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martes, 30 de septiembre de 2014

Los más vendidos

Después de comer acompañado de sus amigos, se decide a emprender la caminata, a tres cuadras del hogar se encuentra un parque donde gusta de pasar las tardes, siempre y cuando el cuerpo dé permiso al corazón.

Hoy hace justamente setenta y dos años que los ojos de Glen vieron la luz, recuerda su sexto cumpleaños, el pastel de chocolate se encontraba aún en el horno de la estufa de hierro con pintura color pistache, no contaba con ventana de cristal, así que el olfato era el fiel aliado de las cocineras de casa, de una aguzada nariz dependía si lo que se horneaba se transformaría en suculento manjar o en kilos de carbón que terminaban en el cesto de la basura.

Mientras su madre daba los toques finales a una gelatina de fresa, él, junto con sus hermanos y amigos de la escuela jugaba en el patio de la casa a las canicas; era el turno del gran Matías, llamábanle así no por su habilidad con las esferas de cristal que son arrojadas por la fuerza del pulgar sobre el suelo, sino por su gran tamaño, pese a ser el menor del grupo en edad, bien podría hacerse pasar por estudiante del último grado.

Como era costumbre, el tiro de Matías pasó muy lejos del objetivo, fue el turno de Glen, y tal vez por el soplo mágico de los duendes que acompañan para bien a los niños en sus cumpleaños, logró una serie de diecisiete tiros acertados, el grupo lo ovacionó y feliz recogió las canicas que ahora le pertenecían, tomó una con su mano izquierda y guardo el resto en el bolsillo trasero de su pantalón.

Mientras el grupo completo corrió a la voz de la madre de Glen, llamando a todos para comer, él se quedó mirando atentamente la canica que había robado su atención, contemplaba embelesado cada uno de sus detalles, maravillándose por como lo que hace unos minutos era solo una bola más en un grupo de ellas, cobraba ahora una identidad propia, siendo especial ante sus ojos.

La figura de la canica poco a poco se borra, los sabores de aquel  pastel de chocolate y la frescura de la gelatina de fresa desaparecen de su paladar, aquel Glen de seis años dice hasta luego al de setenta y dos.

La imagen que esta ahora frente al Glen mayor no es ya la de una canica, en su lugar se ha colocado una vitrina que exhibe los libros de mayor éxito comercial del último semestre, observa la portada de cada uno de ellos desde el exterior de la tienda, para corroborar lo que la primera imagen le decía se decide a entrar y leer detenidamente la sinopsis de la contraportada, agradece al encargado la paciencia mostrada durante las casi dos horas que permaneció escrutando cada uno de los materiales sin hacer compra alguna, y sale de la tienda.

Las horas han pasado, es tiempo ya de regresar al “Hogar del eterno Otoño”, nombre que lleva el acilo en el cual Glen tiene su morada.

Emprende la caminata, los duendes que le visitaron en aquella tarde gloriosa en el juego de canicas han recordado su cumpleaños y desean ser parte del festejo, solo que él ya no siente más su aliento, se siente triste, en las tres cuadras que recorre para llegar a casa se le ve llorando, a la par en su mente se hace una y otra vez la misma pregunta:

¿Por qué ya nadie escribe sobre los viejos?

2 comentarios:

  1. Maestro logra Usted trasladarme con su narrativa a imaginarme el personaje... Cumple con el propósito... Gracias.

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    1. Gracias por compartir tu tiempo con mis letras, así mismo agradezco enormemente tus comentarios; referente al personaje, que puedo decirte, alguien que ha decidido cruzarse en el camino de un observador cualquiera, añorando tanto y compartiendo su experiencia, invitando a que la próxima vez que nos topemos con una persona de avanzada edad le otorguemos un abrazo, quizá, si la vida es generosa, en algunos años más seamos nosotros los que deambulemos por las librearías, los cafés, las ciudades.

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