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martes, 27 de enero de 2015

Atajo hacia la Luz

POR FIN LOGRÓ terminar la tesis que en pocos meses le habrá de otorgar un titulo de Educación Superior, recoge sus cuadernos y copias de libros, guarda todo en una memoria USB y enseguida apaga la computadora.

Observa detenidamente los estantes de la biblioteca especializada en Administración, aquella que fue su casa durante los tres últimos meses, sabe que la computadora del rincón carece de unidad funcional de CD, que a las cinco de la tarde de los viernes acude un grupo para intercambiar respuestas y exámenes en blanco, conoce a las tres parejas en gestación que usan el escenario académico para camuflar sus intenciones amorosas.

Desciende a la planta baja y se despide formalmente de Mario, uno de los tres guardias que se ha vuelto parte de su mundo Tesístico, deja saludos para la esposa y un par de dulces para el pequeño de cuatro años que en ocasiones pasa a dejar alimento a su padre junto con su progenitora.

Incrédula descansa sobre las bancas de la explanada de la Facultad, no puede en verdad asimilar aún que la monstruosa construcción de 120 páginas haya sido concluida, una serie de páginas que una tras otra se convierten en peldaños de una escalera que la acerca al tan ansiado Título profesional.

Frente a la banca donde se encuentra sentada  se ubica el café en el cual solía recargar batería, si la jornada habría de ser breve bastaba con el americano, cuando se ponía un tanto romántica e idealista al construir marco teórico venía bien el cappuccino, el espresso fue el compañero de las últimas jornadas, lo justo para analizar resultados y sentar las bases de la discusión, inició con un sencillo y los últimos nueve días lo consumió doble; el día de hoy, para celebrar decide cerrar con un mocha.

Ha tomado a préstamo Madame Bovary de su amado Flauvert, esperando solamente los trámites respectivos ante la Secretaría de Educación y dominando totalmente su Documento de Grado, se sabe merecedora de dosis de literatura, ya no para construir justificación alguna o asentar datos en algún tipo de marco, sino por el mero gusto de gozar con letras.

Transcurre más tiempo del pensado, el hiperrealismo del Francés realmente la atrapó, paga 50 pesos y no espera por el cambio, tanto por ahorrar tiempos como por despedirse con generosa propina de aquellas que avivaron su deseo y calentaron su alma en los meses pasados.

Rápidamente atravesó el campus y sólo le tomó seis minutos trasladarse hasta la parada del transporte urbano, voltea una y otra vez hacia la avenida y no hay rastros del vehículo, alterna las miradas al vacío con vistazos veloces a la caratula de su reloj; los minutos transcurren y sabe que es momento de tomar una decisión, sabedora de que aún pasadas las diez de la noche es posible encontrar transporte en el cruce cercano de las dos avenidas, no le toma más que trece minutos si apresura el paso: avanzar dos cuadras, cruzar la primera calle, vuelta a la izquierda y atravesar el parque de la Luz, cincuenta metros más de caminata y habrá llegado a las citadas avenidas, donde la ruta nocturna cesa labores alrededor de las once de la noche, las manecillas de su reloj marcan diez con catorce, así que el plan no es para nada descabellado.

SIRVE UN VASO con leche y se come dos piezas de pan dulce, mienta madres a sus entrevistadores mientras repite una y otra vez que lo intentó, cuenta los detalles de cada una de las oficinas de empresas de la iniciativa privada y de instituciones gubernamentales que lo rechazaron, los argumentos y excusas fueron tan variados y diversos, más finalmente todos redundan en un NO, “Te juro viejita que lo intenté” repite una y otra vez mientras su rostro pasa del llanto a expresión de enojo.


Su madre sigue mirándolo más el no la quiere ver directamente, cierra la puerta de un golpe y sale capucha en mano, pistola entre las ropas, “un poco de justicia para el mundo” se dice mientras se vuelve uno con las sombras de los árboles del parque de la Luz.

miércoles, 21 de enero de 2015

Abuelas color cereza

Teje una bufanda más para sus nietos, sentada sobre la mecedora de mimbre, un ovillo de hilo azul turquesa se vuelve cada vez más pequeño, mientras la prenda va tomando forma y tamaño.

