Cuantas
veces encontrándote en una ciudad distinta a la que te vio nacer, o en la que se
ha desarrollado la mayor parte de tu vida, te descubres llevando a cabo
acciones que comúnmente no realizas en el lugar donde has decidido vivir.
Viajando
en transporte público, comprando una fritura en un puesto instalado sobre
cualquier banqueta, tomando un desayuno calmadamente y regalándote el tiempo
necesario para llevarlo a cabo, caminando largos trayectos, tomando dos o tres
rutas de transporte público sin quejarte por ello, fotografiando cada novedad,
que en realidad es todo porque ante tus ojos no había sido mostrado; en cada
una de estas acciones que llevas a cabo se muestra un tú distinto, uno muy
diferente al que existe cuando te enrolas en la vida diaria.
Aquel
ser que despierta maldiciendo al reloj despertador o su equivalente
electrónico, que toma un baño ultraexpress, que compra el café en cualquier
centro comercial que quede a paso, aquel que da bocados clandestinos al sándwich
de la mañana, aprovechando que no existe labor que realizar por unos minutos,
este ser de cada día, parece esfumarse cuando tus pies andan por tierras
distintas a las que habitualmente recorres; sea por vacaciones, viaje de
trabajo, o cualquier otro motivo; es muy importante que el día de hoy tomes
consciencia sobre esos dos rostros que muestra tu persona, aquellas conductas que
se activan al alejarte de las sombras de tu ciudad y las que comienzan a
mostrarse cuando un nuevo lugar te da acogida.
Una
vez que tomaste consciencia de la fragmentación de tu persona, llega el momento
de la integración, a final de cuentas no se trata del típico –y tantas veces explotado en la literatura– caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, sino de un mismo Ser, de
un mismo Tú, que justo ahora me privilegia con su lectura, aquel que golpetea
incesantemente el piso del transporte público en la ciudad cotidiana, es la
misma persona que desea que el viaje que en
tierras ajenas se prolongue eternamente, para seguir disfrutando el
paisaje, el café que compras y consumes casi al instante en un día “normal”, es
en muchas ocasiones de mayor calidad que aquel que calificas de sublime en la
cafetería “extranjera”, solo que el de la vida diaria lo aderezas con las
prisas y el estrés, mientras que con el ajeno sirves a la par calma y
tranquilidad, las filas de un banco de la ciudad que habitas andan muchas veces
más rápido que las inmensas filas del cajero automático del cual retirarás
trescientos pesos para la comida que realizarás en aquel restaurante de la
ciudad que te cobija de manera temporal que tanto ha llamado tu atención.
Entre
tantas situaciones tan similares y distintas a la vez interpones tu lente
interpretativo, coloreas los momentos según tus tonos predilectos, y al poner
en la balanza la eterna ciudad que ha visto tus pasos durante tantos años y
aquella que recorres solo algunos días o semanas del año, resulta favorable el
juicio para la que menos te ve y en la cual paradójicamente te mantienes alerta
para lograr captar la mayoría de sus imágenes, deseando con ello capturar en tu
memoria una serie de fotografías para añorar cuando te encuentres girando sobre
la rueda de la rutina.
Por
eso hoy decido poner un poco de color azul, tonos de verde y unas gotas de
pigmento carmín en mis puntos geográficos cotidianos, el día de mañana
recorreré la ciudad en bicicleta, o por lo menos una parte de ella, y en dicho
recorrido me mantendré al tanto de lo novedoso que puede existir en lo
cotidiano, disfrutaré de las personas que a la par de mi circulen por las
calles, el café del negocio de la esquina tendrá un sabor distinto, o más bien
único, dado que dejaré de lado cualquier vestigio de memoria, para evitar con
ello la comparación, tomaré el pincel y con mi paleta pondré colores en mi
cotidianidad, y que es sino el color sino una descomposición de la luz, y que
es sino la luz sino la ausencia de carencia, es decir: “habrá donde
cotidianamente daba por hecho que no había”, en este caso lo que habrá será luz
descompuesta por el prisma en una variedad eterna de musas multicolor, que
gustan de danzar por la ciudad, disfrazadas de escenas y personas cotidianas.