La lluvia rodea el acorazado, se desplaza a
30 nudos hacia la costa Norte de un —hasta hace poco— pobre país, en el cual se
ha descubierto un yacimiento petrolero en su litoral costero; dicha noticia
solo ha sido conocido por los jerarcas del pueblo, dado que, pese a la
modernidad que caracteriza a los tiempos actuales, el grueso de la población
del pequeño país en cuestión carece incluso de los víveres necesarios cada día
en sus improvisadas alacenas de cartón, que decir de Internet o telefonía móvil;
los indicadores de desarrollo, por los suelos en décadas anteriores, se
pronostican con significativo avance para el lustro venidero, los
representantes de las Cámaras celebran el descubrimiento con vino burbujeante,
importado exclusivamente para la ocasión, la fiesta Nacional de las capitales,
usualmente no lo es así en las provincias; listones de colores, vajillas de
materiales exóticos y poco vistos en la nación, lo mismo en las bandejas de
bocadillos y en los platillos principales que son servidos en el banquete,
entre clérigos, mandatarios nacionales, los congresistas antes señalados y por
supuesto el líder absoluto del territorio.
En las colonias populares de la Bahía Azul un niño juega al Criquet con su palomilla, el equipo rival lleva un récord impresionante sobre su grupo, ganando diez de los últimos once juegos; parece
ser que la mala racha al fin será rota, teniendo como líder el infante
en cuestión, el equipo “local” lleva un ritmo de juego
impresionante, la victoria parece cuestión de trámite, basta con finalizar la
entrada en curso.
El sol que presumía su brillo excepcional,
poco a poco cede paso a las sombras, el juego que estaba por culminar se ve
interrumpido, los niños de la Bahía Azul ven acercarse a un enorme barco, muy
diferente a las pequeñas embarcaciones a las que están habituados, muchos de
ellos por ser hijos de pescadores; a diferencia de las lanchas de sus padres,
en las cuales día a día se hacen a la mar en pro de la vida de la comunidad, la
gran mole acerada parece ser un artefacto que lleva como encomienda la muerte,
los niños lo presienten, y lo corroboran al percatarse de que la barca gigante
no está sola, a su lado se hallan otras naves con el mismo diseño y esencia
mortal.
En ese país, mientras en la capital, la
fiesta de varios días está en su culminación, mientras el presidente ha perdido
figura, los representantes espetan diatribas contra la servidumbre y frases de
acoso ante las féminas, donde el Champagne y las ostras han sido mezcladas con
los guisos tradicionales de la hasta hace poco pobre nación; en ese mismo
espacio territorial, existen otros lugares, otras personas, otros usos y
costumbres, y todos, absolutamente todos, están a segundos de ser aniquilados,
no habrá tiempo para demagogia, para falsas promesas, para sainetes teatrales
que hacen oda a la democracia, tampoco habrá un segundo más para ese último out que de la victoria al equipo
“local”; la flotilla enviada por alguna gran nación, con un pretexto cualquiera,
ha ensamblado ya las armas, no importan las opiniones que se comparten en las
asambleas mundiales, ni los tratados de paz, ni la experiencia final que
regalan las guerras mundiales, la hermandad y sentido humano desaparecen ante
el poder del capital.
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Marco deja ya esos
charcos y métete a la casa que te vas a enfermar.
Ante esto un niño abandona los diez barcos de
papel construidos y depositados en los lagos e islas que ha formado la lluvia, debido
a ello ha quedado sin conclusión la presente historia, rara por cierto, que
solo tiene lugar en el mundo de la imaginación infantil; porque en la vida
real, los misiles sí son disparados y las pequeñas naciones se aniquilan al por
mayor, más nadie conoce su impacto letal, nadie hace caso; porque cada uno de
los gobiernos, tienen sus propias formas para disuadir la atención y callar la
consciencia de su pueblo, para de esa manera poder seguir jugando, no con barcos
de papel, tampoco al criquet, sino con ostras y licor burbujeante, en pro de la
celebración del ascenso a los primeros planos del mundo.