Una
noche que termina da inicio a un nuevo día, no se conoce el punto exacto en que
se dividen ambos, dado que se encuentran separados y a la vez siendo parte del
mismo fenómeno.
Y
en ese punto del “día” me encontraba, cuando el hambre voraz que se apoderó de
mi ser decidió que era tiempo de dirigirse por el alimento de esa noche, la
tortilla, que data desde nuestros antepasados, fue la elección para saciar el
apetito, rellenándole con lácteos cuajados y algunos toques de salsa y verduras,
ese alimento de Dioses que los mortales gustan por llamar “taco”.
Y
precisamente, encontrándome en la noche de ese día, el ambiente comenzó a
llenarse de un sinfín de autos a gran velocidad, los cuales entonaban con alto volumen
canciones en honor a las progenitoras, los que transitaban a pie lo hacían portando
globos, flores y muchos detalles más, todos ellos destinados a ser otorgados a
las alguna vez designadas “reinas del hogar”.
En
esos momentos se acerca a mi la encargada de preparar mi cena, noto en su
rostro una expresión de llanto contenida, posiblemente porque desde su idiosincrasia
esa noche ella debería estar ya durmiendo en cama, tal vez desde las nueve de
la noche, para que al sonar las doce campanadas que anuncian un nuevo día ella
fuera “sorprendida” por Juancho, Pedro, Ramón o el nombre que usted quiera
darle al hijo de la señora en cuestión; y esa noche no fue así, como no lo son las
bastantes más, ese día fluyó de la misma manera, siendo la búsqueda del bocado
el principal objetivo, ya habrá tiempo para celebrar, y además, ¿realmente
habrá motivo para hacerlo?; todo ello me transmitió Dionisia con su mirada,
aquella que observa al comensal mientras a la par quiere prestar atención al
auto blanco que en el sonido a todo volumen entona las clásicas mañanitas, en
este caso cortesía de algún mariachi mexicano.
Tomo
mis tacos, me dirijo hacía el sitio donde las salsas y complementos se
encuentran depuestos, uno a uno voy dando por finalizado la existencia de cada
uno de los platillos de la noche; al final arrastrado por el ambiente que
reinaba y un tanto por la mirada ligeramente enturbiada con liquido salino opto
por preguntar a Dionisia si ella es madre, a lo cual responde afirmativamente,
semi-sonrío y expreso un felicidades que parece tener un positivo recibimiento.
Al
momento de partir pasa por mi mente visitar algún centro comercial de esos de
nombre palíndromo y comprar unos chocolates, quizá un dulce o por lo menos un
refresco, para otorgar a cada una de las madres que se encuentran en ese
momento trabajando afanosamente, no solo a Dionisia y sus dos compañeras, sino
todas y cada una de aquellas que cada noche lo hacen; por circunstancias que en
este momento no veo lugar para compartir desisto de comprar aquel “detalle” y
me retiro a casa a dormir, con el estomago lleno’ y por ende contento, más con
la mente reflexiva y mi ser inquieto, a la par que hago la digestión de la cena,
me reitero la importancia de mantenerse atento de los universos que
a la par existen mientras el propio sigue andando.
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