Jornada
pesada para Mauricio, un día de trabajo en que más de nueve veces las
referencias hacia su progenitora se hicieron presentes; si bien los trabajos “imposibles”
son parte de lo cotidiano, existen jornadas en las cuales lo solicitado supera
los límites de lo realizable, ya sea porque se está fuera de tiempo, porque se
han cometido errores irreparables o por omisiones producto del descuido de los
clientes.
La
primera de las clientes solicitaba simplemente la impresión de tres tantos de
un trabajo de finales de ciclo escolar, cálidamente saludó a Mauricio, podría
decirse que incluso flirteo con él, este respondía con pocas palabras a las
miradas y gestos de la joven, más con una alta cuota de carmín en sus mejillas,
la transformación de la solicitante inició cuando el procedimiento que
solicitaba tardaba más de lo habitual, Mauricio explicó detenidamente la
diferencia entre copiar un archivo a solamente hacerlo con algo que repetía se
llama “acceso directo”, hacía énfasis en una flechita’ que estos últimos
poseen, lo cual los distingue de los archivos completos. La joven tachó de
inepto a Mauricio, golpeo la pantalla de la computadora y finalmente arrancó
dos hojas de la impresora y las arrojó al cesto de basura, mencionando a la par
que es allí donde deberían encontrarse todos los empleados.
La
mañana avanzaba, el sinsabor matutino restó calidad al mocha que aún conservaba el calor y por el cual Mauricio pagaba un
día a la semana la mitad de lo equivalente al sueldo de una jornada de ocho
horas.
Los
clientes entraban y salían, la mayoría sin contratiempos, fotocopias,
impresiones, engargolados y horas de renta de una computadora se otorgaban sin
más, hasta que un enfadado señor de mediana edad solicitó a Mauricio que usara
sus habilidades de Hacker para
ayudarle con la clave de su cuenta de correo, el joven le interrogó sobre
diversos temas para dar con ella, el cliente solo repetía lo trascendente de
entrar a su buzón, dado esperaba un correo de gran importancia, insistió y al
final fue tajante en que la clave que el proporcionaba era la correcta, de la
misma manera que insistió y fue tajante sobre la ignorancia de los empleados
del lugar, sobre todo el que le había atendido en primera instancia, dado que
al final los tres empleados que se sumaron a los esfuerzos de Mauricio tuvieron
los mismos resultados y la cuenta permaneció cerrada, cual ostra que guarda la
preciada perla en lo más recóndito del mar, esperando solo la palabra amorosa
que el destinado a poseerla conoce, y que en realidad sabe en un rincón de su
consciencia ha olvidado, solo que antes de declararse como imbécil, opta por
hacerlo con los que en pos de ayudarle se le acercan, la perla no fue siquiera
vista, el sabedor de la palabra exacta se ha marchado sin pagar.
Con
el incidente descrito se puso fin a la jornada matutina, fue momento de
dirigirse hacia el lugar que en ese día se eligió para cumplir con el trámite
de la comida, tres tacos de canasta y un vaso con agua fresca de horchata
resultaban una justa oferta a cambio de los dieciocho pesos otorgados como
pago; sentado en uno de los bancos y con la mirada perdida sobre las calles
transcurrió el resto de la hora destinada para los alimentos.
Las
cuatro horas del turno vespertino tuvieron un desarrollo similar a los dos
pares de horas de la mañana, labores de rutina y conflictos intensos con
personas que parecían no escuchar razones, más allá de la propia idea que se tenía
sobre la magistral forma en que hacían ellos las cosas.
Mauricio
se despide de sus compañeros, el día de “mierda” ha finalizado, camina hacía la
esquina, mientras espera juega con las monedas que habrá que pagar al conductor
que lo lleva a casa, junto a él espera en la parada del autobús un hombre de
avanzada edad, saco desgastado y boina sobre la cabeza, entre sus manos un
libro, por más que se esfuerza, Mauricio no alcanza a distinguir el titulo;
justo en esas se encontraba cuando percibe a lo lejos como se acerca el
vehículo que ha de llevarlo a fin a casa, el hombre que a la par esperaba
extrae de su bolso el importe que ha de pagar por el servicio, ambos estiran la
mano en el momento exacto en que se percatan de que el autobús lleva pintado
sobre el parabrisas el nombre de la ruta deseada, aquella que se espera igual
que lluvia en el desierto después de dos años de sequía, las letras son más
grandes, el vehículo se encuentra ya a pocos metros, incluso es posible
imaginar lo agradable que será el camino, dado que existen alrededor de siete
asientos disponibles, el conductor les observa, a pocos metros del punto de
ascenso nota sus extendidas manos, intencionadamente pisa con fuerza el
acelerador en lugar del freno, los asientos son ahora solo un recuerdo, no
podrán ser disfrutados.
Era
la última ruta del día, nuestro protagonista lo sabe, es por ello que las nueve
veces que se hizo referencia a su progenitora en el trabajo son nada a
comparación de todo lo que al cada vez más lejano conductor le es dicho.
Después
de patear y golpear la nada, Mauricio decide irse a casa caminando, no sin
antes deshacerse de las monedas que cubrirían el costo de su pasaje, hace una
parada en un comercio cercano y regresa después a la banca en que momentos
antes se encontraba sentado esperanzado, anhelando la llegada del transporte;
su compañero de la noche no lee más, ahora son dos los que comen sopa.