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miércoles, 30 de julio de 2014

Vestigios de Consciencia

Subiendo peldaño a peldaño la inmensa e imponente escalera, en cada uno de los movimientos que doy me acerco al cielo, lo cual pudiera de cierta manera tomarse como algo “lindo”, sin embargo, mientras más se acerca uno a las nubes, más se aleja de la firmeza y seguridad de madre Tierra, coexisten a la vez dos perspectivas en el mismo acto, estas dadas por el mismo accionar, sumado a ello las interpretaciones que de la acción ejecutada puedan desprenderse de la mente inquieta de ustedes que justo ahora imaginan la escena y reflexionan sobre ello, al paralelo de la lectura.

La marcha vertical continúa, el viento besa mi mejilla, parece ser que conoce mi gusto por la cercanía y el contacto, el suelo se encuentra ya desaparecido, solo dos peldaños más, los cuales tembloroso piso, para finalmente encontrarme sobre la plataforma.

Desde ese punto privilegiado cuento con la posibilidad de observar el mundo entero, o por lo menos lo que respecta al tercer planeta del sistema solar, en el primer vistazo me es posible ya saborear las uvas del valle de Napa, giro un poco la cabeza y mis ojos se congelan con la ausencia de sol de Juneau, son las luces de Praga las que finalmente captan mayormente mi atención; observo como una a una las ventanas pasan del ambarino esplendor que señala intensa actividad, hacía negrura total que indica que los que allí habitan se encuentran ya en la travesía hacía el terruño onírico; inspirado por ellos decido hacer lo propio, tomo dos trozos de nube que harán las veces de almohada, polvo de estrellas se extiende sobre mí para encargarse del cuidado del calor de mi cuerpo.

Tres siglos duró la siesta, el panorama que al despertar observó se encuentra totalmente en disonancia con los recuerdos que la noche previa puede almacenar en mi memoria.

Erguido sobre la plataforma realizo un recorrido total con mis ojos, no encuentro vestigios de civilización alguna, al charlar con el sol me comenta este que no existe alguna razón especial para que se hayan ido: tus hermanos simplemente desaparecieron.

Decido al fin emprender el descenso, es regla innegociable que este ha de hacerse mediante un salto al vacío. Respiro profundo, cuento hasta las tres, y al fin doy el salto cuasi eterno.

Con el golpe que recibo al hacer contacto con el suelo mi cráneo se despedaza, mi mente no dará para más, solo hay que esperar treinta y cinco segundos para que toda actividad intelectual cese, antes de que el temporizador llegue a su fin, rescataré lo experienciado, tal vez en otro despertar exista oportunidad de compartirlo.

El aroma de café se expande por toda la casa, la programación automática hace posible que antes de marcharme al mundo pueda yo saborear una taza del oscuro brebaje; mientras logro el estatus total de consciencia en “esta realidad”, mi ahora acéfalo hermano del paralelo onírico emprende su caminata, lluvia sabor fresa cobija su andar sobre la ya no más seca arena azul de las costas de Cantabria.

martes, 22 de julio de 2014

Bocado Fugaz

Les veo pasar mientras me desayuno un taco, envuelvo la tortilla a la par que ellos empujan el triciclo, lo que yo pagaré por dos tacos y un agua fresca es apenas la mitad de lo que ellos ingresan en una jornada laboral completa, a mi me bastaron veintiséis minutos para devorarlos.

Eso deja un desagradable sabor en mi paladar, que ahora desplazo hacia mis dedos, de los cuales surgen una y otra vez los golpes que he de dar suavemente sobre el teclado virtual para que la prosa tome forma, o por lo menos ello es lo que intento.

El recuerdo de ese par de seres humanos danza una y otra vez bajo mi cráneo, parece esconderse en lo más recóndito de los pliegues de mi cerebro, dispuesto a quedarse por un largo tiempo, por lo menos el suficiente para que la esencia de lo visto sea transmitida.

Sentado sobre silla de madera y cobijado por la intemperie, es allí donde me ubicaba cuando a lo lejos vi lo que parecían un par de minúsculas hormigas, que haciendo uso de fuerza lograban empujar un gran bulto, hasta esos momentos amorfo, los minutos pasaban y sobre el comal la tortilla se inflaba, mostrando con dignidad la sabiduría de la artesana que minutos antes le daba cuerpo entre sus manos, entre más grande era la burbuja sagrada cubierta por maíz, más clara era la imagen que ante mí se presentaba, justo cuando el guiso fue colocado al interior, se colocaron ellos en paralelo, exhibiéndose por una eternidad efímera y efímeramente eternos; tomo una pausa para suspirar y recrear lo que en mi corazón aún se enreda cual alambre de púas en muro de campo de concentración, doloroso e integrado en ello al mismo tiempo, queriendo marcharse más siendo a la vez uno con este.

