Martín
despierta en punto de las cuatro de la mañana, recoge los tres huevos que la
gallina esconde bajo sus faldas posada sobre el nido, acto seguido libera el
líquido que ha mantenido prisionero en su vejiga durante más de siete horas,
emite un suspiro de satisfacción, sube el cierre al mismo momento que contempla
los miles de puntos brillantes estampados sobre el cielo.
Mientras,
en la casa, las luces han sido encendidas, Ramona, su esposa, ha puesto a
calentar el pozole que preparó el día anterior, se encuentra también a punto de
ebullición la canela, en la cual el café ha de ser disuelto.
En
punto de las cuatro con treinta y ocho la pareja ha culminado con el almuerzo,
se sientan sobre un pretil construido con bloques apilados y escuchan la
Radionovela mientras reposan los alimentos.
El
corte informativo anuncia que son las seis de la mañana, momento justo para
despertar a Martincito; después de varios intentos, Ramona logra su cometido,
el hijo único frota los ojos y esboza una amodorrada sonrisa, gesto característico
de los hijos de siete años de edad.
Martincito
moja en repetidas ocasiones su rostro y se acomoda el cabello, lo que para
algunos es pijama y para otros traje de día, representa para el niño uno de los
cuatro “cambios” con los que cuenta, por tanto no hay distinción habitual entre
lo que viste durante la jornada en vigilia con lo que lo envuelve al llegar la
noche y entregarse al sueño.
Sentado
a la mesa al lado de su padre, quien toma su segunda taza de café, se encarga
de dar fin a tres tacos de frijoles y un par de huevos estrellados, los mismos
que fueron recogidos durante la madrugada.
Ya
con la presencia del sol entre el cielo, se ve como una bicicleta se abre paso
por las calles del cada vez más grande pueblo; montado en el lomo de metal y
cuero Martín pedalea afanosamente para movilizar sus carnes, así como el peso
agregado por la presencia de una cubeta que cuelga en la parte delantera, la
cual guarda en su interior distintos utensilios de trabajo, a ello se agregan
los trece kilos que representan el peso de su crío, el cual viaja sentado sobre
la parrilla colocada en la parte trasera del vehículo.
El origen del viaje lo conocemos todos, ha
sido descrito con algunos detalles en párrafos anteriores, el destino, en el
sentido inmediato y literal: la escuela de la ciudad; en un futuro y desde el
corazón de sus padres: una exitosa trayectoria académica, con la cual vengan
mejores condiciones de vida; no las esperan los padres para ellos, sino para el
pequeño Martin, el cual, despide a su padre con un beso y enseguida se adentra al edificio de su escuela primaria;
mientras, su padre pedalea nuevamente, en pocos minutos se dispondrá a cortar
algunos arbustos, podar árboles y hacer lo necesario para conservar la belleza
de las flores de alguno de los jardines de alguna de las casas de la “zona rica”
de la ciudad.
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