Después de entregar a su hijo en la
puerta de la escuela y haberse despedido de él con un beso, emprende el camino
de regreso a casa, a tres manzanas del plantel educativo tiene lugar su
hallazgo, en una esquina, junto a una serie de desechos de distintos tipos es
que logra captar el escaso brillo de las piezas elaboradas de aluminio, son
nueve en total, se acerca hacía ellas y sonríe ante su suerte, con lo
encontrado habrá de completar la cantidad que hacía días venía reuniendo; llega
a su casa y enciende la estufa, el pocillo con café se encuentra a punto del
hervor, mientras ello sucede, en la otra flama el sartén ha tomado el calor
necesario y está lista para recibir lo que del cascarón sale, pasando de su
estado líquido y ciertamente condensado a formar una perfecta imagen, un huevo
estrellado digno de posar para el anuncio de cualquier menú de restaurante; lo
retira del fuego y lo extiende sobre un plato sobre el que segundos antes
sirvió frijoles refritos, corona todo con salsa roja y unos cuadros de cebolla
finamente picados.
Han transcurrido un poco más de
sesenta minutos cuando escucha a lo lejos la música con la cual suele
acompañarse el señor de la camioneta blanca que se dedica a la compra de
aluminio, botellas de vidrio, cobre y algunos otros elementos similares;
arrastra con fuerza sus dos costales, repletos hasta su límite máximo posible,
los coloca sobre la acera y espera pacientemente que el comprador haga su
arribo; al darse el encuentro le saluda efusivamente, intercambian un breve
cotilleo en el cual tocan temas referentes a la vida política nacional, un poco
de fútbol y alguna opinión sobre el deplorable estado de las calles del
vecindario, posteriormente se da el pesaje y queda finiquitada la transacción,
el mercader vuelve a su vehículo y el vendedor lo despide con un movimiento de
mano que acompaña con sonrisa ligera, acto seguido ingresa a su casa y guarda
los doscientos veintiséis pesos en la bolsa de su pantalón, se siente feliz
porque al recoger a su hijo en la hora de la salida podrá cubrir en tiempo y
forma la cooperación con la cual su vástago será admitido en la posada
navideña de su escuela primaria.
El señor de la Nissansita blanca se encuentra ya a una distancia aproximada de
siete kilómetros del punto en el cual minutos antes cerró el último negocio de
la jornada, en el cruce de la calle principal de la colonia popular con la avenida que conecta con las principales vías
de acceso al centro de la ciudad, es precisamente en dicho crucero donde suena
el claxon repetidas veces, se acerca el de los diarios, el que vende la fruta
de la temporada y dos jóvenes con una pancarta de una compañía de muebles, sin
embargo la atención que desea captar es la de la joven que distraída en su teléfono
celular descuida el negocio que le han encomendado, casi cuando el semáforo está
por hacer la transición del carmín al esmeralda es que la joven al fin le
atiende, acerca un ramo de flores, entre las rosas se han incluido también
otras variedades, que aunque desconoce le parecen las perfectas para la ocasión
por cómo se presentan ante su vista, hoy regresa temprano a casa porque se
cumplen diecinueve años desde aquel momento en que se unió en matrimonio con la
mujer que sigue amando.
En el otro extremo de la ciudad, justo
en el momento en que su pareja compra flores, la citada mujer saca del
refrigerador el vino que ha elegido para la celebración, no conoce mucho de esas cosas como ella misma menciona, por
eso ha optado por un vino de un precio significativo, teniendo con ello cierta
seguridad de que lo adquirido posea una aceptable calidad, los doscientos pesos
que ha pagado han excedido un poco el presupuesto que tenía pensado, más no por
ello se nublará su extremamente iluminada tarde, ya habrá oportunidad de
recuperar lo invertido haciendo malabares con el gasto de la semana, se dice a
si misma mientras se acerca a la puerta para atender a quien toca; del otro
lado de la puerta un joven de diecisiete años desciende de una motocicleta con
una caja que en su interior contiene una pizza, la señora le saluda con gesto
amable, cubre el importe y agrega doce pesos de propina, el joven regresa a su vehículo,
no sin antes agradecer el detalle, tan escaso en los tiempos actuales; en el
interior la mujer da los últimos toques a la sorpresa, mientras se sienta en
espera de la llegada de su marido escucha afuera el motor de la motocicleta, el
ruido se vuelve cada vez más lejano hasta que desaparece.
En el camino entre la casa
anteriormente citada y la pizzería el joven hace una parada, se apea en la
banqueta de una tienda, de esas denominadas de “la esquina” y compra unas papás
fritas, decide acompañarlas con refresco de cola; transcurridos siete minutos
logra acabar con sus viandas saladas, aprieta el paso y acelera al máximo, dado
que en la pantalla de su celular ha visto los dos mensajes de su jefe, en los
textos se le requiere de manera urgente para cubrir dos entregas, aprovecha el
alto del último semáforo para dar el sorbo final a su refresco de bebida, estando
ya en marcha arroja la lata por los aíres, esa misma lata de aluminio que ha de
quedar abandonada alrededor de cuarenta y seis minutos sobre el pavimento, hasta
que un señor que marcha a toda prisa en dirección a la escuela de su hijo la
toma del piso y la reúne con muchas otras latas más que habitan en costales de
colores.
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