Señor de avanzada edad, huaraches de piel con suela de llanta, los dedos golpeados por el camino, sin llegar a llorar sangre, más a punto de hacerlo, ello perceptible en los gestos de dolor que sus dedos emitían, y los cuales por contener durante tanto tiempo, terminaron siendo una masa uniforme morada por la hinchazón, vista pues sólo por aquellos que quieren verla, pasada por alto por cientos de seres humanos con los que cada día comparte camino; en las piernas portaba pantalón de mezclilla, camisa a cuadros desfajada, la gorra de algún producto o funcionario electo adornaban su cabeza —disculpe usted amable lectora colombiana que no haya puesto atención en las características exactas de ese detalle—, el gesto de cansancio era evidente, un géiser de sudor brotaba de cada uno de los poros de su piel, piel que posiblemente en origen poseía algún color particular y propio, ahora no era más que lo que es el mar cuando se le ve como una superficie que pierde el azul y refleja los incesantes rayos de sol; sobre el triciclo se encontraban cientos de paquetes de cartón y algunos objetos más, de aquellos que las clases privilegiadas osan llamar "basura", y que, para el hombre en cuestión representaban gramos de esperanza y la posibilidad de agregar algo más a las tortillas que prendían del costado de su cinturón.

El camino, pese a mostrarse llano en apariencia, se convertía en una colina infinita, esto ante los ojos del cansancio manifestado por quien intentaba dar un paso más hacia el frente, para que el triciclo llegara al destino final; los huesos y músculos hacía rato que orquestaban conatos de revolución, parecía que la rebelión llegaría a su máxima efervescencia y el cuerpo entero desistiría de avanzar siquiera una micra más; justo en ese momento llega el remanso para nuestro septuagenario amigo, con las últimas fuerzas que le quedan coloca un pie sobre el pedal y se impulsa hacia el asiento, no necesita empujar más, el niño de once años que le acompaña —posiblemente su nieto— ha tomado el timón y lleva el barco a su destino, sabe que sus fuerzas son pocas, más consciente de su capacidad de resistencia redobla esfuerzos, aunque sus piernas estén temblando y su corazón lata a ritmos acelerados se esfuerza por reflejar paz en su rostro, del cual antes de perderse de mi vista, me es regalada una sonrisa.

Sigo comiendo, ¿podré acaso haber hecho más?, habrá quienes piensen en la posibilidad de haber sumado mis bríos al empuje del vehículo, más que hubiera sido de aquel pequeño, y su regalo de esperanza y amor para un mundo en el cual muchas personas son engullidas con voracidad por las ciudades, igual que hacen mis compañeros de mesa con sus alimentos, sin siquiera contactar el sabor que estos dejan al pasar.

martes, 15 de julio de 2014

La ruta hacia el hogar

Jornada pesada para Mauricio, un día de trabajo en que más de nueve veces las referencias hacia su progenitora se hicieron presentes; si bien los trabajos “imposibles” son parte de lo cotidiano, existen jornadas en las cuales lo solicitado supera los límites de lo realizable, ya sea porque se está fuera de tiempo, porque se han cometido errores irreparables o por omisiones producto del descuido de los clientes.

La primera de las clientes solicitaba simplemente la impresión de tres tantos de un trabajo de finales de ciclo escolar, cálidamente saludó a Mauricio, podría decirse que incluso flirteo con él, este respondía con pocas palabras a las miradas y gestos de la joven, más con una alta cuota de carmín en sus mejillas, la transformación de la solicitante inició cuando el procedimiento que solicitaba tardaba más de lo habitual, Mauricio explicó detenidamente la diferencia entre copiar un archivo a solamente hacerlo con algo que repetía se llama “acceso directo”, hacía énfasis en una flechita’ que estos últimos poseen, lo cual los distingue de los archivos completos. La joven tachó de inepto a Mauricio, golpeo la pantalla de la computadora y finalmente arrancó dos hojas de la impresora y las arrojó al cesto de basura, mencionando a la par que es allí donde deberían encontrarse todos los empleados.

La mañana avanzaba, el sinsabor matutino restó calidad al mocha que aún conservaba el calor y por el cual Mauricio pagaba un día a la semana la mitad de lo equivalente al sueldo de una jornada de ocho horas.

