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martes, 17 de mayo de 2016

Los acordes de un té acústico

Los acordes de una guitarra endulzan la atmósfera matinal, con sombrero y gabardina le veo tocar, entregando el alma en cada rasgueo; llegó hasta mi por un atisbo de luz, por aquellos andares cotidianos en que ordinariamente encuentras lo extraordinario, la sonrisa de luz al recomendarlo eran ya un buen presagio, la luz, siempre presente en sus ojos, anunciaban una pasión vibrante y encapsulada, de esas que surgen de la nada y a la vez del todo.

Con el misterio de Dupin a medio leer, el séptimo sorbo al Chai y una vista global de la ciudad, ciudad que se parece a todas y cualquiera, donde transitan amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, aquellos que se dicen vivos y a la vez no viven, aquellos que se consideran muertos y su corazón aún palpita, su mente emite actividad, consignas elementales y pensamientos abstractos.

Octavo sorbo del Chai, la guitarra sigue sonando, minimizo el procesador de textos y pongo en pantalla completa el vídeo, su sombrero cubriendo parte de su enorme cabellera, una gran vista de una ciudad plagada de verde al fondo.

Ahora me anuncia que necesita al sol…, no canta más de pie sobre una terraza, el lente enfoca las calles de una ciudad, donde transitan apresuradamente los niños hacia el colegio, las madres hacia la oficina y los padres hacia el mercado; en modernos cafés pueden verse sillas colacadas sobre la acera, un par de amigas se ponen al día mientras beben un latte.

Y en esa misma ciudad, donde al marrón y beige de los edificios construyen perfecta estampa, donde el asfalto de las calles y sus arboles a medio vivir se integran a la perfección; justo allí, al interior de un edificio se puede ver a un hombre, escuchando las notas sonar, bebiendo un té ya frio, pues el calor se ha ido y la inspiración también; el rin rin de una campana colocada en el manubrio derecho de una bicicleta ha roto la barrera del sonido, pone en pausa toda pieza musical y se dirige a la ventana para mirar.


Un pedaleo tras otro, ella va en pos de la luz, a él le basta con observarle, mirarle para siempre en su recorrido eterno, tan eterno como el chai, tan eterno como Poe, infinito como las sorpresas, aquellas que pueden encontrarse con el transcurrir de la cotidianidad.

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