cuestionamientos que se hacía son interrumpidos por la mesera, quien coloca la cuenta sobre la mesa, la madre hace el pago y agrega lo correspondiente de propina, el joven coloca bajo su brazo el grueso libro, y al fin le es permitido poner los audífonos sobre las orejas, el viejo acaricia al devorador de postres de helado de la mesa vecina y entabla conversación con sus padres, está no dura más de tres minutos porque la pequeña le apura, le recuerda que no puede estar mucho rato de pie; antes de subir al auto los coloca junto a su lado, el viejo a la derecha, se mueve casi por inercia, con tal de dar gusto a la hija finge una sonrisa, el joven borra el gesto de enfado porque quiere evitar discusiones en el camino, la madre extiende el brazo y con la cámara de 10 megapíxeles de su celular captura el momento.

La fotografía ahora ha pasado del mundo físico a una red social virtual, han sido colocadas junto a ella las respectivas etiquetas, todas haciendo alusión al amor de la familia, la delicia de desayunar o lo placido del domingo, en tan solo siete minutos ha reunido mas de setenta y cinco likes.

martes, 14 de octubre de 2014

Hilo negro para el desayuno

Con su Olivetti Studio 46 se instala en la mesa del balcón del “Desayunador Ramírez”, le es servido un vaso con leche tibia y él mismo agrega un poco del café pequeño –es como gusta de llamar al espresso, incluso nunca ha preguntado su nombre correcto– que le colocan a un lado.

Cuando la camarera se acerca para corroborar la orden habitual, él asiente con una sonrisa y repite la indicación de casi todas las mañanas, solicitando en ella que dos tercios de la carne se cocinen a punto medio y el restante a tres cuartos, manías de viejo, se dice a si mismo; acto seguido dirige la vista al parque situado bajo la plaza comercial de la cual el restaurante forma parte.

Observa sobre una banca a una niña que da sorbos gustosa a un líquido oscuro coronado con capas de un líquido semiblanco y de consistencia viscosa, el encontrarse enfundada en uniforme del cole indica que ha salido antes de la hora común, ya sea porque la madre que espera paciente a su lado tenga algún asunto importante que atender, o porque el circulo docente haya tenido nuevamente diferencias con las autoridades que llevan a cabo la función directiva del plantel.

A nueve metros de ellas se ve a un chaval que ronda los dieciséis, pantalón azul de mezclilla y camisa blanca parecen ser atuendo popular en chicos de su edad, dado que si se hiciera un conteo en este justo momento de los jóvenes que deambulan por las calles que rodean el parque e incluso sobre de éste, contaríamos no menos de veinte que lucen de manera similar, este fenómeno pone a pensar al hombre que sigue sin sacar su maquina del maletín, reflexiona sobre el cómo es que a esa edad se busca tanto la identidad, autonomía e independencia, y al final se sale a las calles triunfante por haberla al fin alcanzado, aunque cuando se emprenda la marcha triunfal, esta se haga siendo parte de una masa infinita que cubre de azul las piernas y de blanco el pecho.

Saca al fin la maquina de escribir, cree haber atrapado la historia del día, tal vez de la semana, incluso puede ser que dicho tema brinde inspiración para todo un año de letras, justo cuando va a poner título a su ensayo hace una pausa, sus pensamientos y reflexiones son interrumpidos por los que sobre la avenida 4 circulan; ve que no solo son los púberes quienes se uniforman para marcar su crecimiento, se da cuenta también que los adultos visten de traje, que usan corbata y que asisten en ciertas horas a un trabajo, todo ello para dar fe a que el rito iniciático que les transforma en “hombres” ha sido cumplido; nota en la esquina de calle 2 y avenida 4 a un grupo de mujeres, también ellas han perdido esencia, mas allá de vestir con falda o pantalón llama su atención que se enfatizan como mujeres colocando polvos en su rostro, objetos colgantes en sus orejas, líneas trazadas con un lápiz en sus ojos y labios.

Después de contemplar lo descrito decide abortar su texto, de un suave tirón arranca la hoja de blanco papel del rodillo de la  Studio 46, hace un avión con ella y éste aterriza en la cabeza de la niña que con el último sorbo da fin a su mezcla de hielo, vainilla y leche condensada, segundos antes de emprender con su madre la marcha hacía la casa del tío Manuel.

martes, 7 de octubre de 2014

Recolectando al alba

Pilas de documentos sobre el escritorio, siete mensajes sin revisar en el móvil, sesenta y cuatro correos electrónicos marcados como “urgente” y doscientos más que se pierden en el resto de mensajes “no leídos”, definitivamente los frutos del éxito no son los esperados, piensa mientras da la última mordida a la galleta número cuatro de la mañana, el bocado se niega a pasar y es ayudado por un sorbo de café soluble de baja calidad.

