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martes, 26 de agosto de 2014

Luz para la cotidianidad

Cuantas veces encontrándote en una ciudad distinta a la que te vio nacer, o en la que se ha desarrollado la mayor parte de tu vida, te descubres llevando a cabo acciones que comúnmente no realizas en el lugar donde has decidido vivir.

Viajando en transporte público, comprando una fritura en un puesto instalado sobre cualquier banqueta, tomando un desayuno calmadamente y regalándote el tiempo necesario para llevarlo a cabo, caminando largos trayectos, tomando dos o tres rutas de transporte público sin quejarte por ello, fotografiando cada novedad, que en realidad es todo porque ante tus ojos no había sido mostrado; en cada una de estas acciones que llevas a cabo se muestra un tú distinto, uno muy diferente al que existe cuando te enrolas en la vida diaria.

Aquel ser que despierta maldiciendo al reloj despertador o su equivalente electrónico, que toma un baño ultraexpress, que compra el café en cualquier centro comercial que quede a paso, aquel que da bocados clandestinos al sándwich de la mañana, aprovechando que no existe labor que realizar por unos minutos, este ser de cada día, parece esfumarse cuando tus pies andan por tierras distintas a las que habitualmente recorres; sea por vacaciones, viaje de trabajo, o cualquier otro motivo; es muy importante que el día de hoy tomes consciencia sobre esos dos rostros que muestra tu persona, aquellas conductas que se activan al alejarte de las sombras de tu ciudad y las que comienzan a mostrarse cuando un nuevo lugar te da acogida.

Una vez que tomaste consciencia de la fragmentación de tu persona, llega el momento de la integración, a final de cuentas no se trata del típico y tantas veces explotado en la literatura caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, sino de un mismo Ser, de un mismo Tú, que justo ahora me privilegia con su lectura, aquel que golpetea incesantemente el piso del transporte público en la ciudad cotidiana, es la misma persona que desea que el viaje que en  tierras ajenas se prolongue eternamente, para seguir disfrutando el paisaje, el café que compras y consumes casi al instante en un día “normal”, es en muchas ocasiones de mayor calidad que aquel que calificas de sublime en la cafetería “extranjera”, solo que el de la vida diaria lo aderezas con las prisas y el estrés, mientras que con el ajeno sirves a la par calma y tranquilidad, las filas de un banco de la ciudad que habitas andan muchas veces más rápido que las inmensas filas del cajero automático del cual retirarás trescientos pesos para la comida que realizarás en aquel restaurante de la ciudad que te cobija de manera temporal que tanto ha llamado tu atención.

Entre tantas situaciones tan similares y distintas a la vez interpones tu lente interpretativo, coloreas los momentos según tus tonos predilectos, y al poner en la balanza la eterna ciudad que ha visto tus pasos durante tantos años y aquella que recorres solo algunos días o semanas del año, resulta favorable el juicio para la que menos te ve y en la cual paradójicamente te mantienes alerta para lograr captar la mayoría de sus imágenes, deseando con ello capturar en tu memoria una serie de fotografías para añorar cuando te encuentres girando sobre la rueda de la rutina.


Por eso hoy decido poner un poco de color azul, tonos de verde y unas gotas de pigmento carmín en mis puntos geográficos cotidianos, el día de mañana recorreré la ciudad en bicicleta, o por lo menos una parte de ella, y en dicho recorrido me mantendré al tanto de lo novedoso que puede existir en lo cotidiano, disfrutaré de las personas que a la par de mi circulen por las calles, el café del negocio de la esquina tendrá un sabor distinto, o más bien único, dado que dejaré de lado cualquier vestigio de memoria, para evitar con ello la comparación, tomaré el pincel y con mi paleta pondré colores en mi cotidianidad, y que es sino el color sino una descomposición de la luz, y que es sino la luz sino la ausencia de carencia, es decir: “habrá donde cotidianamente daba por hecho que no había”, en este caso lo que habrá será luz descompuesta por el prisma en una variedad eterna de musas multicolor, que gustan de danzar por la ciudad, disfrazadas de escenas y personas cotidianas.

martes, 5 de agosto de 2014

Paseo en el parque con la polola

Engomar el cabello como requisito inicial, emular un peinado visto en alguno de los carteles de la calle de Mo, aquel corredor en el cual se encuentra el viejo café, cinco cuadras antes es posible percatarse de que la mezcla esta siendo ya preparada, conforme uno se acerca es posible saborear con la nariz los toques de madera con arcilla fresca en los granos de arábica; si se dispone a entrar recomiendo la mesa de la esquina, aquella que se encuentra al lado de esa replica del Guernica tan bien elaborada, después de admirarla por tres eternidades habrá que ordenar un elixir oscuro para que ilumine el instante que se vive.

Mientras se espera la bebida puede usted tomar algunos de los textos de los autores locales, si busca las formas típicas del arte absténgase de ello, no encontrará perfectas formas literarias ni novelas estructuradas como indican los cánones predominantes, sino más bien las almas de los virtuosos de las letras entregadas en manchas de tinta sobre pedazos de papel, que algunos optan por llamar letras.

Colocada ahora frente a usted y sobre su mesa se encuentra la taza de cerámica, con grabados arquetípicos, un tótem de fondo que se pierde entre rostros esquimales, incrustaciones de madera, todo pintado a mano.

El sabor de su néctar opto por no describirlo, basura de textos que por más profundos y elaborados que logre orquestarlos, no podrán transmitir el espíritu de lo que usted beberá, si acaso pueda usted imaginarlo, más cuando su imaginación se conjugue con la experiencia, el proceso imaginativo será anulado, su cuerpo entero suspenderá toda tarea y proceso que en ese momento se lleve a cabo, para dedicarse en exclusiva al festín ofrecido por los granos que sacrifican sus cuerpos al engranaje de un molino, del cual nieva polvo sacro que sueña con sintetizarse con el vital liquido, para de esa manera convertirse en una corriente eterna que irriga  las almas y baña los sueños.

El café se ha terminado, la mesera se acerca cortésmente con el papel que tiene impreso unos números, los cuales según dice ella son el precio del liquido, para mi la experiencia no debe ser tazada con capital, dado que todo el existente en la tierra, no solo hoy, sino desde tiempos pasados hasta los fines de este, no alcanzaran para gratificar lo acontecido.


Mi recuerdo se extingue, me vuelvo a conectar con el “presente”, volteo hacía el espejo y doy los toques finales a mi peinado, tomó mi abrigo y me dirijo a la calle, la polola espera ya desde hace cinco minutos sobre la banca del parque, es domingo, iremos a pasear.