Tres de la mañana, solicitud al área de
urgencias, atiende el llamado de manera eficaz y oportuna, victima de un choque
por exceso de velocidad su joven paciente ha tenido un encontronazo con un auto
que circulaba a moderada velocidad por el carril contrario, dos y tres
movimientos después, junto con las indicaciones al equipo que le acompaña en el
turno, y finalmente se ha logrado establecer al paciente, su labor ha
terminado, la persona en cuestión ha sido referida a otra área.
Recostada sobre el sillón del área de
personal desenrolla la envoltura de una tablilla de chocolate, desde pequeña ha
mostrado su repudio casi al total de golosinas, siendo solo adepta a la pieza
utilizada para elaborar la tradicional bebida mexicana; más de un manotazo y
regaño recibió en sus años de infante por su gusto ante dicho insumo, era
reprendida también cuando su madre, justo cuando la leche se encontraba a punto
de hervor, tomaba con su mano izquierda la tablilla y notaba sus bordes irregulares,
seña inequívoca de que la pequeña roedora humana había hecho de las suyas.
En la computadora del área de descanso para
personal accede al portal de internet en el cual es posible reproducir vídeos,
particularmente busca elementos musicales, las danzas Húngaras de Brahms han
estado rondando su mente todo el día, por lo cual ha llegado el momento de
traerlas frente a sí, su deleite es tanto que pareciera ver como cada uno de
los miembros de la filarmónica ejecutan magistralmente la intervención que les concierne.
A la par de la número 5 (danza) extrae un
espresso de la maquina automática que hace las veces de empleado de cafetería
de turno nocturno, la ventaja de tomarlo del artefacto es que se ahorrará una
serie de interminables cuestionamientos sobre las características y viandas que
acompañen su taza con café, la desventaja radica en que el sabor es cinco veces
menos intenso y la calidad decae de manera significativa, aún así, y justo por
ello, el contar con café en este punto del día, o de la noche, resulta gratificante.
Gota a gota la minúscula taza de cartón va
recibiendo en su vacuo cuerpo la ennegrecida savia que desprenden los granos al
ser presionados por el vapor, tararea su parte favorita de la pieza que suena
en los altavoces del ordenador mientras el procedimiento se completa, casi a la
par de concluir la canción, el llenado del recipiente ha sido completado
también.
Tres con treinta y nueve minutos, el led de
color carmín encendido en lo que respecta a las A.M., de un sorbo toma el café
y siente como éste baña su ser interno, la música de la Orquesta de Viena se
mezcla ahora con el altavoz del Hospital, en el cual desde hace varios segundos
su Apellido es repetido, acompañado de la solicitud de su presencia en el área
de Urgencias, justo en el momento en que se dispone a salir, atendiendo el
llamado emitido por el altavoz, una compañera la intercepta, le da detalles del
caso, se trata de una mujer, de entre veinte y treinta años de edad, causa de
ingesta de sustancias medicamentosas ha caído en un estado critico, motivada
por un conflicto no muy definido hasta ahora, ha ingerido las tabletas buscando
poner fin a su vida.
Transcurridos algunos momentos, con una serie
de acciones emprendidas por un gran número del personal en turno, con vaivenes
de jeringas, aparatos, llantos y oraciones de familiares, después de una serie
de intentos sobrehumanos, la mujer que yace en la cama hospitalaria ha logrado
su cometido, su cuerpo ha dejado el plano de la vida sobre el tercer planeta
del sistema solar.
El equipo se retira, salvo aquellos que han
de dar la notificación definitiva a los
familiares y los responsables de brindar el acompañamiento implicado, después
de asignar las tareas respectivas, ella también desaparece del área de
emergencias.
Piensa en las posibilidades, en los
escenarios alternativos, en los encuentros que solo se pueden dar ya en el
plano de la imaginación; tal vez en un cuadro típico, pudiera ser sentadas en
la banca de un parque cualquiera, al cobijo de la sombra de algún árbol,
mientras esperan la llegada del transporte público que habría de llevarlas a
cada una hacia su destino, ella le sonreiría tímidamente, se acercaría de
manera cautelosa; respetaría el encuentro que se da entre el libro que descansa
sobre sus manos y al cual da lectura, solo hasta que hiciera una pausa le
dirigiría la palabra, le saludaría, intercambiaría dos o tres frases sin mucho
sentido, y al final le compartiría la mitad de una tablilla de chocolate, la
misma que en estos momentos muerde hasta acabar con ella, sentada en el rincón
de un hospital despierto, mientras el resto de la ciudad parece aún estar
dormida.
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