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martes, 23 de septiembre de 2014

Fin e inicio de un camino

Un individuo de gruesas carnes se desplaza por una ciudad cualquiera a bordo de su motocicleta, se empareja con un auto en un semáforo, arranca primero que el automóvil y en pocos segundos lo adelanta, debiendo para ello brincarse un alto, dobla a la derecha y se enfila a su destino, después de andar unos cuantos kilómetros detiene la marcha, estaciona el vehículo y se dispone a iniciar el día.

Del morral que cuelga en sus hombros extrae las llaves que han de abrir los gruesos candados que vigilan celosamente y durante las noches la cortina de acero principal, una vez que estos rudos y fríos especímenes han cedido ante la precisión sutil de las llaves correspondientes el acceso se hace posible, bastará recorrer la puerta de cristal enmarcada en aluminio para encontrarse ya dentro, cuando segundos antes se estaba afuera.

Al interior se encuentra un perfecto piso de duela, la decoración escasa y más del tipo industrial se percibe en los alrededores, nuestro protagonista se dirige a un rincón y conecta la parrilla eléctrica, sobre de ella ha de colocar una tetera de metal, en su interior el rooibos se entrega esplendorosamente al agua para compartir su sabor, al paso de los minutos la división agua/planta no existe más, todo se sintetiza en un néctar digno de cualquier Dios, mas allá del marco religioso o místico que quiera hacer la respectiva aportación.

Con el termo de litro lleno a tope, Mario se dirige a su escritorio, sobre de el coloca la lonchera de metal con grabados de Birdman y fondo celeste que emula un vasto cielo, del interior extrae una Focaccia de cebolla y orégano, cada una de las caras internas del pan han sido untadas con aderezo de queso, mezclado con mayonesa y con unas cuantas gotas de cátsup y jalapeño liquido, ha incluido también dos trozos de salame, una rebanada de queso gouda y dos rodajas de tomate. Antes de dar el primer mordisco decide contemplarlo, orgulloso de su deliciosa creación matutina, no solo se vale de los ojos para el ejercicio de comunión que lleva a cabo con su desayuno, se enlaza con él también a través del olfato, los tonos que logra captar hacen que sus papilas gustativas se encuentren saltando, mucho antes de siquiera tocar una pizca, poco a poco lo dirige hacía su boca, se detiene a medio camino, es preciso también nutrir la experiencia culinaria con la recepción de notas aromáticas emergidas del té, hace lo propio, y tiene ahora si su magnifica combinación.

El encuentro de Mario con su comida no me atrevo a describirlo, me quedaré totalmente corto con lo que al respecto pueda decir, sumado al hecho de que la intimidad que se dio entre todos los implicados en esa experiencia, vale la pena no hacerla pública.


Pasan un poco más de treinta minutos, Mario sintoniza la radio por Internet, el Csárdás de Monti inunda el local, se para de su silla y coloca el cartel de “abierto” sobre la puerta principal, es momento dar la bienvenida a los primeros clientes de su tienda.

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