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martes, 16 de diciembre de 2014

Impecable viaje

Enfundado en pantalón de mezclilla y chamarra del mismo material se le ve salir de casa, abandona el cuarenta y nueve de la calle Madrid abrazando fuertemente a sus dos hijas y besando a su esposa, camina tres cuadras y a los pocos minutos aborda el transporte público, se dirige a los asientos del rincón y se instala en uno de ellos, por la ventana observa a la gente en su presuroso andar, cargando grandes bolsas y cajas con papel de regalo en su exterior, en el interior del autobús viajan solo seis personas contando al chófer.

El camino transcurre sin contratiempo, pide la parada con anticipación y baja por la puerta de atrás, como marcan los cánones, seguirlos siempre es parte de su forma de ser, tradición heredada a su inconsciente desde muchas generaciones que le preceden en su andar por la tierra.

Hace su checada con tres minutos de anticipación, retira un café de la máquina expendedora y lo lleva consigo hasta su área de trabajo junto con dos periódicos que algún viajero ha dejado abandonado en los asientos de la sala de espera.

En el interior de “su” cuarto de aseo todo se encuentra debidamente organizado, al no existir  incidentes que requieran atención inmediata se decide a regalarse un momento de tranquilidad junto con su café y los diarios. Transcurridos veintiséis minutos ha leído ya las noticias que le parecieron relevantes, el café también fue bebido en totalidad y hasta resolvió nueve palabras del crucigrama, por lo cual piensa que el momento de iniciar labores ha llegado.

Sale del cuarto de limpieza con su cubeta roja y el trapeador lanudo, su preferido, así como el resto de los enseres necesarios, montados todos en su inseparable “carrito” azul; recorre cada uno de los pequeños cubículos, con pisos que ante su toque pasan de opacos y fétidos a pulcros y bienolientes. Terminada la faena de las oficinas apaga las luces de toda la sección de empleados, tal como se lo han encomendado el día anterior.

Sus tareas tienen ahora lugar en la sección pública de la estación, al ser una central de autobuses de poco cupo, el trabajo que se exige es de baja intensidad pero en lapsos más o menos frecuentes: un pasajero derramó refresco y hay que limpiar, un niño que se mantuvo de pie sobre el asiento que requiere ser sacudido, recoger tres o cuatro bolsas de papás fritas o papel de estraza en el cual momentos antes se encontraban envueltas un par de tortas, pétalos de flores que cayeron de los ramos con el cual el novio recibió a su amada y una variedad de situaciones similares.

Mientras hacía brillar con su franela los vidrios de la ventanilla número cinco de la línea de autobuses de primera clase, recibe el llamado de una de las personas que se encuentran en la estación en espera de la llegada de una de las corridas, ésta  le susurra al oído que ha tenido un incidente en los baños y se retira apenada.

Sin gesto de molestia y habituado a dicho tipo de situaciones, pausa la limpieza de las ventanillas, acude al cuarto de aseo para tomar la cubeta usada en las contingencias de dicha naturaleza y tomando agua del grifo situado en la zona de andenes, la llena a tres cuartas partes de su capacidad, con ella a cuestas ingresa nuevamente a la sala de espera de la estación, da tres golpes sobre la puerta del baño de damas antes de entrar, para tener certeza de que se encuentra vacío, confirmado ello, se desplaza al interior y da inicio la labor de higiene.


Dos pitidos del reloj digital colocado en su muñeca izquierda indican que comienza un nuevo día, mira con nostalgia los tres pares de dígitos separados entre sí por diagonales, acto seguido deposita el total del contenido de la cubeta en el interior del retrete, un caldo compuesto por agua y limpiador con aroma a pino, olor muy característico de las presentes fechas, aroma que asocia con el recién iniciado jueves de Navidad.

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