Los clientes entraban y salían, la mayoría sin contratiempos, fotocopias, impresiones, engargolados y horas de renta de una computadora se otorgaban sin más, hasta que un enfadado señor de mediana edad solicitó a Mauricio que usara sus habilidades de Hacker para ayudarle con la clave de su cuenta de correo, el joven le interrogó sobre diversos temas para dar con ella, el cliente solo repetía lo trascendente de entrar a su buzón, dado esperaba un correo de gran importancia, insistió y al final fue tajante en que la clave que el proporcionaba era la correcta, de la misma manera que insistió y fue tajante sobre la ignorancia de los empleados del lugar, sobre todo el que le había atendido en primera instancia, dado que al final los tres empleados que se sumaron a los esfuerzos de Mauricio tuvieron los mismos resultados y la cuenta permaneció cerrada, cual ostra que guarda la preciada perla en lo más recóndito del mar, esperando solo la palabra amorosa que el destinado a poseerla conoce, y que en realidad sabe en un rincón de su consciencia ha olvidado, solo que antes de declararse como imbécil, opta por hacerlo con los que en pos de ayudarle se le acercan, la perla no fue siquiera vista, el sabedor de la palabra exacta se ha marchado sin pagar.

Con el incidente descrito se puso fin a la jornada matutina, fue momento de dirigirse hacia el lugar que en ese día se eligió para cumplir con el trámite de la comida, tres tacos de canasta y un vaso con agua fresca de horchata resultaban una justa oferta a cambio de los dieciocho pesos otorgados como pago; sentado en uno de los bancos y con la mirada perdida sobre las calles transcurrió el resto de la hora destinada para los alimentos.

Las cuatro horas del turno vespertino tuvieron un desarrollo similar a los dos pares de horas de la mañana, labores de rutina y conflictos intensos con personas que parecían no escuchar razones, más allá de la propia idea que se tenía sobre la magistral forma en que hacían ellos las cosas.

Mauricio se despide de sus compañeros, el día de “mierda” ha finalizado, camina hacía la esquina, mientras espera juega con las monedas que habrá que pagar al conductor que lo lleva a casa, junto a él espera en la parada del autobús un hombre de avanzada edad, saco desgastado y boina sobre la cabeza, entre sus manos un libro, por más que se esfuerza, Mauricio no alcanza a distinguir el titulo; justo en esas se encontraba cuando percibe a lo lejos como se acerca el vehículo que ha de llevarlo a fin a casa, el hombre que a la par esperaba extrae de su bolso el importe que ha de pagar por el servicio, ambos estiran la mano en el momento exacto en que se percatan de que el autobús lleva pintado sobre el parabrisas el nombre de la ruta deseada, aquella que se espera igual que lluvia en el desierto después de dos años de sequía, las letras son más grandes, el vehículo se encuentra ya a pocos metros, incluso es posible imaginar lo agradable que será el camino, dado que existen alrededor de siete asientos disponibles, el conductor les observa, a pocos metros del punto de ascenso nota sus extendidas manos, intencionadamente pisa con fuerza el acelerador en lugar del freno, los asientos son ahora solo un recuerdo, no podrán ser disfrutados.

Era la última ruta del día, nuestro protagonista lo sabe, es por ello que las nueve veces que se hizo referencia a su progenitora en el trabajo son nada a comparación de todo lo que al cada vez más lejano conductor le es dicho.


Después de patear y golpear la nada, Mauricio decide irse a casa caminando, no sin antes deshacerse de las monedas que cubrirían el costo de su pasaje, hace una parada en un comercio cercano y regresa después a la banca en que momentos antes se encontraba sentado esperanzado, anhelando la llegada del transporte; su compañero de la noche no lee más, ahora son dos los que comen sopa.

martes, 8 de julio de 2014

De Flor y Frutas

El día comienza para ella, calentar media cubeta de agua para el baño respectivo es lo primero que marca la agenda, mientras la flama del rincón hace su tarea, la de al lado pone a punto el sartén en el cual la cebolla es acitronada, enseguida son agregados tomates y finalmente un par de huevos, todo ello para tener completo el desayuno.

Mientras la tortilla sirve de vehículo para trasladar las últimas pizcas de comida hacia la boca, el agua puesta a calentar previamente comienza a hervir sobre la estufa.

Margarita agiliza la degustación y acelera doblemente el baño, finalmente, lleva de manera casi instantánea lo que resta del aliño personal; el sol está por salir, lo cual indica que se encuentra ya sobre la hora.

Sus pasos suenan sobre la calle, al recorrer tres cuadras y doblar a la derecha se encuentra frente a unas mesas colocadas sobre la acera, pertenecen al café de un viejo amigo, el cual al verle le sonríe, indica que tome asiento mientras alarga la mano y coloca al centro de la mesa una taza de cerámica color naranja, con sutiles líneas blancas pintadas en los lugares justos para darle un toque de belleza.

Nuestra protagonista inicia su ritual, con su ser completo hace comunión con el néctar, después de saborearlo con los cinco sentidos puestos en ello, emite el diagnóstico final, una vez más deja sin palabras al propietario del lugar, ha descrito con magistral detalle la mezcla que ese día le ha sido ofrendada; se despide con un beso prometiendo regresar.

