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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Des-encuentro de historias

Toma la revista, inicia leyendo un artículo sobre las tendencias del vestir prevalentes a finales del siglo XIX en las provincias Francesas, no en París, valga la pena aclarar, dado que, no sólo en la moda, sino en un sin fin de fenómenos más pareciera que las comunidades que se alejan del centro y capital forman parte de universos totalmente distintos y en el que se escriben historias de tonos multicolor, muchas veces opuestas de manera radical, a las que se suscitan al interior de las grandes ciudades. 
Enseguida recoge notas en su dispositivo electrónico, ese que no vale la pena señalar y describir detalles, dado que es muy probable que cada vez que se lea el presente escrito, las características del artefacto en cuestión sean ya obsoletas, pese a que la presente crónica se actualizará automáticamente minutos antes de que tus ojos la consumieran, aún así sería más rápida su caducidad y pérdida de vigencia que mi posibilidad de ponerte al día sobre sus detalles.

Junto a ella se encuentra Octavio, artista conceptual, defensor acérrimo de la fusión del Rococo con la hace poco de moda tendencia minimalista, no han cruzado la mirada y no lo harán durante las 14 horas del viaje, si bien ambos pueden ufanarse de poseer características que ante la perspectiva estética basada en la apariencia física se calificarían como "hermosos", el sentido e interés de cada uno de ellos no se encuentra en formar siquiera un vestigio de relación, sus miradas no se cruzarán como ya hemos señalado, ni entablarán un largo diálogo surgido de la nada, tampoco descubrirán un mundo inmenso de coincidencias en gustos personales o pasatiempos, y no finalizarán la presente historia con una despedida prolongada casi hasta la eternidad, ni con el intercambio de números de teléfono ni perfiles de red social, mucho menos espere usted un capítulo romántico contenido, del cual es testigo un abrazo intenso otorgado antes de cada uno tomar su camino, mucho menos se incluye en las presentes letras un beso que sus miradas se dan, mientras sus labios se mordisquean sublimando el acto deseado que no se ejecuta.

Al parar el autobús ambos tomarán rumbos distintos, y así como en el viaje por carretera, en el recorrido de la existencia tampoco se voltearán a ver, pudiera surgir alguna recomendación sobre decir "no se volverán a ver", más con ello daría por sentado que se vieron por lo menos una ocasión en el viaje, y ello no ha sucedido jamás.

Coincidieron en asiento y en destino, más no en plan de vida, cada uno tomará sus maletas, no pasa nada, ¿porqué siempre las historias que implican a una bella chica y un agradable mozo han de terminar en besos y cafés en la terraza?, ¿porque comerse el argumento de que la vida que poseían ambos antes de abordar el autobús deja de importar en el momento en que se conocen?, ¿porque idealizar el futuro y centrar la esperanza en un encuentro afortunado con un extraño en un víaje?.

Posiblemente porque en el recorrido eterno que se da acompañado de sí mismo, precisamente este sí mismo es en realidad el extraño, más no aquel que deseamos abrazar en nuestro recorrido sobre el asfalto, sino aquel del cual eternamente escapamos, argumentando que sólo emprendemos un viaje más.

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