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martes, 24 de mayo de 2016

Un burrito a medio comer

Un poco más de té y un poco menos de amargura, escucha decir a la compañera de oficina, mientras ella observa el plato de cristal sobre el que ha colocado la taza, segundos después presiona el gran 3 y dos ceros con los que completa el ciclo, un pinchazo en ese gran START color sandia es el paso mágico que pone a girar el mundo, colisionando partículas para finalmente entregar un agua más caliente que el calor que ya le quema el cuerpo entero esta mañana.

En la torre principal del edificio, desde el piso 27, verá la vida pasar mientras ella se dedica a las diarias labores administrativas, creerá que socializa al interactuar mediante pantallas de PC y teléfono celular con otro tanto fragmento del mundo que cree que hace lo mismo, una pausa para el desayuno y un sándwich integral elaborado con un pan que le venden como saludable, aunque sería mas sano agarrar a mordidas la bolsa en el que espera envuelto para ser comido.

En el comedor se integra a un grupo de seis personas, todos jóvenes, ó de mediana edad, visten trajes adquiridos en liquidación y corbatas heredadas del abuelo, las féminas con traje sastre o falda que maridan con una blusa a la que atan en la parte superior, enredada al cuello una mascada policromática.

Segundos antes todos tenían sus alimentos para el desayuno y ahora tienen solo un plato vacío y sucio que hay que lavar en las instalaciones de la empresa, en la zona del comedor; tenían también café o té y ahora tienen la vacuidad de sus tazas, tenían sueños y ahora tienen sueño, cada mañana, todos los lunes cuando suena el despertador, los atisbos de libertad que creen perseguir y casi atrapar al llegar el fin de semana, se escapan junto con el sueño con la alarma de las seis.


Juan hoy no es el de siempre, lo notan taciturno, ha dado solo tres sorbos al café y un pequeño mordisco a su burrito, no participa en la conversación aunque si se mantiene atento, repentinamente avienta todo a la basura, incluyendo la corbata color cereza que le regaló su madre el día que inició con ese trabajo, le escuchan correr, bajando por su propio pie cada una de las escaleras, la marcha no se interrumpe, caso contrario se vuelve más frenética con cada piso que desciende, de repente ya no lo ven, lo buscan desde el piso 27 apostado en algún punto de la acera o sobre la calle, sobra decir que la tarea no tiene éxito;  Juan ya escapa en la parte trasera de una camioneta, camuflado con un grupo de hombres que marchan en pos del sustento diario hacia los campos de tabaco en las afueras de la ciudad.

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