Ordeno
mi espacio físico buscando que con ello las ideas tomen también su cauce, más quizá
el orden exterior carezca de sentido si la armonía interna no es recuperada.
Para
lograr poner la mente plena suelo en ocasiones caminar, me maravillo ante la
posibilidad de cómo con el propio cuerpo y sin el uso de vehículo alguno pueda
desplazarme hasta puntos casi ilimitados; cuando recorro la ciudad andando solo
sobre los propios pasos, resulta delicioso dar vistazo atrás para ser
consciente del tramo avanzado, después de la mirada en reversa la vista vuelve
al frente y la marcha prosigue, sin embargo, si decido que es momento de
volver, resulta interesante el prestar atención en como lo que antes era “hacia
adelante” es ahora el punto trasero de referencia.
Y
en esos menesteres me encontraba cuando frente a mí y a una relativa cercanía,
se destacó un edificio, la mirada global indicaba una cierta “normalidad” de la
zona, los muchos durmiendo o a punto de hacerlo, otros cuantos en sobremesa
después de una grata cena, quizá alguna iniciando una jornada de desvelo para
que la tarea de fin de ciclo quede completada, finalmente aquel que decidió
encontrarse en una zona intermedia, a la par que se entrega al mundo se reserva
de él, detrás del cristal de la ventana permanece, más su vista se encuentra
puesta en lo que sucede al exterior, a diferencia de los personajes que describí
anteriormente, para los cuales la vida de esa noche sucede al interior, o la
mía que pudiera decirse si tomamos estos dos puntos, unidad habitacional y
calle, se suscita en el exterior.
Las
ventajas de permanecer dentro del espacio que completa el cuadro de la ventana
pueden a la par convertirse en limitantes; que sucede cuando el auto que lentamente
recorre la calle anuncia a la vez en el equipo de sonido la venta de alguna golosina
que desde hace días se sueña degustar, pudiera ser también que un bello espécimen
humano deambulara por las calles, quizá se le expresen un sinfín de palabras,
más de la poesía magistral que en ese momento compongamos ni siquiera una letra
llegará a su destino, y en instantes la magna obra desaparecerá; quizá el amigo
de la infancia, de aquel que tantos recuerdos se coleccionan, coincida en
tiempo y espacio, más solo como holograma con el cual no se estableció un
contacto auténtico.
Aquel
que desde fuera es visto refleja una sola imagen, son más bien aquellos que le
miran los que construyen un sinfín de significados en torno al mismo estimulo,
hay quienes lo percibieron como exhibicionista, sin percatarse que a la par son
el receptor voyeur, otros tantos creen que al siguiente día tomará el rifle de
asalto y disparará contra cada uno de los que decidan recorrer la calle en el momento
equivocado, uno más decide que es artista, quizá pintor, los solventes,
colores, pinceles, lienzos y sobre todo el ruido interior, han necesitado de un
descanso para recuperar el romance con las musas, particularmente la compañera
de los últimos meses; finalmente el que escribe, decide que sea aquel sobre el
cual versen las letras del presente martes, deseando a la vez que mis lectores
presten ojos vivos al doble rol que juegan en torno a una ventana, tanto si se
observa y se construyen historias, como si sencillamente se colocan bajo el
marco para recibir las caricias refrescantes de los vientos nocturnos que
pasean por las mismas calles que cotidianamente recorremos.
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