“La loca del 23” suelen llamarle el resto de los habitantes del complejo departamental, mencionan que pasa las horas pegada a la ventana, esperando que algún vecino asome la cabeza para bañarla con orín, mismo que dicen, recolecta durante las noches en la vieja bacinica de porcelana; le acusan también de ser metiche, molestos ante las diarias preguntas y cuidados excesivos a gentes que no guardan vinculo con ella: “Señorita recuerde llevar en su bolso dos manzanas”, Joven por favor deje el cigarro, verá como su cuerpo se lo agradece”, “Si de verdad ama a su esposo no haga cosas buenas que parezcan malas”, “ha llegado muy tarde y muy borracho muchachito”.

Por las mañanas se le ve viajar más de cinco kilómetros para acercarse al lugar donde aún consigue lo que gusta en llamar “leche de verdad”, odia esos líquidos acuosos con solo un toque de néctar vacuno camuflado entre tantas moléculas de hidrógeno y oxígeno, es fanática también de producir  sus propias verduras, en la terraza del edificio cuenta con un espacio en el cual se pueden ver tomates, lechugas, pepinos y hasta unas cuantas zanahorias, las cosechas pintan siempre para ser excelentes, más el paso del tiempo y las acciones destructivas desprendidas del odio de sus compañeros de edificio suelen mermar significativamente lo recogido al final, aún así le resulta suficiente, sino para alimentar la barriga, por lo menos sí para hacer lo propio con el alma, sabiéndose aún útil, dadora de vida.

Los niños la saludan de frente diciéndole señora, a sus espaldas le tildan con el mote de la “puerca”, argumentando que el aroma que desprende al caminar es similar al que caracteriza a los cerdos cuando estos habitan su corral, rodeados de desperdicios; ella imagina o tal vez sabe sobre dicho apelativo, más prefiere evitar el contacto con su triste realidad, por más esfuerzos que hace sabe que el esfínter termina siempre vencido, sabe que no hay cantidad suficiente de pañal de adulto, limpiadores, suavizantes y perfumes que logren hacer desaparecer el olor a mierda que se ha impregnado ya desde hace algunos años a sus carnes, aunque el resto de los vecinos, incluyendo a los ingenuos niños, duden de su higiene personal, ella sabe lo que implica y lo vive en sus marchitas pieles cada mañana, cuando el agua helada baña su cuerpo, buscando con ello que al igual que los comentarios el hedor desaparezca, o por lo menos disminuya.

Tres de la tarde marca el reloj de su sala, momento justo de encender el televisor, aunque sabe que es pura falsedad mantiene su atención en la telenovela, cuando aparece un personaje de su agrado hace un cambio de roles, la del televisor pasa a su sillón y ella se ve viviendo aventuras en distintas partes del país, algunas incluso tienen lugar en otras partes del mundo, besa a un galán, de la nada se vuelve adinerada, cumple el más complicado de los sueños, y así, hasta que llega el corte comercial, con el cual vuelve a su asiento y la actriz retorna a la pantalla. Durante los sesenta minutos que transcurre la historia las paredes y puertas de su departamento reciben constantes golpes, sea con el puño, con los pies, palos de escoba y objetos similares, sus vecinos no soportan el ruido que logra introducirse hasta sus casas, “otra vez la loca del 23 y sus putas telenovelas”, dice la del 21 mientras se mantiene atenta a la solución mágica que tendrá lugar en dos minutos en el Reality Show, “como le encanta ver esa bola de mentiras” espeta el del 25 mientras bebe su cognac y mantiene su atención puesta en lo que dicen los noticieros sobre las tropas salvadoras que han arribado a un belicoso país para ponerle fin a su voraz deseo de dominar al mundo. Entre sus propios intereses, tanto del televisor, como de su vida cotidiana, olvidan que la mujer que habita el 23 ha perdido gran parte de su capacidad auditiva, y que no es por joderles la vida que sube al máximo el volumen del televisor, sino porque así por lo menos alcanza a oír un poco de lo que desea escuchar.


