Recuerda
haber presenciado partidas memorables mientras aguardaba sentado en el parque, específicamente
sobre las sillas colocadas al costado izquierdo de la plaza central.
El
primer día que acompañó al abuelo parece una fotografía exacta, intacta y con
todos los detalles fielmente guardados en su memoria.
La
madre le despertó con tres besos aquella mañana, los primeros dos, colocados
uno en cada mejilla, el tercero de ellos le fue puesto poco arriba de sus cejas.
Después
de abandonar el estado de modorra que acompaña el despertar de una placida
noche de sueño previa, se dirigió a la tina del baño y estuvo allí cerca de
media hora.
Salió
envuelto en su toalla roja, aquella con estrellas blancas estampadas en toda la
superficie, colocó pasta de dientes sabor chicle en su cepillo de dientes y
dedicó alrededor de siete minutos a la limpieza de la cueva dentada, profunda y
oscura que existía tras sus labios.
Emergió
del baño con el aliño completado y retorno a su habitación para enfundarse en
camisa a cuadros color verde, completó su atuendo con pantalones cortos color
arena sostenidos por tirantes negros, en los pies vistió calcetas del mismo
tono y zapatos tenis colorados.
Al
llegar al comedor fue recibido con el abrazo fuerte del abuelo, después de
saludarlo tomó asiento a su derecha.
El
tocino colocado en el plato era incluso más crujiente que el cono de nieve de
galleta que comió horas más tarde, los bolillos que su madre le acercó parecían
más suaves que las mismas nubes, qué decir del chocolate que rellenaba su taza
color olivo, su sabor casi era tan dulce como el de lo vivido durante aquella
mañana.
Recogió
los trastos y los llevó al fregadero, lavó por segunda ocasión sus dientes y
retocó el peinado, mientras, en la sala, su madre y el abuelo tomaban el café
sentados sobre el algo desgastado más aún confortable sillón.
Lo
pensó por siete minutos que le resultaron más largos que la misma cantidad de
días que tiene una semana entera, al fin se decidió a ingresar, con una suave tosecilla
anunció anticipadamente su acceso, sus ancestros notaron enseguida su presencia
y le dedicaron una gran sonrisa, completada con miradas luminosas.
Su
madre, colocada bajo el marco de la puerta, los despidió agitando efusivamente
la mano derecha, conforme avanzaban en su caminata la figura de la progenitora
se iba disolviendo.
Al
abuelo le fascinaba caminar, por lo cual recorrieron las catorce cuadras
andando sobre sus pies, precisamente al recorrer dicho camino, fue que el viejo
compró, para regalárselo, el anteriormente citado barquillo crujiente de
galleta, sobre de éste tres redondas montañas de fresa, vainilla y chocolate
tomaron lugar; conforme se acercaron al parque dichas esferas frías fueron
desapareciendo, devoradas todas por una inquieta lengua, besadas ocasionalmente
por un par de labios que buscaban darle forma nuevamente redondeadas cuando
intentaban escapar ocultas tras su apariencia líquida.
Dieron
los pocos pasos finales y arribaron al fin a la plaza, se sentaron sobre una de
las sillas depuestas alrededor de las mesas del cuadro de metal que era
sostenido por patas de acero, colocadas cada una en las cuatro esquinas, sobre
la superficie de la mesa se hallaba pintada una figura.
Dicha
imagen era bicolor, el blanco y rojo se sucedían en cada casilla, un total de sesenta
y cuatro espacios formando al final un único cuadrado, alrededor del dibujo
central un logotipo de una marca de refresco.
Un
clic del mecanismo lo regresa al presente, los veinte litros de gasolina
solicitados por el conductor han sido despachados por la bomba; retira la
manguera y cierra la tapa del tanque, le es pagado el total y se agrega una
propina, el auto arranca.
Él
agita la mano igual que la agitó su mamá hace algunos ayeres, conforme la
camioneta se aleja el tablero se vuelve cada vez más borroso, la en apariencia
olvidada figura se hallaba plasmada sobre la superficie de la mesa de metal que
el cliente cargaba en la caja de su camioneta, junto con tres sillas de
plástico, dos balones de fútbol y una tienda de campaña.
La
figura ha desaparecido por completo, él, estando aún en un estado de trance, se
dirige al baño a miccionar; se coloca frente al urinal, mientras el chorro
escapa poco a poco de su cuerpo dice a su vecino de mingitorio:
“Cuantas cosas pintadas en los objetos
pueden ser llave de acceso a las bodegas de la memoria”.
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