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martes, 10 de junio de 2014

Mañanas con la Abuela

Despertábame sobre la cama de cemento, sobre de ella un par de cobijas dobladas que hacían las veces de colchón, unas cuantas fotografías de ancestros que no tuve la dicha de conocer, tan solo identifico su posición en el árbol familiar y soy capaz de saber su nombre, más no hay en mi persona recuerdo vivo sobre el sonido de una de sus palabras, ni aroma alguno que delate su presencia, tampoco imágenes permanentes, que se evoquen sin mirar fotografía, y sobre todo, lo que se encuentra ausente, es la reacción de mi cuerpo ante sus besos y abrazos, creo yo, es justo en dicho gesto donde se encuentra el núcleo de la unión y el conocimiento de una persona, dejando de ser un recuerdo impuesto por el entorno y la red familiar y pasando a tomar vida eterna, o por lo menos eterna en lo que ha de durar la propia vida.

Después de romper la modorra matutina habría que tomar las sandalias del tío, si se estaba solo no existía conflicto alguno ni lucha implicada, en cambio si el hermano era un huésped más, habría que ganar la carrera que se da entre el mundo de los sueños y el regreso a la que hemos dado por nombrar “realidad” que se suscita en estado de vigilia, el objetivo de ser el primero en arribar al mundo de los despiertos, consistía pues, en que las sandalias que se tomaran prestadas correspondieran no en tamaño o textura a la que mas embonaba al pie descalzo, sino más bien que se tuviera la oportunidad de elegir aquella que ordinariamente era usada por el tío favorito.

Una vez enfundados los pies en la piel plástica que interrumpe su contacto con el suelo, era momento de aguzar la nariz y deleitarse con los aromas que venían del cuarto contiguo, aquel que desde tempranas horas se convertía en fortaleza y centro de mando de la abuela, en las paredes de este espacio, con el asa atravesada por un clavo, se encontraban prendidas a la pared, cual cerezas al cerezo –siendo admiradas aún en estos vagos recuerdos–, contemplar los jarros, pocillos y tazas, era parte de un ritual sagrado, que anticipada que en ellos dulces mieles serían vertidas; el olor de la canela se convertía en el manto invisible que  cubría la casa en totalidad, aislándola del resto del mundo mortal, transformándola a la vez en un rincón aún más exquisito que aquello que los teólogos definen como Edén.

Una vez roto el embelesamiento propiciado por este delicioso despertar, se intentaba uno sentar a la mesa, más era hábilmente detenido por la abuela, requisito innegociable para ocupar un sitio era el que las manos fueran lavadas previamente.

Este es solo un fragmento que el día de hoy comparto, se que posees los propios y la invitación de hoy incluye pliego petitorio para que dichos recuerdos sean rescatados; más allá del lugar, credos, posición socio-económica, género, circunstancias, ideas y personalidades, creo que para todos –sino es que para mucho– los que lleven a cabo esta búsqueda, el resultado final incluirá sobre el rostro una nostálgica sonrisa, el recuerdo de aquellos días en los que se faltaba a casa y el despertar precedía a un día lleno de aventuras, el cual tenía lugar en casa de la abuela.


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