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martes, 22 de julio de 2014

Bocado Fugaz

Les veo pasar mientras me desayuno un taco, envuelvo la tortilla a la par que ellos empujan el triciclo, lo que yo pagaré por dos tacos y un agua fresca es apenas la mitad de lo que ellos ingresan en una jornada laboral completa, a mi me bastaron veintiséis minutos para devorarlos.

Eso deja un desagradable sabor en mi paladar, que ahora desplazo hacia mis dedos, de los cuales surgen una y otra vez los golpes que he de dar suavemente sobre el teclado virtual para que la prosa tome forma, o por lo menos ello es lo que intento.

El recuerdo de ese par de seres humanos danza una y otra vez bajo mi cráneo, parece esconderse en lo más recóndito de los pliegues de mi cerebro, dispuesto a quedarse por un largo tiempo, por lo menos el suficiente para que la esencia de lo visto sea transmitida.

Sentado sobre silla de madera y cobijado por la intemperie, es allí donde me ubicaba cuando a lo lejos vi lo que parecían un par de minúsculas hormigas, que haciendo uso de fuerza lograban empujar un gran bulto, hasta esos momentos amorfo, los minutos pasaban y sobre el comal la tortilla se inflaba, mostrando con dignidad la sabiduría de la artesana que minutos antes le daba cuerpo entre sus manos, entre más grande era la burbuja sagrada cubierta por maíz, más clara era la imagen que ante mí se presentaba, justo cuando el guiso fue colocado al interior, se colocaron ellos en paralelo, exhibiéndose por una eternidad efímera y efímeramente eternos; tomo una pausa para suspirar y recrear lo que en mi corazón aún se enreda cual alambre de púas en muro de campo de concentración, doloroso e integrado en ello al mismo tiempo, queriendo marcharse más siendo a la vez uno con este.

Señor de avanzada edad, huaraches de piel con suela de llanta, los dedos golpeados por el camino, sin llegar a llorar sangre, más a punto de hacerlo, ello perceptible en los gestos de dolor que sus dedos emitían, y los cuales por contener durante tanto tiempo, terminaron siendo una masa uniforme morada por la hinchazón, vista pues sólo por aquellos que quieren verla, pasada por alto por cientos de seres humanos con los que cada día comparte camino; en las piernas portaba pantalón de mezclilla, camisa a cuadros desfajada, la gorra de algún producto o funcionario electo adornaban su cabeza —disculpe usted amable lectora colombiana que no haya puesto atención en las características exactas de ese detalle—, el gesto de cansancio era evidente, un géiser de sudor brotaba de cada uno de los poros de su piel, piel que posiblemente en origen poseía algún color particular y propio, ahora no era más que lo que es el mar cuando se le ve como una superficie que pierde el azul y refleja los incesantes rayos de sol; sobre el triciclo se encontraban cientos de paquetes de cartón y algunos objetos más, de aquellos que las clases privilegiadas osan llamar "basura", y que, para el hombre en cuestión representaban gramos de esperanza y la posibilidad de agregar algo más a las tortillas que prendían del costado de su cinturón.

El camino, pese a mostrarse llano en apariencia, se convertía en una colina infinita, esto ante los ojos del cansancio manifestado por quien intentaba dar un paso más hacia el frente, para que el triciclo llegara al destino final; los huesos y músculos hacía rato que orquestaban conatos de revolución, parecía que la rebelión llegaría a su máxima efervescencia y el cuerpo entero desistiría de avanzar siquiera una micra más; justo en ese momento llega el remanso para nuestro septuagenario amigo, con las últimas fuerzas que le quedan coloca un pie sobre el pedal y se impulsa hacia el asiento, no necesita empujar más, el niño de once años que le acompaña —posiblemente su nieto— ha tomado el timón y lleva el barco a su destino, sabe que sus fuerzas son pocas, más consciente de su capacidad de resistencia redobla esfuerzos, aunque sus piernas estén temblando y su corazón lata a ritmos acelerados se esfuerza por reflejar paz en su rostro, del cual antes de perderse de mi vista, me es regalada una sonrisa.

Sigo comiendo, ¿podré acaso haber hecho más?, habrá quienes piensen en la posibilidad de haber sumado mis bríos al empuje del vehículo, más que hubiera sido de aquel pequeño, y su regalo de esperanza y amor para un mundo en el cual muchas personas son engullidas con voracidad por las ciudades, igual que hacen mis compañeros de mesa con sus alimentos, sin siquiera contactar el sabor que estos dejan al pasar.

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