Once de la noche, gran parte del edificio se prepara ya para dormir, en el 23 hay luces encendidas; transcurre media hora y parece ser la única habitante del edificio que permanece aún despierta, se le ve sentada sobre su mecedora de mimbre, con un gran ovillo al lado, inicia a tejer una bufanda color cereza, el tono favorito de su nieta.

martes, 13 de enero de 2015

Futuro sobre ruedas

Martín despierta en punto de las cuatro de la mañana, recoge los tres huevos que la gallina esconde bajo sus faldas posada sobre el nido, acto seguido libera el líquido que ha mantenido prisionero en su vejiga durante más de siete horas, emite un suspiro de satisfacción, sube el cierre al mismo momento que contempla los miles de puntos brillantes estampados sobre el cielo.

Mientras, en la casa, las luces han sido encendidas, Ramona, su esposa, ha puesto a calentar el pozole que preparó el día anterior, se encuentra también a punto de ebullición la canela, en la cual el café ha de ser disuelto.

En punto de las cuatro con treinta y ocho la pareja ha culminado con el almuerzo, se sientan sobre un pretil construido con bloques apilados y escuchan la Radionovela mientras reposan los alimentos.

El corte informativo anuncia que son las seis de la mañana, momento justo para despertar a Martincito; después de varios intentos, Ramona logra su cometido, el hijo único frota los ojos y esboza una amodorrada sonrisa, gesto característico de los hijos de siete años de edad.

Martincito moja en repetidas ocasiones su rostro y se acomoda el cabello, lo que para algunos es pijama y para otros traje de día, representa para el niño uno de los cuatro “cambios” con los que cuenta, por tanto no hay distinción habitual entre lo que viste durante la jornada en vigilia con lo que lo envuelve al llegar la noche y entregarse al sueño.

Sentado a la mesa al lado de su padre, quien toma su segunda taza de café, se encarga de dar fin a tres tacos de frijoles y un par de huevos estrellados, los mismos que fueron recogidos durante la madrugada.

Ya con la presencia del sol entre el cielo, se ve como una bicicleta se abre paso por las calles del cada vez más grande pueblo; montado en el lomo de metal y cuero Martín pedalea afanosamente para movilizar sus carnes, así como el peso agregado por la presencia de una cubeta que cuelga en la parte delantera, la cual guarda en su interior distintos utensilios de trabajo, a ello se agregan los trece kilos que representan el peso de su crío, el cual viaja sentado sobre la parrilla colocada en la parte trasera del vehículo.


 El origen del viaje lo conocemos todos, ha sido descrito con algunos detalles en párrafos anteriores, el destino, en el sentido inmediato y literal: la escuela de la ciudad; en un futuro y desde el corazón de sus padres: una exitosa trayectoria académica, con la cual vengan mejores condiciones de vida; no las esperan los padres para ellos, sino para el pequeño Martin, el cual, despide a su padre con un beso y enseguida  se adentra al edificio de su escuela primaria; mientras, su padre pedalea nuevamente, en pocos minutos se dispondrá a cortar algunos arbustos, podar árboles y hacer lo necesario para conservar la belleza de las flores de alguno de los jardines de alguna de las casas de la “zona rica” de la ciudad.

martes, 6 de enero de 2015

El hijo universitario

Un día sin más decidió dejar de comer cualquier tipo de carne, debido a que la consciencia sobre la vida de los animales le pesaba cada día más, apartó piernas, lomos y pancita, en su lugar el menú se componía por legumbres, granos y ensaladas; los del pueblo lo tachaban de “puto” y de seguidor de modas “pendejas”, “déjalo Santiago, algún día el Rodolfo se va a dejar de mamadas y volverá a comer como la gente”, escuchaba continuamente el padre en las tardes del dominó.

El tiempo pasó y Rodolfo siguió firme en su decisión, aquella que desde hace meses mantenía su estomago en paz y su alma con tranquilidad, del pueblo se le veía salir antes de la aparición del sol, pedaleaba cerca de diez kilómetros para tomar lugar en la preparatoria de la cabecera municipal, en los recesos sacaba del morral la torta de queso, frijoles o huevo, mientras sus compañeros pedían a la señora de la cocina una segunda ración de Carne con chile, el platillo que continuamente se servía en el comedor de la preparatoria, otorgado por el sistema de desarrollo Social, el cual enviaba presupuesto desde la capital del país.