Apaga el monitor, la oscuridad emanada por éste junto con el filtro de radiación logra crear un funcional espejo, del bolso de mano retira los aditamentos necesarios para retocar, a tan solo una hora de haber sido colocado, el maquillaje, un poco de rubor por los pómulos para destacarlos, re-delinear lo delineado con antelación, limpiar los labios del carmín que les vestía y colorearlos con el mismo tono al final, todo ello parte de la rutina matutina con la cual Laura inicia su mañana.

Comienza revisando un expediente que hace referencia al irregular historial financiero de una persona para ella desconocida, lo que si resulta de su dominio es que gran parte de la serie de elementos enunciados tienen lugar en un punto geográfico no del todo desconocido para ella, el nombre del pueblo en el cual el señor M., foco de análisis para el ejercicio crediticio, desarrolla sus actividades laborales es un lugar cercano a las tierras en las cuales Laura pasó su primera infancia.

Vienen a su mente despertares al alba, corriendo las tres hermanas hacía la gruta, en el camino los amplios vestidos eran bañados por el rocío y servían de cesta improvisada para  recolectar distintos tipos de flores, y si había suerte algunos pomelos u otros frutos comestibles.

Ahora esas carreras se siguen dando, solo que las lleva a cabo en soledad, no son ya una competencia infantil que baña de gloria a la ganadora, sino una lucha diaria para obtener un buen lugar en el transporte público, los amplios vestidos los usó al inicio de su incursión al bosque de asfalto, solo que conforme fue recolectando en distintas mañanas, ya no pomelos, ni fresas, cerezas o ciruelas, sino silbidos, miradas y hasta intentos de invasión a su espacio personal, optó por modificar su atuendo, del amplio vestido pasó a faldas ejecutivas y finalmente a traje sastre, pantalón, blusa y saco para protegerse en un mundo en el cual pese a distintas consignas, mensajes en los medios y discursos continuos, sigue prevaleciendo la ley del más fuerte, y este al parecer, en los tiempos actuales y en el lugar donde lleva a cabo su cotidiana existencia, sigue siendo la —muchas veces lasciva— figura masculina.

Imprime el sello de aprobado en la cara superior del sobre que contiene el grueso expediente de M., sin siquiera leerlos borra los sesenta y cuatro mensajes urgentes de su bandeja de entrada, responde con cinco palabras a cada uno de los siete mensajes de su teléfono celular, devora la sexta galleta de la mañana y arroja el paquete vacío al cesto de la basura, definitivamente los frutos del éxito no empatan con lo soñado, se dice a si misma mientras hace desaparecer para siempre con un sorbo que parece eterno, esa desagradable mezcla de agua caliente y polvo carente de alma que sus compañeros de oficina —y una gran parte de habitantes de los bosques de asfalto— han dado por llamar café.

martes, 30 de septiembre de 2014

Los más vendidos

Después de comer acompañado de sus amigos, se decide a emprender la caminata, a tres cuadras del hogar se encuentra un parque donde gusta de pasar las tardes, siempre y cuando el cuerpo dé permiso al corazón.

Hoy hace justamente setenta y dos años que los ojos de Glen vieron la luz, recuerda su sexto cumpleaños, el pastel de chocolate se encontraba aún en el horno de la estufa de hierro con pintura color pistache, no contaba con ventana de cristal, así que el olfato era el fiel aliado de las cocineras de casa, de una aguzada nariz dependía si lo que se horneaba se transformaría en suculento manjar o en kilos de carbón que terminaban en el cesto de la basura.

Mientras su madre daba los toques finales a una gelatina de fresa, él, junto con sus hermanos y amigos de la escuela jugaba en el patio de la casa a las canicas; era el turno del gran Matías, llamábanle así no por su habilidad con las esferas de cristal que son arrojadas por la fuerza del pulgar sobre el suelo, sino por su gran tamaño, pese a ser el menor del grupo en edad, bien podría hacerse pasar por estudiante del último grado.

Como era costumbre, el tiro de Matías pasó muy lejos del objetivo, fue el turno de Glen, y tal vez por el soplo mágico de los duendes que acompañan para bien a los niños en sus cumpleaños, logró una serie de diecisiete tiros acertados, el grupo lo ovacionó y feliz recogió las canicas que ahora le pertenecían, tomó una con su mano izquierda y guardo el resto en el bolsillo trasero de su pantalón.

