Los
acordes de una guitarra endulzan la atmósfera matinal, con sombrero y gabardina
le veo tocar, entregando el alma en cada rasgueo; llegó hasta mi por un atisbo
de luz, por aquellos andares cotidianos en que ordinariamente encuentras lo
extraordinario, la sonrisa de luz al recomendarlo eran ya un buen presagio, la
luz, siempre presente en sus ojos, anunciaban una pasión vibrante y
encapsulada, de esas que surgen de la nada y a la vez del todo.
Con
el misterio de Dupin a medio leer, el
séptimo sorbo al Chai y una vista
global de la ciudad, ciudad que se parece a todas y cualquiera, donde transitan
amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, aquellos que se dicen vivos y a la
vez no viven, aquellos que se consideran muertos y su corazón aún palpita, su
mente emite actividad, consignas elementales y pensamientos abstractos.
Octavo
sorbo del Chai, la guitarra sigue
sonando, minimizo el procesador de textos y pongo en pantalla completa el
vídeo, su sombrero cubriendo parte de su enorme cabellera, una gran vista de
una ciudad plagada de verde al fondo.
Ahora
me anuncia que necesita al sol…, no
canta más de pie sobre una terraza, el lente enfoca las calles de una ciudad, donde
transitan apresuradamente los niños hacia el colegio, las madres hacia la
oficina y los padres hacia el mercado; en modernos cafés pueden verse sillas
colacadas sobre la acera, un par de amigas se ponen al día mientras beben un latte.
Y en
esa misma ciudad, donde al marrón y beige de los edificios construyen perfecta
estampa, donde el asfalto de las calles y sus arboles a medio vivir se integran
a la perfección; justo allí, al interior de un edificio se puede ver a un
hombre, escuchando las notas sonar, bebiendo un té ya frio, pues el calor se ha
ido y la inspiración también; el rin rin de
una campana colocada en el manubrio derecho de una bicicleta ha roto la barrera
del sonido, pone en pausa toda pieza musical y se dirige a la ventana para
mirar.
Un
pedaleo tras otro, ella va en pos de la luz, a él le basta con observarle,
mirarle para siempre en su recorrido eterno, tan eterno como el chai, tan eterno como Poe, infinito como las sorpresas, aquellas
que pueden encontrarse con el transcurrir de la cotidianidad.
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