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martes, 6 de enero de 2015

El hijo universitario

Un día sin más decidió dejar de comer cualquier tipo de carne, debido a que la consciencia sobre la vida de los animales le pesaba cada día más, apartó piernas, lomos y pancita, en su lugar el menú se componía por legumbres, granos y ensaladas; los del pueblo lo tachaban de “puto” y de seguidor de modas “pendejas”, “déjalo Santiago, algún día el Rodolfo se va a dejar de mamadas y volverá a comer como la gente”, escuchaba continuamente el padre en las tardes del dominó.

El tiempo pasó y Rodolfo siguió firme en su decisión, aquella que desde hace meses mantenía su estomago en paz y su alma con tranquilidad, del pueblo se le veía salir antes de la aparición del sol, pedaleaba cerca de diez kilómetros para tomar lugar en la preparatoria de la cabecera municipal, en los recesos sacaba del morral la torta de queso, frijoles o huevo, mientras sus compañeros pedían a la señora de la cocina una segunda ración de Carne con chile, el platillo que continuamente se servía en el comedor de la preparatoria, otorgado por el sistema de desarrollo Social, el cual enviaba presupuesto desde la capital del país.

Los tres años pasaron con rapidez y Rodolfo inició una carrera Universitaria, su traslado no era más en bicicleta, sino que se movilizaba al Estado vecino partiendo de la Central Camionera ubicada en el municipio donde años atrás acudía a completar su bachillerato, regresaba al pueblo solo en la temporada vacacional, cerca de los días santos o en los periodos del Verano, los fines de semana los ocupaba en ayudar al conserje de la Universidad en la limpieza completa del plantel, con ello pagaba la “renta” del cuarto donde se le permitía habitar, así como la comida que se le brindaba, incluso hasta tres veces por día.

El día de su graduación los aplausos recibidos fueron solo los de los compañeros, quienes de ésta manera reconocían su esfuerzo y dedicación, si bien no era un alumno brillante, se destacaba del promedio y el futuro lucía moderadamente esperanzador, el resto de los integrantes de la generación fueron ovacionados no solo por quienes a lo largo de cuatro años compartieron el aula, sino por hermanos, padres y hasta primos de primero y segundo grado; Rodolfo no tuvo la oportunidad de reunir dinero para costear el viaje de sus padres, ellos a la vez no pudieron prescindir del dinero que diariamente ingresaban, el ahorro si bien era un deseo y objetivo cotidiano en el plano mental de todos los miembros de la familia, en la realidad definitivamente se tornaba en utopía.

Las visitas del hijo Licenciado se hicieron frecuentes, cada fin de semana desayunaba en casa de sus padres, seguía fiel a su costumbre de no incluir carne en ninguna de sus tres comidas, sus padres, sea por la distancia que de lunes a viernes los separaba o por el gusto de tenerlo de vuelta no hacían más señalamientos a la costumbre mostrada, e incluso disminuían el consumo de chicharrones, filetes, costillas y hasta pollo durante los fines de semana; momentos después de que lo despedían a media tarde del domingo, sus tres hermanas y sus padres, tomaban camino hacia la Cenaduría de Martha, y en ella hincaban el diente a sendos platos de Pozole, todos ellos con pata y si bien les iba, trompa incluida.

Un martes de abril se vio a Rodolfo bajar de la camioneta del carpintero del pueblo, no era semana santa ni día festivo, así que los padres se angustiaron al verlo acercarse, lo que en un principio lucía como delirante alucinación, conforme se acercaba se configuraba como una imagen real. El hijo Licenciado estaba en un día no programado en el pueblo, según contaba él, para quedarse definitivamente.

Tomó el café con canela en su jarro de barro mientras narraba los pormenores de su desdichada aventura en las altas cumbres de la ciudad, concluía su relato explicando que por no haberse prestado a una “tranza” donde estaba inmiscuido el más prestigiado Contador del Estado y tres funcionarios públicos su carrera había sido sepultada, notificación que le hicieron los “trajeados” al despedirlo; incrédulo sobre lo advertido tocó puertas en varios despachos de la Capital y pueblos aledaños, en todos el mismo resultado, si bien lograba instalarse, a las pocas semanas se le recortaba sin explicación precisa, no pudiendo sobrellevar el vaivén de los hechos fue que opto por regresar al terruño.

Han pasado tres semanas desde aquel martes atípico en el cual el hijo Licenciado ha vuelto al pueblo, sigue fiel a su convicción de evitar la carne, considera ser una de las pocas decisiones que puede ejercer con libertad, de aquellas que el Sistema no le ha podido arrebatar, por lo menos en lo que concierne en relacionarse con ella como producto alimenticio que ingrese a su organismo, quisiera desterrar eternamente de su existencia el encuentro con los cadáveres de animales aceptados por los humanos como alimentos, sin embargo seis de los siete días de la semana mantiene una relación estrecha con ellos, ya que es el brazo derecho de su padre, quien es el propietario de la carnicería del pueblo.


¿Sino es aquí, donde más habría logrado colocarse a trabajar después de lo acontecido?, sabe que cada animal que destaza se convierte en un aliado que ha dado su vida para que el sobreviva, aunque gran parte de los días siga dudando de que ésto último valga la pena.

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