Un
día sin más decidió dejar de comer cualquier tipo de carne, debido a que la
consciencia sobre la vida de los animales le pesaba cada día más, apartó
piernas, lomos y pancita, en su lugar el menú se componía por legumbres, granos
y ensaladas; los del pueblo lo tachaban de “puto” y de seguidor de modas “pendejas”,
“déjalo Santiago, algún día el Rodolfo se
va a dejar de mamadas y volverá a comer como la gente”, escuchaba
continuamente el padre en las tardes del dominó.
El
tiempo pasó y Rodolfo siguió firme en su decisión, aquella que desde hace meses
mantenía su estomago en paz y su alma con tranquilidad, del pueblo se le veía
salir antes de la aparición del sol, pedaleaba cerca de diez kilómetros para
tomar lugar en la preparatoria de la cabecera municipal, en los recesos sacaba
del morral la torta de queso, frijoles o huevo, mientras sus compañeros pedían
a la señora de la cocina una segunda ración de Carne con chile, el platillo que
continuamente se servía en el comedor de la preparatoria, otorgado por el
sistema de desarrollo Social, el cual enviaba presupuesto desde la capital del
país.
Los
tres años pasaron con rapidez y Rodolfo inició una carrera Universitaria, su
traslado no era más en bicicleta, sino que se movilizaba al Estado vecino partiendo
de la Central Camionera ubicada en el municipio donde años atrás acudía a
completar su bachillerato, regresaba al pueblo solo en la temporada vacacional,
cerca de los días santos o en los periodos del Verano, los fines de semana los
ocupaba en ayudar al conserje de la Universidad en la limpieza completa del
plantel, con ello pagaba la “renta” del cuarto donde se le permitía habitar,
así como la comida que se le brindaba, incluso hasta tres veces por día.
El
día de su graduación los aplausos recibidos fueron solo los de los compañeros,
quienes de ésta manera reconocían su esfuerzo y dedicación, si bien no era un
alumno brillante, se destacaba del promedio y el futuro lucía moderadamente
esperanzador, el resto de los integrantes de la generación fueron ovacionados
no solo por quienes a lo largo de cuatro años compartieron el aula, sino por
hermanos, padres y hasta primos de primero y segundo grado; Rodolfo no tuvo la
oportunidad de reunir dinero para costear el viaje de sus padres, ellos a la
vez no pudieron prescindir del dinero que diariamente ingresaban, el ahorro si bien
era un deseo y objetivo cotidiano en el plano mental de todos los miembros de
la familia, en la realidad definitivamente se tornaba en utopía.
Las
visitas del hijo Licenciado se hicieron frecuentes, cada fin de semana
desayunaba en casa de sus padres, seguía fiel a su costumbre de no incluir
carne en ninguna de sus tres comidas, sus padres, sea por la distancia que de
lunes a viernes los separaba o por el gusto de tenerlo de vuelta no hacían más
señalamientos a la costumbre mostrada, e incluso disminuían el consumo de
chicharrones, filetes, costillas y hasta pollo durante los fines de semana;
momentos después de que lo despedían a media tarde del domingo, sus tres
hermanas y sus padres, tomaban camino hacia la Cenaduría de Martha, y en ella hincaban
el diente a sendos platos de Pozole, todos ellos con pata y si bien les iba,
trompa incluida.
Un
martes de abril se vio a Rodolfo bajar de la camioneta del carpintero del
pueblo, no era semana santa ni día festivo, así que los padres se angustiaron
al verlo acercarse, lo que en un principio lucía como delirante alucinación,
conforme se acercaba se configuraba como una imagen real. El hijo Licenciado
estaba en un día no programado en el pueblo, según contaba él, para quedarse
definitivamente.
Tomó
el café con canela en su jarro de barro mientras narraba los pormenores de su
desdichada aventura en las altas cumbres de la ciudad, concluía su relato
explicando que por no haberse prestado a una “tranza” donde estaba inmiscuido el
más prestigiado Contador del Estado y tres funcionarios públicos su carrera
había sido sepultada, notificación que le hicieron los “trajeados” al
despedirlo; incrédulo sobre lo advertido tocó puertas en varios despachos de la
Capital y pueblos aledaños, en todos el mismo resultado, si bien lograba
instalarse, a las pocas semanas se le recortaba sin explicación precisa, no
pudiendo sobrellevar el vaivén de los hechos fue que opto por regresar al
terruño.
Han
pasado tres semanas desde aquel martes atípico en el cual el hijo Licenciado ha
vuelto al pueblo, sigue fiel a su convicción de evitar la carne, considera ser
una de las pocas decisiones que puede ejercer con libertad, de aquellas que el
Sistema no le ha podido arrebatar, por lo menos en lo que concierne en relacionarse
con ella como producto alimenticio que ingrese a su organismo, quisiera
desterrar eternamente de su existencia el encuentro con los cadáveres de
animales aceptados por los humanos como alimentos, sin embargo seis de los
siete días de la semana mantiene una relación estrecha con ellos, ya que es el
brazo derecho de su padre, quien es el propietario de la carnicería del pueblo.
¿Sino
es aquí, donde más habría logrado colocarse a trabajar después de lo acontecido?,
sabe que cada animal que destaza se convierte en un aliado que ha dado su vida
para que el sobreviva, aunque gran parte de los días siga dudando de que ésto último
valga la pena.
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