Seguidores

martes, 8 de julio de 2014

De Flor y Frutas

El día comienza para ella, calentar media cubeta de agua para el baño respectivo es lo primero que marca la agenda, mientras la flama del rincón hace su tarea, la de al lado pone a punto el sartén en el cual la cebolla es acitronada, enseguida son agregados tomates y finalmente un par de huevos, todo ello para tener completo el desayuno.

Mientras la tortilla sirve de vehículo para trasladar las últimas pizcas de comida hacia la boca, el agua puesta a calentar previamente comienza a hervir sobre la estufa.

Margarita agiliza la degustación y acelera doblemente el baño, finalmente, lleva de manera casi instantánea lo que resta del aliño personal; el sol está por salir, lo cual indica que se encuentra ya sobre la hora.

Sus pasos suenan sobre la calle, al recorrer tres cuadras y doblar a la derecha se encuentra frente a unas mesas colocadas sobre la acera, pertenecen al café de un viejo amigo, el cual al verle le sonríe, indica que tome asiento mientras alarga la mano y coloca al centro de la mesa una taza de cerámica color naranja, con sutiles líneas blancas pintadas en los lugares justos para darle un toque de belleza.

Nuestra protagonista inicia su ritual, con su ser completo hace comunión con el néctar, después de saborearlo con los cinco sentidos puestos en ello, emite el diagnóstico final, una vez más deja sin palabras al propietario del lugar, ha descrito con magistral detalle la mezcla que ese día le ha sido ofrendada; se despide con un beso prometiendo regresar.

Es tiempo ya de andar en pro de las monedas necesarias que contribuyen a la cuota económica que corresponde pagar por cada día que se desea vivir en este mundo orquestado por el capital.

No han pasado más de catorce minutos cuando frente a Margarita una chica con gesto de frustración maldice un enorme y negro pizarrón, a la par que nutre de insultos a cada uno de los más de cien gises de colores depuestos sobre una mesa.

Margarita se acerca a la joven cautivada más por lo ausente que por lo presente, y después de intercambiar palabras con ella, esta decide tomar un descanso sentada sobre el suelo, a la par nuestra protagonista se sumerge en un trance que va más allá de lo celestial, se hace una con los gises, y el pizarrón, negro unos momentos antes, paulatinamente se va llenando de magia, representada en una gama eterna de colores. La chica que tomaba asiento, motivada por la pasión de Margarita, se une al momento creativo, manos sutiles y vigorosas trazan, hábiles dedos difuminan, las miradas corrigen y detallan; no es la mente sino el corazón quien merece ser reconocido como autor de la obra recién finalizada.

Lo que ese par de chicas plasmaron es tan inspirador que ni siquiera si las mismas musas tomaran la pluma con la que ahora escribo lograrían describir siquiera el más simple de sus detalles.

Así como entró en ese mágico momento, Margarita ahora sale de el, abandona el mundo multicolor para conectarse con el real, aquel en el cual la canasta sigue llena, aquel en el cual la despensa continúa vacía, aquel en el cual cada vez es más difícil conseguir agua del vecino, porque la propia lleva más de medio año sin ser pagada; y sobre todo, aquel mundo en el cual Margarita lleva consigo en todo momento la voz de su madre, que desde hace años ha dejado de llamarle por su nombre y simplemente ha dado por nombrarle “estúpida”.

Mi relato finalizará, no tanto porque el sueño o el hambre se hagan presentes en mí, sino más bien porque nuestra protagonista necesita retomar la marcha; para Margarita ha llegado el momento de sujetar la cesta y continuar haciendo lo único que sabe hacer, es hora pues de vender duraznos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario