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martes, 7 de abril de 2015

Encuentro nosocomial

Tres de la mañana, solicitud al área de urgencias, atiende el llamado de manera eficaz y oportuna, victima de un choque por exceso de velocidad su joven paciente ha tenido un encontronazo con un auto que circulaba a moderada velocidad por el carril contrario, dos y tres movimientos después, junto con las indicaciones al equipo que le acompaña en el turno, y finalmente se ha logrado establecer al paciente, su labor ha terminado, la persona en cuestión ha sido referida a otra área.

Recostada sobre el sillón del área de personal desenrolla la envoltura de una tablilla de chocolate, desde pequeña ha mostrado su repudio casi al total de golosinas, siendo solo adepta a la pieza utilizada para elaborar la tradicional bebida mexicana; más de un manotazo y regaño recibió en sus años de infante por su gusto ante dicho insumo, era reprendida también cuando su madre, justo cuando la leche se encontraba a punto de hervor, tomaba con su mano izquierda la tablilla y notaba sus bordes irregulares, seña inequívoca de que la pequeña roedora humana había hecho de las suyas.

En la computadora del área de descanso para personal accede al portal de internet en el cual es posible reproducir vídeos, particularmente busca elementos musicales, las danzas Húngaras de Brahms han estado rondando su mente todo el día, por lo cual ha llegado el momento de traerlas frente a sí, su deleite es tanto que pareciera ver como cada uno de los miembros de la filarmónica ejecutan magistralmente la intervención que les concierne.

A la par de la número 5 (danza) extrae un espresso de la maquina automática que hace las veces de empleado de cafetería de turno nocturno, la ventaja de tomarlo del artefacto es que se ahorrará una serie de interminables cuestionamientos sobre las características y viandas que acompañen su taza con café, la desventaja radica en que el sabor es cinco veces menos intenso y la calidad decae de manera significativa, aún así, y justo por ello, el contar con café en este punto del día, o de la noche, resulta gratificante.

Gota a gota la minúscula taza de cartón va recibiendo en su vacuo cuerpo la ennegrecida savia que desprenden los granos al ser presionados por el vapor, tararea su parte favorita de la pieza que suena en los altavoces del ordenador mientras el procedimiento se completa, casi a la par de concluir la canción, el llenado del recipiente ha sido completado también.

Tres con treinta y nueve minutos, el led de color carmín encendido en lo que respecta a las A.M., de un sorbo toma el café y siente como éste baña su ser interno, la música de la Orquesta de Viena se mezcla ahora con el altavoz del Hospital, en el cual desde hace varios segundos su Apellido es repetido, acompañado de la solicitud de su presencia en el área de Urgencias, justo en el momento en que se dispone a salir, atendiendo el llamado emitido por el altavoz, una compañera la intercepta, le da detalles del caso, se trata de una mujer, de entre veinte y treinta años de edad, causa de ingesta de sustancias medicamentosas ha caído en un estado critico, motivada por un conflicto no muy definido hasta ahora, ha ingerido las tabletas buscando poner fin a su vida.

Transcurridos algunos momentos, con una serie de acciones emprendidas por un gran número del personal en turno, con vaivenes de jeringas, aparatos, llantos y oraciones de familiares, después de una serie de intentos sobrehumanos, la mujer que yace en la cama hospitalaria ha logrado su cometido, su cuerpo ha dejado el plano de la vida sobre el tercer planeta del sistema solar.

El equipo se retira, salvo aquellos que han de dar la notificación  definitiva a los familiares y los responsables de brindar el acompañamiento implicado, después de asignar las tareas respectivas, ella también desaparece del área de emergencias.


Piensa en las posibilidades, en los escenarios alternativos, en los encuentros que solo se pueden dar ya en el plano de la imaginación; tal vez en un cuadro típico, pudiera ser sentadas en la banca de un parque cualquiera, al cobijo de la sombra de algún árbol, mientras esperan la llegada del transporte público que habría de llevarlas a cada una hacia su destino, ella le sonreiría tímidamente, se acercaría de manera cautelosa; respetaría el encuentro que se da entre el libro que descansa sobre sus manos y al cual da lectura, solo hasta que hiciera una pausa le dirigiría la palabra, le saludaría, intercambiaría dos o tres frases sin mucho sentido, y al final le compartiría la mitad de una tablilla de chocolate, la misma que en estos momentos muerde hasta acabar con ella, sentada en el rincón de un hospital despierto, mientras el resto de la ciudad parece aún estar dormida.

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