Es tiempo ya de andar en pro de las monedas necesarias que contribuyen a la cuota económica que corresponde pagar por cada día que se desea vivir en este mundo orquestado por el capital.

No han pasado más de catorce minutos cuando frente a Margarita una chica con gesto de frustración maldice un enorme y negro pizarrón, a la par que nutre de insultos a cada uno de los más de cien gises de colores depuestos sobre una mesa.

Margarita se acerca a la joven cautivada más por lo ausente que por lo presente, y después de intercambiar palabras con ella, esta decide tomar un descanso sentada sobre el suelo, a la par nuestra protagonista se sumerge en un trance que va más allá de lo celestial, se hace una con los gises, y el pizarrón, negro unos momentos antes, paulatinamente se va llenando de magia, representada en una gama eterna de colores. La chica que tomaba asiento, motivada por la pasión de Margarita, se une al momento creativo, manos sutiles y vigorosas trazan, hábiles dedos difuminan, las miradas corrigen y detallan; no es la mente sino el corazón quien merece ser reconocido como autor de la obra recién finalizada.

Lo que ese par de chicas plasmaron es tan inspirador que ni siquiera si las mismas musas tomaran la pluma con la que ahora escribo lograrían describir siquiera el más simple de sus detalles.

Así como entró en ese mágico momento, Margarita ahora sale de el, abandona el mundo multicolor para conectarse con el real, aquel en el cual la canasta sigue llena, aquel en el cual la despensa continúa vacía, aquel en el cual cada vez es más difícil conseguir agua del vecino, porque la propia lleva más de medio año sin ser pagada; y sobre todo, aquel mundo en el cual Margarita lleva consigo en todo momento la voz de su madre, que desde hace años ha dejado de llamarle por su nombre y simplemente ha dado por nombrarle “estúpida”.

Mi relato finalizará, no tanto porque el sueño o el hambre se hagan presentes en mí, sino más bien porque nuestra protagonista necesita retomar la marcha; para Margarita ha llegado el momento de sujetar la cesta y continuar haciendo lo único que sabe hacer, es hora pues de vender duraznos.

martes, 1 de julio de 2014

De Juerga con la suerte

Don Marcial, afanoso jugador de cartas esbozaba senda sonrisa en la madrugada en la cual ocurrió su historia, después de embolsarse ciento treinta y cuatro pesos, beber casi dos litros de aguardiente y engullir tres platos de caldo de res que ofrecían como merienda a los clientes de la cantina, dirigióse por la calle principal del pueblo hacía el cuadro, tres calles adelante doblaría a la izquierda, atravesaría una brecha y toparía con la puerta del corral, para finalmente entrar a casa y zigzaguear hacía la cama, en la cual permanecería hasta las cuatro de la tarde; ya a esas alturas del día tomaría lugar en la mesa y bebería dos platos de caldo de gallina, acompañados de tortillas de maíz y agua fresca de avena.

Mas en esa madrugada, las propias cartas de vida que habían de formar parte de la mano que jugaría Don Marcial, pareciera se encontraban marcadas.

En la banca que se encuentra a un costado del atrio de la Iglesia encontró Marcial a Concepción, el rostro de este lucía demacrado, los dos años bajo tierra habían hecho efecto, le descubrió también un tanto atiriciado, esto debido a la posición erguida guardada por veinticuatro meses en el cajón, también pudo darse cuenta que la colonia que habitualmente usaba su amigo tenía un toque de agua santa y dos matices de vapor de cirio pascual.

Cierto es que se vive bien arriba, más no hay como el pueblo para seguir de juergaseñaló concepción–.

Me hablas de juerga Concho, si que soy sabedor de esos menesteres, esta jornada ha sido de las “buenas”, traigo una racha que ni el mismo patas de cabra se metería conmigo.

Si qué extraño eso de las parrandas Marcial, ora pues, ¿no trairas un bulecito relleno de agua de cañita?

¡Traigo y doy! –.Gritó efusivamente a la vez que extendía el licor a Concho.

Fue así como retomó la fiesta Marcial, y fue así como Concho le acompañó; Marcial sacó del morral el mazo de cartas, iniciaron las lides, pactaron jugar a ganar dos de tres.

La sota nunca llegó, el caballo hizo presencia tres naipes antes de lo esperado, la suerte fue echada y la apuesta se cumplió.

Concho ahora duerme en blanda cama, ha dado órdenes de ser despertado hasta las tres de la tarde, pidió cambiar el caldo de gallina que sería servido en la comida por ropa vieja, el agua de avena por jamaica y las tortillas por gordas gruesas.


Marcial descansa ahora en el lote 25, sección B del camposanto, habrá que esperar un año para ver si en el cubilete logra tener revancha.