Los tres años pasaron con rapidez y Rodolfo inició una carrera Universitaria, su traslado no era más en bicicleta, sino que se movilizaba al Estado vecino partiendo de la Central Camionera ubicada en el municipio donde años atrás acudía a completar su bachillerato, regresaba al pueblo solo en la temporada vacacional, cerca de los días santos o en los periodos del Verano, los fines de semana los ocupaba en ayudar al conserje de la Universidad en la limpieza completa del plantel, con ello pagaba la “renta” del cuarto donde se le permitía habitar, así como la comida que se le brindaba, incluso hasta tres veces por día.

El día de su graduación los aplausos recibidos fueron solo los de los compañeros, quienes de ésta manera reconocían su esfuerzo y dedicación, si bien no era un alumno brillante, se destacaba del promedio y el futuro lucía moderadamente esperanzador, el resto de los integrantes de la generación fueron ovacionados no solo por quienes a lo largo de cuatro años compartieron el aula, sino por hermanos, padres y hasta primos de primero y segundo grado; Rodolfo no tuvo la oportunidad de reunir dinero para costear el viaje de sus padres, ellos a la vez no pudieron prescindir del dinero que diariamente ingresaban, el ahorro si bien era un deseo y objetivo cotidiano en el plano mental de todos los miembros de la familia, en la realidad definitivamente se tornaba en utopía.

Las visitas del hijo Licenciado se hicieron frecuentes, cada fin de semana desayunaba en casa de sus padres, seguía fiel a su costumbre de no incluir carne en ninguna de sus tres comidas, sus padres, sea por la distancia que de lunes a viernes los separaba o por el gusto de tenerlo de vuelta no hacían más señalamientos a la costumbre mostrada, e incluso disminuían el consumo de chicharrones, filetes, costillas y hasta pollo durante los fines de semana; momentos después de que lo despedían a media tarde del domingo, sus tres hermanas y sus padres, tomaban camino hacia la Cenaduría de Martha, y en ella hincaban el diente a sendos platos de Pozole, todos ellos con pata y si bien les iba, trompa incluida.

Un martes de abril se vio a Rodolfo bajar de la camioneta del carpintero del pueblo, no era semana santa ni día festivo, así que los padres se angustiaron al verlo acercarse, lo que en un principio lucía como delirante alucinación, conforme se acercaba se configuraba como una imagen real. El hijo Licenciado estaba en un día no programado en el pueblo, según contaba él, para quedarse definitivamente.

Tomó el café con canela en su jarro de barro mientras narraba los pormenores de su desdichada aventura en las altas cumbres de la ciudad, concluía su relato explicando que por no haberse prestado a una “tranza” donde estaba inmiscuido el más prestigiado Contador del Estado y tres funcionarios públicos su carrera había sido sepultada, notificación que le hicieron los “trajeados” al despedirlo; incrédulo sobre lo advertido tocó puertas en varios despachos de la Capital y pueblos aledaños, en todos el mismo resultado, si bien lograba instalarse, a las pocas semanas se le recortaba sin explicación precisa, no pudiendo sobrellevar el vaivén de los hechos fue que opto por regresar al terruño.

Han pasado tres semanas desde aquel martes atípico en el cual el hijo Licenciado ha vuelto al pueblo, sigue fiel a su convicción de evitar la carne, considera ser una de las pocas decisiones que puede ejercer con libertad, de aquellas que el Sistema no le ha podido arrebatar, por lo menos en lo que concierne en relacionarse con ella como producto alimenticio que ingrese a su organismo, quisiera desterrar eternamente de su existencia el encuentro con los cadáveres de animales aceptados por los humanos como alimentos, sin embargo seis de los siete días de la semana mantiene una relación estrecha con ellos, ya que es el brazo derecho de su padre, quien es el propietario de la carnicería del pueblo.


¿Sino es aquí, donde más habría logrado colocarse a trabajar después de lo acontecido?, sabe que cada animal que destaza se convierte en un aliado que ha dado su vida para que el sobreviva, aunque gran parte de los días siga dudando de que ésto último valga la pena.