Pilas
de documentos sobre el escritorio, siete mensajes sin revisar en el móvil,
sesenta y cuatro correos electrónicos marcados como “urgente” y doscientos más
que se pierden en el resto de mensajes “no leídos”, definitivamente los frutos
del éxito no son los esperados, piensa mientras da la última mordida a la
galleta número cuatro de la mañana, el bocado se niega a pasar y es ayudado por
un sorbo de café soluble de baja calidad.
Apaga
el monitor, la oscuridad emanada por éste junto con el filtro de radiación
logra crear un funcional espejo, del bolso de mano retira los aditamentos
necesarios para retocar, a tan solo una hora de haber sido colocado, el
maquillaje, un poco de rubor por los pómulos para destacarlos, re-delinear lo
delineado con antelación, limpiar los labios del carmín que les vestía y
colorearlos con el mismo tono al final, todo ello parte de la rutina matutina
con la cual Laura inicia su mañana.
Comienza
revisando un expediente que hace referencia al irregular historial financiero
de una persona para ella desconocida, lo que si resulta de su dominio es que
gran parte de la serie de elementos enunciados tienen lugar en un punto
geográfico no del todo desconocido para ella, el nombre del pueblo en el cual
el señor M., foco de análisis para el ejercicio crediticio, desarrolla sus
actividades laborales es un lugar cercano a las tierras en las cuales Laura pasó
su primera infancia.
Vienen
a su mente despertares al alba, corriendo las tres hermanas hacía la gruta, en
el camino los amplios vestidos eran bañados por el rocío y servían de cesta
improvisada para recolectar distintos
tipos de flores, y si había suerte algunos pomelos u otros frutos comestibles.
Ahora
esas carreras se siguen dando, solo que las lleva a cabo en soledad, no son ya
una competencia infantil que baña de gloria a la ganadora, sino una lucha
diaria para obtener un buen lugar en el transporte público, los amplios
vestidos los usó al inicio de su incursión al bosque de asfalto, solo que
conforme fue recolectando en distintas mañanas, ya no pomelos, ni fresas,
cerezas o ciruelas, sino silbidos, miradas y hasta intentos de invasión a su
espacio personal, optó por modificar su atuendo, del amplio vestido pasó a
faldas ejecutivas y finalmente a traje sastre, pantalón, blusa y saco para
protegerse en un mundo en el cual pese a distintas consignas, mensajes en los
medios y discursos continuos, sigue prevaleciendo la ley del más fuerte, y este
al parecer, en los tiempos actuales y en el lugar donde lleva a cabo su
cotidiana existencia, sigue siendo la —muchas veces lasciva— figura masculina.
Imprime
el sello de aprobado en la cara superior del sobre que contiene el grueso expediente
de M., sin siquiera leerlos borra los sesenta y cuatro mensajes urgentes de su
bandeja de entrada, responde con cinco palabras a cada uno de los siete
mensajes de su teléfono celular, devora la sexta galleta de la mañana y arroja
el paquete vacío al cesto de la basura, definitivamente los frutos del éxito no
empatan con lo soñado, se dice a si misma mientras hace desaparecer para
siempre con un sorbo que parece eterno, esa desagradable mezcla de agua
caliente y polvo carente de alma que sus compañeros de oficina —y una gran
parte de habitantes de los bosques de asfalto— han dado por llamar café.
Excelente... Me encanto.
ResponderEliminar¡Gracias, un placer compartir la historia de una buena amiga emergida de mi pluma creativa!
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