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martes, 21 de abril de 2015

La vida sin argumentos

Planteaba Unamuno en la parte final de su novela “Don Sandalio Jugador de Ajedrez” el cómo se eligen libros, novelas en el caso que a él le ocupaba, solo por conocer previamente sus argumentos, entonces al leerlas, no era más que por precisamente encontrar en ellas lo que previamente ya esperaba el lector encontrar.

Que tanto aplica lo anterior a la vida cotidiana, en que medida la búsqueda de dicha cotidianidad marca el curso corriente de los días, cuantas ocasiones al iniciar un “nuevo” día, dicha novedad no radica más que en que lo único diferente del día anterior es el nombre con el cual se le denomina.

Deambulaba por las calles de la ciudad con las ideas anteriores en la cabeza, cuando al voltear a la acera izquierda veo a un anciano tendido sobre la hierba de un camellón, justo en el momento en que mi mirada se cruzó con él, sacó una sombrilla y la encajó para con ella amainar el poder del sol, extiende un mantel sobre el pasto y encima coloca una botella de refresco vacía y dentro de ella una flor, que parece ser un tulipán, de colores naranja con toques de amarillo.

Una vez decorada la improvisada estancia se le ve dar un sorbo a una bebida que guarda celosamente en un termo de acero, de un litro de capacidad, mientras degusta el líquido devora a la par y con gran velocidad las páginas de uno de los tres libros que se encuentran depuestos sobre la grama.

Transcurren cerca de siete minutos y el cuadro anterior no presenta cambio alguno, el viejo sobre el pasto, termo en una mano y libro en la otra, soltando uno y otro en distintas ocasiones, el termo para cambiar de página y el libro para beber del néctar; hasta que, en cuestión de segundos la fotografía anterior comienza a modificarse, a la escena se agrega un auto de la policía local, en el cual, después de dar dos rondines, los pasajeros del vehículo se deciden a parar e interrogar al anciano, intercambian algunas palabras, las del viejo pulcras y elaboradas, las de los agentes prolijas y simples; el rictus del hombre de avanzada edad se mantiene sereno mientras el de sus entrevistadores se pone cada vez más colérico, al final, con exceso de fuerza y abusando totalmente de la autoridad, que sin pedírsenos,  el pueblo les ha concedido, es trepado a la parte trasera del vehículo, esposado y despojado de sus objetos personales, los cuales se confiscan como prueba del atentado cometido, quienes presenciamos dicha escena no podemos ser más que mero auditorio, el cerco formado por otras tres patrullas que fueron solicitadas como refuerzos mediante el aparato de radiocomunicación, limita las posibilidades de tomar un rol protagonista.


La patrulla se marcha y el anciano no se ve más, se le llevará frente a los encargados de dictar justicia, es muy probable que sea condenado, los cargos serán cuidadosamente elaborados por los magnates de la burocracia, el discurso será tan ambiguo que en muchas palabras dirán poco, y de lo dicho casi nada será entendible; a final de cuentas nuestro hombre ya ha sido condenado, mucho antes de ser subido a la camioneta policial, condenado por los paseantes, por sus miradas, por los habitantes de las ciudades, por los miembros de la sociedad, condenado por atreverse a vivir distinto, por no pagar en un restaurante cualquiera tres veces más por la misma bebida que en su termo portaba, condenado también por no solo llevar consigo los libros como accesorios, sino por leerlos, y lo que es peor, no solo dar lectura a una parte de ellos en un momento de frenesí intelectual, sino el leerlos completamente, se le condena también por negarse a comprar los textos que se encuentran en las listas de los más vendidos, por no aceptar las desinteresadas sugerencias literarias de los medios de comunicación y elegir con libertad el material al cual ha de dar lectura, y por si lo anterior fuera poco, el peso mayor de su condena está basada en la actitud con la que enfrenta la vida, muy coincidente con ese tal Miguel de Unamuno que al principio del presente escrito rondaba mis pensamientos; porque el anciano, protagonista de la historia que ahora traigo ante ustedes, mi reducido y leal grupo de lectores, es partidario de dejar de lado las sinopsis de los libros, prefiere encontrarse con ellos página a página, sin esperar argumento alguno, saboreando cada letra y gozándola así, como ella se entrega, de manera auténtica;  sobra decir que dicha actitud también la muestra ante la vida, y por todo ello, las fuerzas de la autoridad le han llevado preso, por su propia seguridad, por la nuestra, por la de cada uno de los que en éstos momentos da lectura al presente texto, porque la vida hay que vivirla como marcan los cánones, hay que hacer lo que se “debe” hacer en cada una de sus etapas, ni antes ni después, siguiendo fielmente las indicaciones que nos son dadas al momento de nacer, al igual que la historia resumida que presentan las películas en su contraprotada, y en las cuales ya se sabe lo que sucederá de principio a fin, mucho antes de siquiera poner “play” a la cinta.

martes, 7 de abril de 2015

Encuentro nosocomial

Tres de la mañana, solicitud al área de urgencias, atiende el llamado de manera eficaz y oportuna, victima de un choque por exceso de velocidad su joven paciente ha tenido un encontronazo con un auto que circulaba a moderada velocidad por el carril contrario, dos y tres movimientos después, junto con las indicaciones al equipo que le acompaña en el turno, y finalmente se ha logrado establecer al paciente, su labor ha terminado, la persona en cuestión ha sido referida a otra área.

Recostada sobre el sillón del área de personal desenrolla la envoltura de una tablilla de chocolate, desde pequeña ha mostrado su repudio casi al total de golosinas, siendo solo adepta a la pieza utilizada para elaborar la tradicional bebida mexicana; más de un manotazo y regaño recibió en sus años de infante por su gusto ante dicho insumo, era reprendida también cuando su madre, justo cuando la leche se encontraba a punto de hervor, tomaba con su mano izquierda la tablilla y notaba sus bordes irregulares, seña inequívoca de que la pequeña roedora humana había hecho de las suyas.

En la computadora del área de descanso para personal accede al portal de internet en el cual es posible reproducir vídeos, particularmente busca elementos musicales, las danzas Húngaras de Brahms han estado rondando su mente todo el día, por lo cual ha llegado el momento de traerlas frente a sí, su deleite es tanto que pareciera ver como cada uno de los miembros de la filarmónica ejecutan magistralmente la intervención que les concierne.

A la par de la número 5 (danza) extrae un espresso de la maquina automática que hace las veces de empleado de cafetería de turno nocturno, la ventaja de tomarlo del artefacto es que se ahorrará una serie de interminables cuestionamientos sobre las características y viandas que acompañen su taza con café, la desventaja radica en que el sabor es cinco veces menos intenso y la calidad decae de manera significativa, aún así, y justo por ello, el contar con café en este punto del día, o de la noche, resulta gratificante.

Gota a gota la minúscula taza de cartón va recibiendo en su vacuo cuerpo la ennegrecida savia que desprenden los granos al ser presionados por el vapor, tararea su parte favorita de la pieza que suena en los altavoces del ordenador mientras el procedimiento se completa, casi a la par de concluir la canción, el llenado del recipiente ha sido completado también.

Tres con treinta y nueve minutos, el led de color carmín encendido en lo que respecta a las A.M., de un sorbo toma el café y siente como éste baña su ser interno, la música de la Orquesta de Viena se mezcla ahora con el altavoz del Hospital, en el cual desde hace varios segundos su Apellido es repetido, acompañado de la solicitud de su presencia en el área de Urgencias, justo en el momento en que se dispone a salir, atendiendo el llamado emitido por el altavoz, una compañera la intercepta, le da detalles del caso, se trata de una mujer, de entre veinte y treinta años de edad, causa de ingesta de sustancias medicamentosas ha caído en un estado critico, motivada por un conflicto no muy definido hasta ahora, ha ingerido las tabletas buscando poner fin a su vida.

Transcurridos algunos momentos, con una serie de acciones emprendidas por un gran número del personal en turno, con vaivenes de jeringas, aparatos, llantos y oraciones de familiares, después de una serie de intentos sobrehumanos, la mujer que yace en la cama hospitalaria ha logrado su cometido, su cuerpo ha dejado el plano de la vida sobre el tercer planeta del sistema solar.

El equipo se retira, salvo aquellos que han de dar la notificación  definitiva a los familiares y los responsables de brindar el acompañamiento implicado, después de asignar las tareas respectivas, ella también desaparece del área de emergencias.


Piensa en las posibilidades, en los escenarios alternativos, en los encuentros que solo se pueden dar ya en el plano de la imaginación; tal vez en un cuadro típico, pudiera ser sentadas en la banca de un parque cualquiera, al cobijo de la sombra de algún árbol, mientras esperan la llegada del transporte público que habría de llevarlas a cada una hacia su destino, ella le sonreiría tímidamente, se acercaría de manera cautelosa; respetaría el encuentro que se da entre el libro que descansa sobre sus manos y al cual da lectura, solo hasta que hiciera una pausa le dirigiría la palabra, le saludaría, intercambiaría dos o tres frases sin mucho sentido, y al final le compartiría la mitad de una tablilla de chocolate, la misma que en estos momentos muerde hasta acabar con ella, sentada en el rincón de un hospital despierto, mientras el resto de la ciudad parece aún estar dormida.