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martes, 24 de noviembre de 2015

Benemérita liberación

1 de la tarde, quisiera decir que el tic tac del reloj es lo primero que escuché, sin embargo desde hace tres años el artefacto diseñado para hacer creer que controlamos el tiempo, o lo que es más, que el tiempo es real, ha dejado de funcionar, sirve ocasionalmente de pisapapeles, tal vez de sostén de bragas que se secan al interior de la habitación.

Enjuago mi boca y la pestilencia no se va, no es hedor común lo que esta mañana invade la casa, creo que defecaré y daré dos inhaladas a la mierda del water antes de bajar la palanca, será una buena forma de que los aromas se mezclen y que la mierda externa se haga una con la interna.

Momento de creer en la magia, de que las teorías echadas por tierra en los años de bachiller adquieran validez,  pienso en ello a la par de la frase “generación espontánea”, abriendo y cerrando la puerta del viejo refrigerador una y otra vez, creyendo que con eso el tupper con frijoles mohosos se transformará en tocino que freír con un par de huevos, que la lechuga mutará en tortillas o si quiera rebanadas de pan, pero el viejo y enclenque profesor Martínez tenía razón, eso de la generación espontanea  fue mera falacia, ocurrencias de hombres que quisieron colarse en los anales de la ciencia, los dos tomates marchitos apoyan a Martínez, junto con un informe guiso que tiene siglos en el congelador.

Ni las energías ni la poca agua  que sale de la regadera dan para un baño completo, bastará con acicalamiento nivel transeúnte regular masificado.

Me arrastró por el pequeño departamento en busca del pantalón rojo con flores bordadas sutilmente en las nalgas, se que en el se encuentra mi salvación, revuelvo faldas, blusas, abrigos, y hasta una gorra deportiva, hasta que al fin lo encuentro, en nanosegundos mi mano ya hurgo en cuantas bolsas tiene, para finalmente ver de frente el sonriente rostro del hombre bienpeinado  justo al lado del hermoso número 20.

Emprendo camino hacia la pizzería artesanal de la esquina, a cada paso que doy la imagino toda hermosa vomitando queso, con salamie’s que pululan sobre toda ella, y que decir del baño de oliva que se dará mientras la observo, antes de entregarse a mi, no puedo decir que la boca se hace agua dado que el calor me impide notarlo, vuelta a la esquina y ya está, pasaré de la imaginación a los hechos.

Maldita sea, no hay pizza, no hay calzone y ni siquiera un jodido panino, ventanas atrancadas y cortina abajo, toda roja ella, burlándose de mi, con una hoja de papel al centro donde el propietario se excusa por un viaje que hizo de improviso, a la par avisa que en dos días más volverá y que se abrirá con regularidad, en los horarios que todos sus clientes conocemos.


Por algo el sabor a mierda en la boca, en la casa, en las calles, en el mundo; de nada ha servido rescatar a Juárez de entre los boletos del autobús, envolturas de goma de mascar y tickets de la ida más reciente al cine.