En
días pasados, sentado plácidamente en uno de los lugares que suelo frecuentar y
a la par que disfrutaba un café, pude percatarme de la variedad de aspectos con
los que cotidianamente me topo, muchas ocasiones sin tomar consciencia de ello;
en las mesas del rededor se encontraban diferentes grupos, uno de ellos
conformado por dos integrantes, mientras melosamente ella lo miraba, el
atentamente asentía con la cabeza a lo que le contaba, siendo más interesante
el próximo “like” que el pulgar al presionar la pantalla otorgaría a una lejana
publicación en una de las redes sociales de moda; otro de los grupos se
componía por varios y varias adolescentes, que portaban el uniforme escolar
como evidencia de la fuga emprendida momentos antes, en los segundos precisos y
a tiempo para evitar los tediosos discursos del profe’ en turno, más allá de la
asignatura, el estilo pedagógico y la didáctica empleada, lo que en realidad
orquesta la fuga es el mismo deseo de emprenderla, que parece ser parte de un
ritual, heredado de generación en generación, el cual suele iniciarse en
secundaria y continúa presentándose incluso en grados superiores, con la
ventaja para los de Licenciatura o Maestría de que en la mayoría de los casos
no existe obligación de portar uniforme delator.
Después
de esa breve mirada al entorno volví mis ojos al libro que en esos momentos
digería, tres o cuatro sorbos del néctar oscuro, una pausa reflexiva y de
acomodo de ideas que en el texto encontraba como integradas y en mi mente aún
se mantenían caóticas; regrese seis o siete capítulos y al revolver las páginas
encontré al fin el sentido de lo que el autor presentaba. Justo en esas estaba
cuando frente a mi y sin yo pedirlo se poso un grupo que destacaba del resto de
los presentes, por su estructura pude deducir que se trataba de una familia,
padre, madre, hija e hijo.
El
mayor de ellos, el padre nacido por allá de los 70 leía a Proust en Francés,
por aquello de conservar la esencia de las ideas, vestido con pantalones poco
corrientes y heredados por su progenitor, enseguida la madre, ataviada con
prendas de la generación anterior en el sentido literal, con pulseras y aretes
de su propia fabricación, le seguía la hija, sudadera con gorro puesto a la
cabeza, pese al clima discorde con dicha acción, acompañada a todos lados con
la mochila cruzada en el cual los gadgets de la manzana tienen cabida con
facilidad; y al final del cuadro el hijo menor; empatando en totalidad con el
cuadro de la familia hipster que de manera breve describí, ello con el fin de mantener
la esencia del blog, por tanto me ahorré detalles de la indumentaria,
accesorios, conductas y demás; sin embargo amables lectores al construir la
escena pueden ustedes agregar todos los detalles deseados para que la
fotografía de la familia hipster quede totalmente dibujada.
El
cuadro termina y vuelvo mis ojos al texto, las paginas no avanzaran por si
solas, es momento de apartarme de la gente que me rodea y centrarme en la tarea
que en esos momentos realizo, cada uno de los clientes hacen lo propio,
parejas, estudiantes y nuestra especial familia, todos y cada uno integrados al
grupo, por lo menos en apariencia, dado que existen casos donde el interior es
disonante con el exterior, como ejemplo fresco tenemos al menor de los hijos de
la familia descrita, al cual se le ve pasivo, integrado, disfrutando ser parte del
grupo, a la par que en su reproductor de música suena a todo lo que da la tuba
y el acordeón, mientras el continúa “integrándose”, siendo parte de’, enfundado
en una moda en la cual su alma no se siente para nada cómoda, maldiciendo su
estirpe, luciendo hispter ansiando ser Norteño-banda.
Nota
final: agregue usted los ingredientes que desee, cambie de grupos, de culturas subculturas,
no se angustie por hacerlo, el fenómeno permanecerá, solo recuerde al final
mezclarlo todo, como el café.
No hay comentarios:
Publicar un comentario