Después
de comer acompañado de sus amigos, se decide a emprender la caminata, a tres
cuadras del hogar se encuentra un parque donde gusta de pasar las tardes,
siempre y cuando el cuerpo dé permiso al corazón.
Hoy
hace justamente setenta y dos años que los ojos de Glen vieron la luz, recuerda
su sexto cumpleaños, el pastel de chocolate se encontraba aún en el horno de la
estufa de hierro con pintura color pistache, no contaba con ventana de cristal,
así que el olfato era el fiel aliado de las cocineras de casa, de una aguzada
nariz dependía si lo que se horneaba se transformaría en suculento manjar o en
kilos de carbón que terminaban en el cesto de la basura.
Mientras
su madre daba los toques finales a una gelatina de fresa, él, junto con sus
hermanos y amigos de la escuela jugaba en el patio de la casa a las canicas; era
el turno del gran Matías, llamábanle así no por su habilidad con las esferas de
cristal que son arrojadas por la fuerza del pulgar sobre el suelo, sino por su gran
tamaño, pese a ser el menor del grupo en edad, bien podría hacerse pasar por
estudiante del último grado.
Como
era costumbre, el tiro de Matías pasó muy lejos del objetivo, fue el turno de
Glen, y tal vez por el soplo mágico de los duendes que acompañan para bien a
los niños en sus cumpleaños, logró una serie de diecisiete tiros acertados,
el grupo lo ovacionó y feliz recogió las canicas que ahora le pertenecían, tomó
una con su mano izquierda y guardo el resto en el bolsillo trasero de su
pantalón.
Mientras
el grupo completo corrió a la voz de la madre de Glen, llamando a todos para
comer, él se quedó mirando atentamente la canica que había robado su atención,
contemplaba embelesado cada uno de sus detalles, maravillándose por como lo que
hace unos minutos era solo una bola más en un grupo de ellas, cobraba ahora una
identidad propia, siendo especial ante sus ojos.
La
figura de la canica poco a poco se borra, los sabores de aquel pastel de chocolate y la frescura de la
gelatina de fresa desaparecen de su paladar, aquel Glen de seis años dice hasta
luego al de setenta y dos.
La
imagen que esta ahora frente al Glen mayor no es ya la de una canica, en su
lugar se ha colocado una vitrina que exhibe los libros de mayor éxito comercial
del último semestre, observa la portada de cada uno de ellos desde el
exterior de la tienda, para corroborar lo que la primera imagen le decía se
decide a entrar y leer detenidamente la sinopsis de la contraportada, agradece
al encargado la paciencia mostrada durante las casi dos horas que permaneció
escrutando cada uno de los materiales sin hacer compra alguna, y sale de la
tienda.
Las
horas han pasado, es tiempo ya de regresar al “Hogar del eterno Otoño”, nombre
que lleva el acilo en el cual Glen tiene su morada.
Emprende
la caminata, los duendes que le visitaron en aquella tarde gloriosa en el juego
de canicas han recordado su cumpleaños y desean ser parte del festejo, solo que
él ya no siente más su aliento, se siente triste, en las tres cuadras que
recorre para llegar a casa se le ve llorando, a la par en su mente se hace una
y otra vez la misma pregunta: