Esta
mañana marchaba apresuradamente hacía el trabajo, lo hacía a la máxima
velocidad posible con la finalidad de llegar a tiempo, taquicardia en cada uno
de los semáforos, percepción de eternas las trayectorias de cada uno de los vehículos,
letales enemigos los “amarillos” de cada uno de los semáforos y para acabar de
joder’ el cuadro, a doscientos metros de distancia un radiante “verde”, firme y
vigoroso, que conforme se acercaba a mi y yo hacía lo propio, osaba comenzar a
parpadear, por más que me acercaba terminaba el alejándose, finalmente desapareció
y la espera tuvo lugar.
Durante
esos momentos de espera forzosa cientos de ideas vinieron a mi cabeza: escribí
cuatro canciones, decore mi casa con tres estilos, preparé los menús de toda la
semana, hice ejercicio físico, bañe al perro, lave la ropa y hasta di
mantenimiento al jardín que no poseo.
Y
es precisamente ello lo que quiero compartir contigo el día de hoy, el
preguntarte ¿Cómo vivo la espera?, la espera es un acto en sí, que se da a la
par que se desea que suceda otra cosa que se desea con mayor intensidad, sin
embargo en la espera se está invirtiendo también parte de la vida, de la vida
de aquel que escribe y sobre todo de esa vida que tu posees amigo lector.
Por
más que apresuré las cosas existen momentos en los cuales la única acción
posible será la espera, que sucede con la exigencia cotidiana de hacer tantas “cosas”
a la vez, sin darse el tiempo para contactar de qué se trata cada una de las “cosas”
que se hacen, se quiere hacer todo y se termina haciendo nada.
Y
precisamente estaba con la idea del párrafo anterior aún en la mente, cuando el
semáforo dejo de sonrojarse y el verde volvió a teñir su rostro visible,
comienza una vez más el acelere’, la lucha —eterna al parecer— de muchas de las
mañanas de muchas de las semanas de muchos de los meses, aquella en la cual el
protagonista sonríe con satisfacción solo hasta el momento de escuchar el
chasquido del reloj checador y confirmar que se ha llegado a tiempo. Sin embargo
en esta ocasión al parecer la historia tendría final no feliz, por más que se
esquivaron los autos y se encendió el motor, un nuevo semáforo, aquel que más
pesa, el último, tuvo a bien marcar pausa, cuando a punto estaba de expresar
bellas palabras altisonantes qua algunos gozan en censurar, justo en ese
momento en el que la boca entonaba la primera letra del sustantivo previo que
usualmente es seguido por una variante de progenitora; es allí cuando le veo
pasar, una simpática motocicleta a dieciséis kilómetros por hora, sonando
suavemente su motor, con un hombre de inmensas carnes a cuestas, sonriente,
despeinado y con escaso sentido de la moda, su mueca indica que ninguna prisa
lleva, se coloca al principio de la fila, con la misma velocidad, con sus dieciséis
kilómetros por hora, observa a ambos lados y es entonces que lo hace, lo que el
resto de los viajeros desea cada mañana, despreocupadamente arranca con minutos
de anticipación, se brinca un alto y llega antes, sin prisa y puntual.