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martes, 2 de diciembre de 2014

Redes policromáticas

Después de entregar a su hijo en la puerta de la escuela y haberse despedido de él con un beso, emprende el camino de regreso a casa, a tres manzanas del plantel educativo tiene lugar su hallazgo, en una esquina, junto a una serie de desechos de distintos tipos es que logra captar el escaso brillo de las piezas elaboradas de aluminio, son nueve en total, se acerca hacía ellas y sonríe ante su suerte, con lo encontrado habrá de completar la cantidad que hacía días venía reuniendo; llega a su casa y enciende la estufa, el pocillo con café se encuentra a punto del hervor, mientras ello sucede, en la otra flama el sartén ha tomado el calor necesario y está lista para recibir lo que del cascarón sale, pasando de su estado líquido y ciertamente condensado a formar una perfecta imagen, un huevo estrellado digno de posar para el anuncio de cualquier menú de restaurante; lo retira del fuego y lo extiende sobre un plato sobre el que segundos antes sirvió frijoles refritos, corona todo con salsa roja y unos cuadros de cebolla finamente picados.

Han transcurrido un poco más de sesenta minutos cuando escucha a lo lejos la música con la cual suele acompañarse el señor de la camioneta blanca que se dedica a la compra de aluminio, botellas de vidrio, cobre y algunos otros elementos similares; arrastra con fuerza sus dos costales, repletos hasta su límite máximo posible, los coloca sobre la acera y espera pacientemente que el comprador haga su arribo; al darse el encuentro le saluda efusivamente, intercambian un breve cotilleo en el cual tocan temas referentes a la vida política nacional, un poco de fútbol y alguna opinión sobre el deplorable estado de las calles del vecindario, posteriormente se da el pesaje y queda finiquitada la transacción, el mercader vuelve a su vehículo y el vendedor lo despide con un movimiento de mano que acompaña con sonrisa ligera, acto seguido ingresa a su casa y guarda los doscientos veintiséis pesos en la bolsa de su pantalón, se siente feliz porque al recoger a su hijo en la hora de la salida podrá cubrir en tiempo y forma la cooperación con la cual su vástago será admitido en la posada navideña de su escuela primaria.

El señor de la Nissansita blanca se encuentra ya a una distancia aproximada de siete kilómetros del punto en el cual minutos antes cerró el último negocio de la jornada, en el cruce de la calle principal de la colonia popular con  la avenida que conecta con las principales vías de acceso al centro de la ciudad, es precisamente en dicho crucero donde suena el claxon repetidas veces, se acerca el de los diarios, el que vende la fruta de la temporada y dos jóvenes con una pancarta de una compañía de muebles, sin embargo la atención que desea captar es la de la joven que distraída en su teléfono celular descuida el negocio que le han encomendado, casi cuando el semáforo está por hacer la transición del carmín al esmeralda es que la joven al fin le atiende, acerca un ramo de flores, entre las rosas se han incluido también otras variedades, que aunque desconoce le parecen las perfectas para la ocasión por cómo se presentan ante su vista, hoy regresa temprano a casa porque se cumplen diecinueve años desde aquel momento en que se unió en matrimonio con la mujer que sigue amando.

En el otro extremo de la ciudad, justo en el momento en que su pareja compra flores, la citada mujer saca del refrigerador el vino que ha elegido para la celebración, no conoce mucho de esas cosas como ella misma menciona, por eso ha optado por un vino de un precio significativo, teniendo con ello cierta seguridad de que lo adquirido posea una aceptable calidad, los doscientos pesos que ha pagado han excedido un poco el presupuesto que tenía pensado, más no por ello se nublará su extremamente iluminada tarde, ya habrá oportunidad de recuperar lo invertido haciendo malabares con el gasto de la semana, se dice a si misma mientras se acerca a la puerta para atender a quien toca; del otro lado de la puerta un joven de diecisiete años desciende de una motocicleta con una caja que en su interior contiene una pizza, la señora le saluda con gesto amable, cubre el importe y agrega doce pesos de propina, el joven regresa a su vehículo, no sin antes agradecer el detalle, tan escaso en los tiempos actuales; en el interior la mujer da los últimos toques a la sorpresa, mientras se sienta en espera de la llegada de su marido escucha afuera el motor de la motocicleta, el ruido se vuelve cada vez más lejano hasta que desaparece.


En el camino entre la casa anteriormente citada y la pizzería el joven hace una parada, se apea en la banqueta de una tienda, de esas denominadas de “la esquina” y compra unas papás fritas, decide acompañarlas con refresco de cola; transcurridos siete minutos logra acabar con sus viandas saladas, aprieta el paso y acelera al máximo, dado que en la pantalla de su celular ha visto los dos mensajes de su jefe, en los textos se le requiere de manera urgente para cubrir dos entregas, aprovecha el alto del último semáforo para dar el sorbo final a su refresco de bebida, estando ya en marcha arroja la lata por los aíres, esa misma lata de aluminio que ha de quedar abandonada alrededor de cuarenta y seis minutos sobre el pavimento, hasta que un señor que marcha a toda prisa en dirección a la escuela de su hijo la toma del piso y la reúne con muchas otras latas más que habitan en costales de colores.

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