POR
FIN LOGRÓ terminar la tesis que en pocos meses le habrá de otorgar un titulo de
Educación Superior, recoge sus cuadernos y copias de libros, guarda todo en una
memoria USB y enseguida apaga la computadora.
Observa
detenidamente los estantes de la biblioteca especializada en Administración,
aquella que fue su casa durante los tres últimos meses, sabe que la computadora
del rincón carece de unidad funcional de CD, que a las cinco de la tarde de los
viernes acude un grupo para intercambiar respuestas y exámenes en blanco,
conoce a las tres parejas en gestación que usan el escenario académico para
camuflar sus intenciones amorosas.
Desciende
a la planta baja y se despide formalmente de Mario, uno de los tres guardias
que se ha vuelto parte de su mundo Tesístico, deja saludos para la esposa y un
par de dulces para el pequeño de cuatro años que en ocasiones pasa a dejar
alimento a su padre junto con su progenitora.
Incrédula
descansa sobre las bancas de la explanada de la Facultad, no puede en verdad
asimilar aún que la monstruosa construcción de 120 páginas haya sido concluida,
una serie de páginas que una tras otra se convierten en peldaños de una
escalera que la acerca al tan ansiado Título profesional.
Frente
a la banca donde se encuentra sentada se
ubica el café en el cual solía recargar batería, si la jornada habría de ser
breve bastaba con el americano, cuando se ponía un tanto romántica e idealista
al construir marco teórico venía bien el cappuccino, el espresso fue el
compañero de las últimas jornadas, lo justo para analizar resultados y sentar
las bases de la discusión, inició con un sencillo y los últimos nueve días lo
consumió doble; el día de hoy, para celebrar decide cerrar con un mocha.
Ha
tomado a préstamo Madame Bovary de su
amado Flauvert, esperando solamente los trámites respectivos ante la Secretaría
de Educación y dominando totalmente su Documento de Grado, se sabe merecedora
de dosis de literatura, ya no para construir justificación alguna o asentar
datos en algún tipo de marco, sino por el mero gusto de gozar con letras.
Transcurre
más tiempo del pensado, el hiperrealismo del Francés realmente la atrapó, paga 50
pesos y no espera por el cambio, tanto por ahorrar tiempos como por despedirse
con generosa propina de aquellas que avivaron su deseo y calentaron su alma en
los meses pasados.
Rápidamente
atravesó el campus y sólo le tomó seis minutos trasladarse hasta la parada del
transporte urbano, voltea una y otra vez hacia la avenida y no hay rastros del vehículo,
alterna las miradas al vacío con vistazos veloces a la caratula de su reloj;
los minutos transcurren y sabe que es momento de tomar una decisión, sabedora
de que aún pasadas las diez de la noche es posible encontrar transporte en el
cruce cercano de las dos avenidas, no le toma más que trece minutos si apresura
el paso: avanzar dos cuadras, cruzar la primera calle, vuelta a la izquierda y
atravesar el parque de la Luz, cincuenta metros más de caminata y habrá llegado
a las citadas avenidas, donde la ruta nocturna cesa labores alrededor de las
once de la noche, las manecillas de su reloj marcan diez con catorce, así que
el plan no es para nada descabellado.
SIRVE
UN VASO con leche y se come dos piezas de pan dulce, mienta madres a sus entrevistadores mientras repite una y otra vez
que lo intentó, cuenta los detalles de cada una de las oficinas de empresas de
la iniciativa privada y de instituciones gubernamentales que lo rechazaron, los
argumentos y excusas fueron tan variados y diversos, más finalmente todos
redundan en un NO, “Te juro viejita que
lo intenté” repite una y otra vez mientras su rostro pasa del llanto a
expresión de enojo.
Su
madre sigue mirándolo más el no la quiere ver directamente, cierra la puerta de
un golpe y sale capucha en mano, pistola entre las ropas, “un poco de justicia para el mundo” se dice mientras se vuelve uno
con las sombras de los árboles del parque de la Luz.