Un
día pesado para Fausto, y eso que apenas se plasman sobre el papel las primeras
notas que han de matizar el, al parecer, eterno Réquiem que ha de ser su jornada.
Llegaron los resultados de la auditoria del negocio que
hace algunos años emprendió junto con un amigo, el dictamen final indica multa
a pagar de varios cientos miles de pesos, dinero con el cual en éstos momentos
ni siquiera se puede permitir soñar; lejanos parecen los días en los cuales
viajaba sobre la camioneta doble cabina de modelo reciente, hoy, sentado sobre
un espacio de asiento trasero del transporte público; evoca dichas imágenes,
mientras en los altavoces que dan música no solo al chófer, sino al pasaje
entero, suena la nueva canción de un grupo que en su nombre honra tanto a
felinos como a puntos cardinales.
Recarga su mejilla a la ventana, parece mirar
y al mismo tiempo no hacerlo, lo primero que ve sin ver es un grupo de
comerciantes que sobre el costado de la carretera dan acomodo a grandes
cantidades de fruta, mamey y guanábana específicamente, evoca su lunes, aquel
que tenía lugar en semanas anteriores a la que actualmente vive, recuerda que
en ellos gustaba de saborear en pie alguno de aquellos frutos, le era
placentero también arribar a la construcción cargado con una bolsa del fruto
que previamente había evaluado personalmente y repartirlo con sus compañeros de
trabajo.
Hoy no es más aquellos días, no es más él,
aunque el más dulce de los hijos de la tierra y de los árboles se le entregará
solamente a él, en nada cambiaría ese sabor a podrido que llena no solo su
boca, lo hace también con su cuerpo, cabría decir incluso que su alma, más
Fausto se ha declarado ateo desde años atrás, y ello resultaría un tanto
paradójico y sobre todo, para aquellos que le conocen, se leería como algo poco
creíble.
Junto a la putrefacción rondan también
imágenes de números, de facturas, de cheques firmados para cerrar negocios en
el bar de costumbre, de un amigo que sin más desapareció, y al final la imagen
de un Fausto que es colgado en la plaza pública de un pueblo Francés, como en
las películas, no ha sido ejecutado por la acusación de fraude que cree pesaba
sobre de el, el veredicto de la corte ha sido certero: pena de muerte a causa
de la imbecilidad, manifestada al entablar acuerdos con su antiguo socio.
Los hologramas que se trasponen uno tras otro
en el interior de su cabeza poco a poco dejan de hacerlo, ha bajado del autobús
y se enfila hacía el tejado donde actualmente ejecuta las tareas
correspondientes a la semana laboral, emite parcos saludos a tres de sus
camaradas y al resto prefiere ignorarlos.
Martillo en mano derecha y trozo de madera en
la izquierda, clavos en la boca; una y otra vez ejecuta el movimiento que deja
fijo el fragmento de cedro con incrustación de caoba, y entre ese vaivén de martillazos
y pequeños pasos en el reducido espacio con el que cuenta, repentinamente surge
una descoordinación y en un fragmento de segundos que parecía eterno va a dar
al suelo, en el viaje entre el tejado y el piso pasan por su mente una serie de
recuerdos, los típicos, acerca de su infancia, juventud, familia actual, deseos
no cumplidos y los sueños que jamás pudo realizar, casi cuando toca el suelo
llega el recuerdo del conflicto financiero, al saberse muerto en unos cuantos
milisegundos emite una sonrisa, “que se joda el fisco y mi puto socio”, sus
últimas palabras.
Todos los empleados que laboran en la
construcción han formado un corro, en el centro yace el cuerpo de Fausto, quien
en apariencia luce en calma y en paz, los minutos pasan y al fin llega el
médico de la empresa, corrobora que existen signos vitales, quizá haya
fracturas y raspaduras, más es garantía que la vida no se encuentra en riesgo,
mas allá del diario riesgo de ser humanos.
Fausto despierta en la cama de un hospital,
la podredumbre que habita en su ser desplaza al dolor que dicen debería sentir,
no importan los medicamentos, ni las revisiones, ni las varias personas que le
hacen visita, sabe que su vida para nada se parece a la de las telenovelas o películas
que se transmiten en el televisor que se encuentra frente a su recamara
hospitalaria, en las películas y hasta en las telenovelas el personaje principal
termina muriendo, la viuda e hijos cobran un misterioso y nunca antes sacado a
la luz seguro de vida, las caídas terminan en muertes sentidas del personaje
principal;.
Fausto se sabe uno más, quien ha de ser para
considerarse como protagonista de alguna historia alguna vez, ni siquiera puede
soñar con ello, su vida no terminará con eso que los sabios de los libretos
llaman cliché, el no murió, no hay
luz al final del túnel, ni un cielo desde el cual se mantiene al tanto de cómo anda
la vida de los suyos; hay días ordinarios, firma de papeles y al final un alta hospitalaria,
una reinserción a su cotidiana vida, viajes en autobús, vendedores de fruta en
las aceras y sobre todo, ese hedor a deuda y cárcel que parece jamás
desaparecerá.