Mientras el grupo completo corrió a la voz de la madre de Glen, llamando a todos para comer, él se quedó mirando atentamente la canica que había robado su atención, contemplaba embelesado cada uno de sus detalles, maravillándose por como lo que hace unos minutos era solo una bola más en un grupo de ellas, cobraba ahora una identidad propia, siendo especial ante sus ojos.

La figura de la canica poco a poco se borra, los sabores de aquel  pastel de chocolate y la frescura de la gelatina de fresa desaparecen de su paladar, aquel Glen de seis años dice hasta luego al de setenta y dos.

La imagen que esta ahora frente al Glen mayor no es ya la de una canica, en su lugar se ha colocado una vitrina que exhibe los libros de mayor éxito comercial del último semestre, observa la portada de cada uno de ellos desde el exterior de la tienda, para corroborar lo que la primera imagen le decía se decide a entrar y leer detenidamente la sinopsis de la contraportada, agradece al encargado la paciencia mostrada durante las casi dos horas que permaneció escrutando cada uno de los materiales sin hacer compra alguna, y sale de la tienda.

Las horas han pasado, es tiempo ya de regresar al “Hogar del eterno Otoño”, nombre que lleva el acilo en el cual Glen tiene su morada.

Emprende la caminata, los duendes que le visitaron en aquella tarde gloriosa en el juego de canicas han recordado su cumpleaños y desean ser parte del festejo, solo que él ya no siente más su aliento, se siente triste, en las tres cuadras que recorre para llegar a casa se le ve llorando, a la par en su mente se hace una y otra vez la misma pregunta:

¿Por qué ya nadie escribe sobre los viejos?

martes, 23 de septiembre de 2014

Fin e inicio de un camino

Un individuo de gruesas carnes se desplaza por una ciudad cualquiera a bordo de su motocicleta, se empareja con un auto en un semáforo, arranca primero que el automóvil y en pocos segundos lo adelanta, debiendo para ello brincarse un alto, dobla a la derecha y se enfila a su destino, después de andar unos cuantos kilómetros detiene la marcha, estaciona el vehículo y se dispone a iniciar el día.

Del morral que cuelga en sus hombros extrae las llaves que han de abrir los gruesos candados que vigilan celosamente y durante las noches la cortina de acero principal, una vez que estos rudos y fríos especímenes han cedido ante la precisión sutil de las llaves correspondientes el acceso se hace posible, bastará recorrer la puerta de cristal enmarcada en aluminio para encontrarse ya dentro, cuando segundos antes se estaba afuera.

Al interior se encuentra un perfecto piso de duela, la decoración escasa y más del tipo industrial se percibe en los alrededores, nuestro protagonista se dirige a un rincón y conecta la parrilla eléctrica, sobre de ella ha de colocar una tetera de metal, en su interior el rooibos se entrega esplendorosamente al agua para compartir su sabor, al paso de los minutos la división agua/planta no existe más, todo se sintetiza en un néctar digno de cualquier Dios, mas allá del marco religioso o místico que quiera hacer la respectiva aportación.

Con el termo de litro lleno a tope, Mario se dirige a su escritorio, sobre de el coloca la lonchera de metal con grabados de Birdman y fondo celeste que emula un vasto cielo, del interior extrae una Focaccia de cebolla y orégano, cada una de las caras internas del pan han sido untadas con aderezo de queso, mezclado con mayonesa y con unas cuantas gotas de cátsup y jalapeño liquido, ha incluido también dos trozos de salame, una rebanada de queso gouda y dos rodajas de tomate. Antes de dar el primer mordisco decide contemplarlo, orgulloso de su deliciosa creación matutina, no solo se vale de los ojos para el ejercicio de comunión que lleva a cabo con su desayuno, se enlaza con él también a través del olfato, los tonos que logra captar hacen que sus papilas gustativas se encuentren saltando, mucho antes de siquiera tocar una pizca, poco a poco lo dirige hacía su boca, se detiene a medio camino, es preciso también nutrir la experiencia culinaria con la recepción de notas aromáticas emergidas del té, hace lo propio, y tiene ahora si su magnifica combinación.

El encuentro de Mario con su comida no me atrevo a describirlo, me quedaré totalmente corto con lo que al respecto pueda decir, sumado al hecho de que la intimidad que se dio entre todos los implicados en esa experiencia, vale la pena no hacerla pública.


Pasan un poco más de treinta minutos, Mario sintoniza la radio por Internet, el Csárdás de Monti inunda el local, se para de su silla y coloca el cartel de “abierto” sobre la puerta principal, es momento dar la bienvenida a los primeros clientes de su tienda.